CAPÍTULO 65

92 11 6
                                    

Faith.

Me bajo del taxi, como cada mañana, y entro en el restaurante para empezar a trabajar. Han pasado un par de días desde que Gamze y Engin se casaron y aún sigo cansada. Hace dos días Can fue con ellos a Bodrum para hacerles las fotos para el álbum de bodas y sólo descansaron el tiempo suficiente para dormir un rato y coger el vuelo de vuelta. Sólo hablamos un par de veces por teléfono, ya que yo tenía bastante trabajo aquí. Cuando llegaron a eso de las siete de la tarde, las chicas y yo fuimos a casa de Gamze para ayudarla a terminar de hacer las maletas para irse a Tokio de luna de miel. Nos despedimos de ella cuando nos fuimos a casa y Can los llevó de madrugada al aeropuerto para que cogieran el avión. El pobre acabaría tan reventado de todo que caería muerto en la cama. Le he mandado un mensaje cuando me he levantado porque siempre madruga, pero seguirá dormido porque no ha contestado aún.
     Dejo mi bolso en el perchero de la cocina y me coloco el delantal.
     -Buenos días, chicos – saludo.
     -Buenos días – dicen todos.
     -¿No te quitas la chaqueta? – me pregunta Seyma.
     -No, tengo un poco de fresco hoy – contesto, afilando un par de cuchillos.
     Me he levantado hoy con el cuerpo un poco raro, como cortado.
     -Hola, jefa – Ozan aparece con una sonrisa -. Oye, ¿puedes preparar las teteras? Nadie hace el té como tú y los clientes lo notan.
     -Sí, claro, voy – respondo.
     Dejo los cuchillos y sigo a Ozan hasta la barra para preparar el té.
     Una hora y media después estoy que casi no puedo con el alma. He estornudado más de diez veces, me duele la cabeza, no dejo de toser, tengo frío y cada vez me duele más la garganta. Llevo ya un par de días sintiéndome un poco rara, pero pensaba que era cansancio por todo el trajín de la boda de mi amiga.
     -Jefa, deberías irte a casa – me dice Ozan una vez más.
     -Estoy bien – respondo con voz cansada y gangosa, cortando unas verduras.
     Me coloca la mano en la frente. Abre los ojos como platos unos segundos después y me mira alarmado.
     -¡Estás ardiendo! – exclama -. Tienes que irte a casa ya.
     -Que no… Aquí hay mucho trabajo – giro la cabeza para toser.
     -Nosotros nos encargamos de todo – insiste -. Eres la jefa, en eso consiste tu trabajo, en hacer lo que te dé la gana. Vete a casa y descansa.
     -Ozan tiene razón, Faith – coincide Estefanía, preocupada -. Ve y descansa. Tienes muy mala cara.
     Suspiro y me pellizco el puente de la nariz con los dedos.
     -Vale, me voy – murmuro -. Pero sólo porque no puedo con el pellejo – me desato el delantal.
     Literalmente, no puedo con mi vida ahora mismo. Me encuentro fatal.
     <<Me cago en el frío, en el invierno y en Gamze y Engin por casarse en pleno enero>>, maldigo para mis adentros.
     Cojo mi bolso del perchero y me despido de todos para salir del restaurante a paso lento. Camino abrazándome a mí misma, muerta de frío, hasta la parada de taxis que hay al lado del restaurante y espero a que se acerque uno, mientras tiemblo. No sé si es que hace muchísimo frío o es que a mí me está subiendo más la fiebre.
     Cuando por fin un taxi tiene la amabilidad de detenerse, me subo a él y le doy la dirección de mi casa. Mientras estoy en el coche, le mando un mensaje a la doctora Aylin para avisarla de que hoy no podré ir a nuestra cita y le pido que me busque un hueco, si tiene, para finales de semana. Con ultimar los detalles de la boda, el menú y todo no he tenido apenas tiempo ni para ir a terapia.
     Le pago al taxista cuando detiene el coche en la puerta de mi casa y me bajo del coche. Saco las llaves de casa con torpeza y, cuanto estoy por abrir, la puerta se abre y aparece mi madre.
     -¡La madre que te parió, que soy yo! ¡Qué susto, hija! – exclama, llevándose las manos al pecho -. ¿Qué haces aquí tan pronto? ¿Se te ha olvidado algo?
     Mientras me habla, entro en casa y me quito las deportivas Reebok para dejarlas en el suelo y ponerme mis calentitas zapatillas, mientras Sam salta y lloriquea a mi lado.
     -No me encontraba muy bien – contesto, dejándome caer en la baranda de la escalera y acariciando la cabeza color chocolate de Sam.
     -¡Uy, qué voz! Y no tienes muy buena cara – seguro que estoy más pálida que Edward Cullen -. ¡Pero si estás ardiendo, Faith! - eleva la voz cuando me toca la frente.
     -Ya me lo han dicho – toso -. ¿Y tú no deberías estar en la tienda?
     -Se me había olvidado el móvil y le he pedido a Elif que se quedara un momento vigilando mientras venía – contesta -. Será mejor que te metas en la cama, hija. Cada vez tienes peor cara. Yo ahora te subo una pastilla y el termómetro.
     Asiento. Estornudo de nuevo y subo las escaleras como puedo con Sam siguiéndome. Nada más entrar en mi habitación me cambio de ropa y me pongo el pijama calentito, deshago la cama y me meto bajo las mantas para taparme hasta el cuello, muerta de frío.
     Sam se acerca a la cama y apoya la cara en el colchón. Me observa unos segundos con aire preocupado y luego me da un lengüetazo que me llena las gafas de babas.
     -¿Enserio? – me quito las gafas y las limpio en las sábanas, mientras él sigue lamiéndome la cara -. Que sí, que yo también te quiero, Sam - termino sonriendo. Es un amor.
     Mi madre aparece por la puerta un minuto después con un vaso de agua, una caja de paracetamol y un termómetro.
     -Tómate el paracetamol y ponte el termómetro – me pide.
     Me incorporo un poco y cojo la caja para abrirla y sacar una pastilla. Le doy un sorbo al agua y me meto la pastilla en la boca, me la trago y le doy otro gran sorbo al vaso. La garganta me duele mucho al tragar y hago una mueca de malestar. Mi madre saca el termómetro de su tubo protector y me lo da para que me lo coloque bajo la axila.
     -Si es que sabía yo que el frío que hizo el día de la boda iba a pasar factura – murmura mi madre mientras esperamos.
     Cinco minutos después me quito el termómetro y se lo doy.
     -¡Treinta y nueve y medio! – exclama -. ¿Quieres que te haga un caldito de pollo o algo a ver si te sienta bien? – me pregunta con ojos preocupados y maternales.
     -No, gracias. No tengo hambre – respondo, ronca.
     -Bueno… - suspira -, pues intenta dormir un poco, a ver si te baja la fiebre. Yo estaré abajo si necesitas algo, ¿de acuerdo?
     -No hace falta que te quedes, mamá. Ve a la tienda, estaré bien – toso entre frase y frase y hago una mueca molesta por el dolor de garganta.
     Mi madre niega con la cabeza y se sienta en la cama, a mi lado.
     -Me quedo más tranquila si estoy aquí contigo – me acaricia el pelo en un gesto maternal -. Avísame si necesitas algo, ¿de acuerdo?
     Asiento. Prefiero no hablar porque es como si me clavaran agujas en la garganta.
     Mi madre me da un beso en la frente y me dedica una pequeña sonrisa antes de levantarse de la cama y salir del dormitorio, emparejando la puerta tras ella. Me quedo sola en la habitación con Sam tumbado a mi lado en el suelo y cierro los ojos, intentando descansar un poco.

VOLVER A TI (YSETE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora