CAPÍTULO 2

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Can.

Nueve meses. 273 días. 6570 horas. Ese es el tiempo que hace que no la veo, que no sé nada de ella, que no he vuelto a verla, a besarla, a abrazarla. Nueve meses en los que he extrañado a Faith más que al aire que respiran mis pulmones, que la he amado con cada molécula del cuerpo.  Llevo nueve meses en el Parque Nacional de Khao Yai, en la selva de Tailandia, haciendo fotos a la mayor parte de la fauna, manteniéndome ocupado en lo que puedo para no pensar demasiado.
     Los primeros días aquí los pasé preguntándome una y otra vez qué coño había hecho, por qué en vez de ir a disculparme me había ido, diciéndome que tenía que volver. Pero cuando pasó un mes ya me había autoconvencido de que estar lejos de ella era lo mejor. No para mí, si no para que ella fuera feliz de verdad.
     Y así he pasado los nueve meses que llevo aquí, intentando convencerme una y otra vez de que esto es lo correcto, que ella está mejor sin mí, que le hice daño con mis palabras y que se merece a alguien mejor.
     Cada día me levanto y hago la misma rutina. Desayuno algo, me doy un baño en el lago y nado un rato, preparo mi cámara y salgo en busca de los animales para hacer las fotos en compañía de mis ayudantes. Luego como algo, vuelvo a hacer fotos y cuando anochece vuelvo al campamento, donde me lanzo de nuevo al lago y me cambio de ropa. Ceno algo, perdido en mis pensamientos, y luego me meto en mi tienda a intentar dormir, pero nunca lo consigo. Siempre acabo saliendo de la tienda, que está junto al lago, y sentándome en la orilla de este. Y cojo su camisa y la huelo, y pienso en qué estará haciendo, si está bien, si me echa de menos o me odia, si aún me quiere... Y miro sus fotos en mi portátil. Miro todas y cada una de las fotos que tengo de ella una y otra y otra vez, como si eso me hiciera estar más cerca de Faith.
     Y cuando por fin consigo dormir un rato, sueño con ella. Sueño que la abrazo, que está tumbada conmigo y me besa los labios y me dice que me quiere, que siempre va a estar conmigo. Sueño con su olor, con acariciar su piel, con recolocarle las gafas sobre la nariz y enredar mis dedos en los rizos de su pelo oscuro.
     El día de su cumpleaños lloré porque no estaba con ella. El día de San Valentín también lloré. Y el día que habríamos cumplido un año como novios me reventé los nudillos contra el tronco de un árbol. No he vuelto a ser el mismo desde que me fui de allí. Y lo peor es que me lo he buscado yo solo.
     Desde que estoy aquí no he sabido nada de Faith. Suelo hablar con mi hermano y mi padre un par de veces a la semana para contarles cómo me va. Intento resistirme, pero siempre acabo pronunciando las tres mismas palabras: "¿Cómo está ella?" Y mi hermano siempre responde lo mismo: "Va tirando". Prefiero no entrar en detalles por si acabo aún más destrozado de lo que ya lo estoy.
     Ahora es de noche y, como siempre, estoy sentado junto a la orilla del lago, con el portátil sobre las rodillas, revisando las fotos que he hecho hoy de los monos y otros animales que he visto. La temperatura es agradable y sólo se escucha el ruido de algunos animales y la brisa del viento.
     Suspiro cuando termino con las fotos y hago lo que cada noche: abro la carpeta de fotos de Faith y las miro una a una, sintiendo cómo mi corazón late fuerte, cómo un nudo se me forma en el pecho al saber lo lejos que estoy de ella, cómo me escuecen los ojos, cómo me tiembla el cuerpo por lo mucho que la extraño. Cojo la camisa de la tienda y me la llevo a la nariz. Ya casi no huele a ella, pero aún queda algo de ese olor que tanto adoro.
     <<La echo tanto de menos>>, pienso, mirando una de sus fotos. Está sentada en mi cama con una camiseta mía puesta, que le está ancha y deja su hombro al descubierto. Una preciosa sonrisa cubre sus labios, su pelo rizado está algo alborotado y mira a la cámara con los ojos llenos de felicidad, brillantes y preciosos. <<La quiero tanto...>>.
     Los ojos me escuecen y tengo que pellizcarme el puente de la nariz para no echarme a llorar otra vez. Cuando me sereno, abro los ojos y estos conectan con la pulsera de mi muñeca, la que Faith me regaló por mi cumpleaños. Sigo llevándola, al igual que el collar del fósil de caracola que me regaló cuando lo arreglamos por la pelea que tuvo con Pembe, mi ex novia. Nunca me los quito. Me hacen sentir cerca de ella.
     -¿Puedo sentarme, jefe? - Metin aparece a mi lado.
     -Sí, claro - cierro el portátil y lo dejo dentro de la tienda.
     Me acomodo sobre la tierra y él se sienta a mi lado. Encoge las rodillas y se las rodea con los brazos. Ambos nos quedamos en silencio, ninguno habla ni emite ningún sonido. Hasta que él dice:
     -¿La echas de menos, verdad?
     Frunzo el ceño ante sus palabras y le miro serio, con cara de pocos amigos.
     -¿Cómo dices? - mascullo.
     -¡No me mires así, Can! - exclama -. Llevo nueve meses viéndote coger ese ordenador cada noche y ver fotos de esa chica, mirarte el collar y la pulsera como si fueran reliquias y oler esa camisa de cuadros. Incluso pronuncias su nombre en sueños. Faith, ¿verdad? - escuchar su nombre hace que se me instale un nudo en la garganta otra vez -. Llevo años trabajando contigo, Can. Estás enamorado de ella. ¿Te pidió ella que te fueras y por eso aceptaste el trabajo?
Suelto una risa nasal llena de tristeza y niego con la cabeza, mordiéndome el labio.
     -No. Me fui yo - contesto en un tono neutro.
     -¿Y por qué te fuiste si la quieres? No lo entiendo.
     Se lo cuento todo. Le cuento las semanas previas (incluida la petición de matrimonio), ese día, la discusión, lo que nos gritamos el uno al otro, la mirada de dolor que me dedicó cuando se fue, lo enfadado y dolido que yo estaba, lo mal que me sentía por mi comportamiento, todo. Sólo con recordarlo me tiembla el cuerpo y se me oprime el pecho.
     -¿Y por qué no fuiste simplemente a disculparte con ella? - Metin frunce el ceño.
     -En ese momento irme me pareció lo mejor. Me sentía tan mal por cómo me había comportado con ella, por mis palabras y por todo, que creí que alejarme era lo mejor para ella. Me autoconvencí de ello, de que ella tenía que ser feliz con alguien que no le hiciera el daño que yo le hice ese día con mis palabras - un nudo se instala en mi garganta y me obligo a tragar con fuerza para hacerlo desaparecer.
     -Y llevas nueve meses aquí haciendo fotos y autoconvenciendote de que esto es lo mejor para ella, que estar lejos es lo mejor para que sea feliz - asiento, mirando el agua del lago -. ¿No has sabido nada de ella desde entonces?
     -A veces le pregunto a mi hermano, pero no entra en detalles, y yo tampoco los pido - respondo -. Con saber que está bien me doy por satisfecho.
     -¿Y te compensa estar hecho un alma en pena en medio de la selva de Tailandia, queriéndola como la quieres y teniendo posibilidad de volver y arreglarlo? - insiste -. Todas las parejas discuten, Can.
     -Lo sé. Pero te olvidas de que me fui. Probablemente me odie por ello - sé que me odia por ello. No necesito que nadie me lo diga.
     -O igual no. Igual te echa de menos y está esperando a que aparezcas en su puerta - dice -. Mira, pongámonos en situación: Suponte que sigues con esta mierda de seguir convenciéndote a ti mismo de que estar lejos es lo mejor y pasas unos años fuera. Imagina que un día vas a visitar a tu hermano y a tu padre. ¿Serías capaz de soportar que al verla haya otro hombre que la haga feliz? ¿Que otro la abrace, la bese, le diga que la quiere? ¿Lo soportarías? ¿Soportarías eso por no haber intentado arreglarlo con ella?
     Al imaginarme la situación una horrible quemazón se extiende por mi cuerpo desde el pecho a la punta de los dedos de los pies. La imagen de ver a otro hombre con ella, otro que la abrace por las noches, que la consuele cuando esté triste, que celebre con ella los triunfos, que duerma a su lado, que le diga cada día cuánto la quiere... Es tan intenso el dolor que siento por dentro que casi no puedo soportarlo.
     <<Tienes que volver, Can. Tienes que arreglar esto>>, me aconseja mi cabeza. Y, por una vez en nueve meses, le doy la razón. Tengo que volver y arreglarlo como sea. No puedo perderla.
     Me levanto del suelo como un resorte y me sacudo el pantalón de deporte que llevo puesto.
     -¿Adónde vas? - me pregunta Metin, frunciendo el ceño con confusión.
     -A casa. A recuperar a Faith - contesto, metiendo mis cosas en las bolsas de equipaje que traje hasta aquí -. De todas formas ya he terminado las fotos - guardo la cámara, el portátil, la camisa de Faith, todo -. Diles a los del National Geographic que cuando las tenga listas se las mandaré por email.
     -Sí, señor - me contesta Metin -. Suerte con esa chica. Toma - se saca las llaves del Jeep que tenemos para movernos por aquí -, llévate el coche. Ya nosotros pediremos otro mañana.
     -Gracias, Metin. Gracias por hacerme reaccionar - le apretujo las mejillas y él se ríe.
     -No hay de qué. Espero ser el primero en saber que lo has arreglado con ella.
     Cojo mis cosas y corro hasta el coche, que está aparcado a unos metros. Meto mis cosas dentro, me subo al asiento del conductor y arranco. Enciendo las luces para ver por dónde conduzco y acelero a fondo. Con un poco de suerte llegaré a la carretera en un par de horas y buscaré el primer vuelo que vaya a Estambul.
     Voy a volver a casa y voy a recuperar al amor de mi vida. Sé que Faith estará enfadada, que no querrá verme, que posiblemente incluso me odie. Pero no me importa. Voy a luchar por ella y haré lo que sea para que me perdone y me quiera de nuevo a su lado.

VOLVER A TI (YSETE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora