Can.
Faith y yo entramos en la cafetería de la señora Ikbal y nos sentamos en una mesa cerca de la ventana. Ella suelta su mochila en la silla que tiene a su derecha y apoya los brazos en la mesa y me mira mordiéndose el labio, un poco nerviosa. Sus ojos me escrutan con cierta inseguridad y puedo percibir cómo su pierna se agita bajo la mesa. Siempre hace eso cuando está nerviosa.
Una camarera pelirroja se nos acerca y se saca la libreta del bolsillo del delantal para tomarnos nota:
-Buenas tardes, ¿qué os pongo? – pregunta con una sonrisa.
-Un gofre con chocolate y un batido de mango – habla Faith.
-Yo un té – digo yo.
Ahora mismo estoy tan nervioso que no creo que me entre ni la comida. Quiero que esto sea perfecto y que Faith esté cómoda para que avancemos y consigamos arreglar nuestra relación.
La chica pelirroja apunta nuestro pedido en su libreta y me dedica una mirada sugerente cuando se va. Al final me voy a poner un cartel neón en la frente que diga: "hombre enamorado. Absténganse de miraditas".
Apoyo el codo sobre la mesa y miro a Faith, quien está jugueteando con una servilleta de papel que ha cogido del servilletero. Está tan preciosa. Lleva un chaquetón plateado, un jersey oscuro y unos vaqueros con unas botas marrones. Y el pelo rizado suelto sobre los hombros. Se recoloca las gafas sobre el puente de la nariz y levanta la mirada al sentir que no le quito los ojos de encima. Yo le sonrío dulcemente y ella hace una mueca con los labios que simula una sonrisa.
-¿Qué tal lo has pasado en España? – le pregunto para calmar un poco el ambiente.
-Bien – responde, dándole vueltas a la servilleta -. Me ha ayudado un poco estar lejos. No me malinterpretes, es que…
-Sí, lo sé, tranquila – la interrumpo -. Me has dado una oportunidad, Faith. Si pasar una semana fuera te ha ayudado a eso… - sonrío.
En ese momento la misma camarera pelirroja deja encima de la mesa el gofre de Faith, su batido de mango y mi té.
-Me ayudó todo un poco. Lo que me contaste, tu llamada, mi familia, mis amigos… no sé, todo ha ayudado un poco.
La veo coger el tenedor y el cuchillo y corta el gofre en trozos para luego empezar a comérselos. Yo apoyo la barbilla en mi mano y la observo. Recuerdo la primera vez que la vi comer gofres. Estaba monísima con su camiseta de manga corta y su vaquero. Era la segunda vez que la veía y fue cuando empecé a descubrir lo ingeniosa que es y la de veces que habla sin filtro y suelta lo primero que se le pase por la mente. También recuerdo que yo probé el batido de mango gracias a su consejo. Y ya siempre que veníamos pedíamos uno y lo compartíamos. Nos daba igual tocar a menos batido, pero era perfecto porque lo bebíamos juntos.
Le doy un sorbo al té y Faith pincha otro trozo con el tenedor. Al metérselo en la boca un poco de chocolate le mancha la comisura del labio, pero no se da cuenta. Y yo me muerdo la boca con fuerza, deseoso de retirarle la mancha, de tocarla.
-Oye – levanta la cabeza, sacándome de mis pensamientos -, siento lo de tu cumpleaños.
Niego con la cabeza.
-No pasa nada. Yo tampoco habría ido si fuera tú – respondo -. Tienes…un poco de chocolate en… – me señalo en la boca por dónde tiene la mancha.
Faith coge una servilleta y se limpia, pero se da por todas partes menos por donde es.
-Espera, déjame a mí – susurro.
Cojo otra servilleta y me inclino hacia delante para, muy lentamente y con delicadeza, limpiarle el chocolate del labio, sin apartar mis ojos de los suyos. Y su olor a vainilla penetra fuerte en mis cinco sentidos. El corazón me late fuerte contra el pecho, la mano me hormiguea y necesito tragar saliva y usar todo mi autocontrol para no abalanzarme sobre ella y besarla.
Siento que su respiración se acelera, que su aliento se corta y que sus ojos titilan un poco.
<<Apártate, Can. Estás muy cerca y vas a hacer que se sienta incómoda y quiera irse>>, me dice mi cabeza.
Me aparto rápidamente y dejo la servilleta encima de la mesa.
-Perdona – me disculpo, tocándome el pelo, incómodo -. No quería…
-No pasa nada – Faith hace una mueca con los labios parecida a una sonrisa.
Se echa hacia atrás, apoyando la espalda en el respaldo de la silla y coge el batido de mango para terminárselo.
Ambos nos quedamos sumidos en un incómodo silencio y ninguno de los dos es capaz de decir nada. Faith mira a un punto fijo a un lado y yo la observo a ella. Sólo quiero tocarle el pelo, acariciarle la cara, besarla, abrazarla. Y no puedo hacerlo, porque si me paso demasiado, la espantaré y no querrá que lo arreglemos. Y no puedo arriesgarme a eso. No puedo perderla.
<<Paso a paso. Ella marca el ritmo. No lo olvides>>, me recuerdo.
Carraspeo y me dispongo a hablar de nuevo:
-Sé que has aceptado darme una oportunidad, pero… ¿me has perdonado? – necesito saberlo.
Faith deja de sorber por la pajita y me mira fijamente sin decir nada, pensativa. Segundos después, suelta el vaso sobre la mesa y suspira:
-¿Crees que te habría dado una oportunidad si no te hubiera perdonado, Can? – pregunta -. Te perdoné en el mismo instante en que te llamé por teléfono.
Sus palabras llenan mi cuerpo de calidez y felicidad. Y quiero abrazarla y besarla con todas mis ganas. Pero no puedo hacerlo. Que me haya perdonado no significa que confíe en mí y que pueda acercarme a ella como si nada. Pero sonrío, porque sólo con saber que me ha perdonado vuelvo a sentirme vivo.
-Gracias – le agradezco con los ojos brillantes y un tono dulce.
Faith aprieta los labios en una pequeña pero maravillosa sonrisa y yo se la devuelvo. Voy a recuperarla, voy a reconquistar su corazón y voy a hacerla incluso más feliz que antes.
-Sé que no tiene importancia decirlo más, pero siento haber sido tan idiota y haberme ido como me fui. Voy a reconquistarte y a hacer que vuelvas a confiar en mí – le aseguro, mirándola a los ojos.
Faith no aparta su mirada de la mía en ningún momento y veo que sus ojos se llenan de lágrimas cuando termino de pronuncia las palabras. Los dedos me hormiguean por el deseo de tocarla y limpiarle las lágrimas, pero ella es más rápida y se las limpia por debajo de las gafas antes de que caigan.
-Más te vale, Can. Porque no quiero arrepentirme de esto – su voz se entrecorta.
-No lo harás – le aseguro en un tono firme y confiado.
Me paso un buen rato preguntándole cómo ha estado en España y qué ha estado haciendo, aunque ya lo sé, porque mi hermano me lo ha contado. Pero quiero que ella me lo cuente. He echado mucho de menos escucharla hablar y hablar. Antes, cuando lo hacía, siempre me quedaba embobado en ella, en sus labios, en el sonido de su voz, en sus ojos brillantes o en sus gestos. Su mirada ahora es un poco diferente, porque puedo atisbar inseguridad y vulnerabilidad en ella. Sin embargo, no me importa. Voy a esforzarme para que me vuelva a mirar como lo hacía antes.
A eso de las ocho, Faith mira su reloj y me pide que la lleve al restaurante si no me importa, pues tiene que revisar algunas cosas y prefiere hacerlo ahora y no más tarde. Pago la cuenta, a pesar de que Faith insiste en pagar a medias, y la señora Ikbal sale a despedirse de Faith con un abrazo y, al verme con ella, nos mira con dulzura, como si se alegrara y al mismo tiempo no pudiera creer que estemos juntos en el mismo lugar. Y sólo con eso sé que lo sabe todo y que ella también me perdona por lo imbécil que fui.
Faith y yo nos subimos a mi coche y conduzco hasta el restaurante para detener el coche en la puerta. Apago el motor y miro a Faith, quien se desabrocha el cinturón de seguridad antes de mirarme y decirme:
-Gracias por traerme. Y por lo de hoy. Ha estado bien – me dice.
-Gracias a ti por darme una oportunidad – sonrío levemente sin dejar de mirarla, enamorado -. ¿Te apetece que mañana paseemos juntos a Sam? Hace mucho que no le veo.
-Mañana no puedo. Tengo… terapia con la psicóloga – responde, un poco incómoda.
Es verdad. Olvidaba que aún asiste a terapia.
-Pues… pasado, si te apetece. Yo me adapto a lo que tú digas – le repito.
-Pasado mañana me viene genial – responde con expresión relajada.
-Estupendo – sonrío -. Pues… mañana hablamos. Y… que te vaya bien en la terapia. O lo que sea que se diga en estos casos.
Faith se aguanta una pequeña risa y sus ojos marrones brillan durante unos instantes que me dan la vida entera.
-Eso está bien – dice -. Bueno, tengo que irme – abre la puerta del coche -. Buenas noches, Can.
-Buenas noches, Faith – susurro, mirándola a los ojos, y aguantándome las ganas de darle un beso.
Ella se baja del coche y cierra la puerta con suavidad para luego rodear el coche por la parte delantera y entrar en el restaurante.
Yo respiro hondo y una sonrisa instantánea aparece en mi boca. Ha ido mucho mejor de lo que esperaba. No ha sido cómodo al cien por ciento, porque he tenido que controlarme, pero no ha sido tan duro como pensé que podría ser.
Una vez llego a casa, aparco el coche en el porche y entro, cerrando la puerta con el pie. Camino hasta el salón y una vez llego, me encuentro a mi padre, mi hermano, Ömer, Murat y Ahmet sentados en el sofá, comiendo pipas.
-¡Por fin llegas, joder! – exclama Murat cuando me ve.
-¿Cómo ha ido la primera cita, hermano? – me pregunta Engin, tirando la cáscaras en un bol que está encima de la mesa.
Me quito la chaqueta marrón y la dejo encima de una silla. Me siento en un hueco entre mi padre y Ömer y apoyo la cabeza en el respaldo del sofá.
-Mejor de lo que esperaba, la verdad – respondo -. Hemos quedado pasado mañana para ir a dar un paseo con Sam.
-¡Eso es estupendo, hijo! – exclama mi padre, sonriendo emocionado.
-¿Y por qué no mañana? – interviene Murat.
-Tiene psicóloga – responde Ömer por mí -. Tiene terapia lunes, miércoles y viernes.
Yo me pierdo en mis pensamientos mientras hablan. Tiene que ir tres veces a terapia, aún toma pastillas para dormir… todo por mi puta culpa.
<<Voy a enmendarlo, mi amor, te lo juro, aunque sea lo último que haga en esta vida>>, pienso.
-Tienes que perdonarte, Can – me dice mi hermano, devolviéndome a la Tierra.
Levanto la mirada y mis ojos conectan con los suyos.
-Ella ya lo ha hecho, ¿no? Aunque necesite ir despacio te ha perdonado y quiere arreglarlo – asiento -. Pues ahora te toca perdonarte tú. Si te pasas la vida sintiéndote culpable, no podrás hacerla feliz y tú tampoco lo serás.
¿Desde cuándo mi hermano pequeño es tan filósofo?
-Tu hermano tiene razón, tío – coincide Ömer -. Nosotros ya te hemos perdonado y ella también. Ahora te toca a ti.
-Me da miedo que no funcione, que no pueda confiar en mí – confieso, con un nudo en la garganta.
Todos me miran con ojos comprensivos y mi padre es el primero en hablar:
-Va a confiar en ti, Can. Te quiere. Sois el uno para el otro – me dice Murat -. Sólo tienes que tomártelo con calma y darle su espacio. Y deja que el resto vaya solo.
Todos le dan la razón a mi amigo y yo quiero pensar que es así, que me querrá de vuelta y volverá a confiar en mí como lo hacía antes. Y que nada volverá a separarnos nunca más.
-Bueno, ¿cenamos algo? Tengo hambre – suelta Ahmet.
-¿Nos pedimos unas pizzas? Me da mucha pereza cocinar ahora – responde mi hermano.
Me levanto del sofá.
-Ya cocino yo – digo.
Es lo bueno de estar enamorado de una chef, que al final acaba gustándote la cocina más de lo que ya lo hacía.
Me meto en la cocina, me pongo el delantal y preparo la cena con la ayuda de todos, que se unen a los cinco minutos porque dicen que tienen demasiada hambre y juntos tardaremos menos.
Cenamos en el salón mientras hablamos del último partido de fútbol de nuestro equipo favorito, el Beksitas, de cómo les van a Murat y Ahmet en los negocios y de qué planes tiene mi hermano para la empresa de mi padre.
Una vez estamos llenos hasta el tope, recogemos la mesa y la cocina y yo anuncio que me voy a la cama después de tomarnos una copa.
Me doy una ducha, me coloco un pantalón de pijama oscuro y una camiseta de manga corta y me meto en la cama con el colgante de Faith en la mano. Le doy un beso al corazón de cuarzo rosa y me quedo dormido con el colgante pegado a mi pecho, sintiéndome más cerca de Faith.
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VOLVER A TI (YSETE 2)
RomanceDespués de que el amor de su vida se fuera sin más, Faith queda sumida en un oscuro pozo al que no encuentra ninguna salida. Cuando sale del centro psiquiátrico en el que deben ingresarla por una fuerte depresión, se propone a sí misma recuperarse y...