CAPÍTULO 86

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Can.

Voy a pedírselo. Voy a pedirle a Faith que se case conmigo. Lo tengo clarísimo, incluso más que antes. Llevo un par de días dándole vueltas a la conversación que tuve con su tito Andrés y he llegado a la conclusión de que quiero pedírselo de nuevo, y esta vez con su anillo de compromiso. Esta vez quiero que sea como debe ser.
     Estoy cerca del centro de Estambul, apoyado sobre el capó de mi coche, esperando a que Jesús llegue. He querido aprovechar el día de hoy para comprar el anillo, ya que la familia de Faith sigue en la ciudad y hoy están aprovechando para cocinar y hacer torrijas y otros dulces en mi casa. Mi padre también quería aprender, así que se han metido en la cocina a las ocho y media de la mañana. Yo me he inventado la excusa de que tenía que recoger unas fotos y le he mandado un mensaje a Jesús diciéndole que quería decirle algo importante y que inventara alguna tontería para que nadie sospechara. Aún no sabe lo que voy a decirle. Espero que se lo tome bien.
     Su coche gira en la esquina y aparca justo enfrente del mío. Yo me yergo y respiro hondo, intentando no ponerme más nervioso. Quiero tener su aprobación y que me ayude a encontrar el anillo perfecto. Es su padre y sé que juntos encontraremos un anillo que sea tan bonito como Faith.
     Jesús baja de su coche plateado y bloquea las puertas con el mando a distancia.
     —Bueno, ¿qué es eso tan importante que tenías que contarme? ¿Estás bien?—Jesús se acerca hasta quedar frente a mí y me mira un poco preocupado.
     Le miro y suspiro profundamente antes de decirle:
     —Quiero pedirle a Faith que se case conmigo —suelto—. Y esta vez quiero pedírselo completamente enserio, con su anillo, su arrodillamiento, su pedida de mano y su café con sal, si hace falta. Y esta vez sí que lo entenderé si quiere esperar un tiempo y lo aceptaré.
     Jesús me mira sin decir absolutamente nada durante unos segundos y se rasca el lateral del cuello antes de pronunciar la primera frase.
     —A ver si lo he entendido. —Se aclara la garganta—: ¿Me has llamado para pedirme permiso para casarte con mi hija? —No sé identificar exactamente el tono de su voz, pero me tranquiliza saber que no es enfado.
     —Más o menos, sí —contesto—. Y para que me ayudes a comprarle el anillo. Quiero comprar uno que sea perfecto para ella.
     Jesús vuelve a mirarme fijamente durante unos segundos, reflexionando. Y no sé si tanto silencio es bueno o es signo de problemas. Creo que percibe mi nerviosismo, porque suspira, da un paso atrás y se coloca de perfil, girándose levemente.
     —Pues compremos ese anillo, futuro yerno.
     Mi nerviosismo desaparece por completo y cuando Jesús sonríe, yo le devuelvo la sonrisa, feliz de que esté contento con la noticia e igual de emocionado que yo.
     Me separo de mi coche y paso por su lado. Ambos nos subimos a la acera y empezamos a caminar en dirección al centro, que se encuentra a unas calles. Aparcar justo en el centro es morirse y más cuando es fin de semana.
     Entramos en la primera joyería y le preguntamos a los dependientes por los anillos de compromiso, pero no me convence ninguno y a Jesús tampoco. Pasamos por dos joyerías más pero o ningún anillo nos gusta o no hay mucho donde elegir. O los anillos no tienen encanto ninguno, o son demasiado bastos o tienen un pedrusco encima que tiene que arrancarte el dedo por lo que debe de pesar. Y sé que nada de eso le gusta a Faith. Tiene que ser algo sencillo, pero a la vez elegante. Que tenga lo justo para que sea precioso, pero no excesivo.
     Faith me manda un mensaje un par de horas después preguntándome si ya he recogido las fotos y yo tengo que inventarme la excusa de que ha habido un problema y he tenido que ponerme a retocar las fotos de nuevo.
     ‘No tardes, te he guardado torrijas. No sé cuánto tiempo podré controlar a esta panda de zampones. Te quiero’, leo en su último mensaje.
     Río.
     —¿Qué te hace tanta gracia? —me pregunta Jesús cuando escucha mi risa.
     —Las cosas de tu hija —respondo guardándome el móvil en el bolsillo después de responderle que yo también la quiero.
     Nos detenemos delante de otra joyería. La puerta se abre y sale una señora de unos sesenta años acompañada de una chica algo más joven, que parece ser su hija. Jesús y yo nos apartamos para dejarles paso y ellas nos dan las gracias amablemente.
     —¿Entramos a ver si hay suerte? —dice Jesús.
     Asiento. Tiro del asa de la puerta y la abro para entrar. Jesús viene detrás de mí y ambos nos quitamos las gafas de sol cuando estamos dentro. Hay un par de personas mirando los escaparates de joyas, pero el mostrador está libre, así que nos acercamos. La dependienta, una mujer de unos cuarenta años, rubia y de ojos verdes, vestida con el uniforma de la tienda, sonríe al ver que nos acercamos y nos saluda educadamente:
     —Buenas días, bienvenidos. ¿En qué puedo ayudarles? —nos pregunta.
     —Queremos un anillo de compromiso —respondo, apoyándome en el mostrador.
     —Un anillo de compromiso, muy bien. Enseguida vuelvo. —Se aleja con una sonrisa y vuelve dos segundos después con una llave plateada—. ¿Quién de los dos es el novio? —nos pregunta, señalándonos.
     Yo levanto la mano y Jesús me señala con el dedo.
     —Yo soy el padre de la novia y su futuro suegro —dice Jesús.
     La mujer introduce la llave en una de las cerraduras de la cristalera que hay bajo el mostrador. Saca unas bandejas de felpa burdeos con múltiples anillos y las coloca encima del mostrador.
     —¿Cómo lo quieres? ¿Oro, plata, muy adornado, poco? —me pregunta.
     —Quiero que sea sencillo y a la vez elegante. A ella no le gustan mucho las joyas grandes y ostentosas —respondo.
     —En eso ha salido a la madre —dice Jesús, haciéndonos reír.
     La dependienta empieza a sacar anillos y a informarnos de los materiales que llevan y el precio. Oro amarillo, plata, aleación doble, diamantes, esmeraldas, zafiros azules, cristales de Swarovsky… pero ninguno tiene ese algo especial que busco.
     En un momento de descuido, mientras la mujer rubia habla y Jesús la escucha, mis ojos van a parar hacia los anillos que siguen bajo el cristal, y hay uno que llama mi atención. Es plateado, con dos corazones entrelazados  en el centro y dos piedras rojas, una en cada corazón, y a ambos lados de los corazones hay piedras brillantes que no estoy seguro de si son diamantes u otra cosa. Es precioso.
     —¿Y ese? —interrumpo a la dependienta. Apoyo el dedo en el cristal, señalando el anillo.
     —¿El de los corazones?
     —Sí, ¿puede sacarlo?
     —Por supuesto —contesta con una amable sonrisa.
     Deja el anillo que está sujetando en su sitio y mete la mano en la vitrina para sacar el que le indico. Cuando lo saca y lo veo más de cerca me parece aún más bonito.
     —Este de una nueva colección que salió ayer, pero es un poco más caro que el resto —dice.
     —El dinero da igual —hablo, admirando el anillo.
     —Muy bien. Pues este anillo es de oro blanco, las piedras rojas son rubíes pulidos a mano y los cristales son zafiros blancos. La marca es relativamente nueva, pero son muy finos y quedan muy bonitos puesto. Normalmente la gente prefiere los anillos tradicionales.
     —Es perfecto —murmuro.
     Miro a Jesús, quien también está embobado en el anillo.
     —¿Tú qué dices, suegro? —le pregunto.
     —Que a Faith le va a encantar cuando lo vea  —Sonríe al responder—. Es precioso.
     Me lo imagino en su fino dedo, brillando en su preciosa y pequeña mano, y una inmensa calidez me llena el pecho y un escalofrío maravilloso me recorre el cuerpo. Este es el anillo, el perfecto para Faith.
     —Me lo llevo —le digo a la dependienta.
     Ella sonríe.
     —Muy bien —Sonríe.
     Después de asegurarnos de la talla del anillo con uno que me saco del bolsillo, el cual le cogí esta mañana a Faith antes de que se despertara, y de pagarlo con mi tarjeta, la señora rubia coge una cajita de terciopelo negro y limpia el anillo con un líquido especial antes de guardarlo en  y meterlo en una bolsa con el logo de la joyería.
     Puesto que no necesitamos nada más, le damos las gracias a la dependienta y salimos del establecimiento, satisfechos de haber encontrado el anillo en menos de tres horas.
     —Te daría algún consejo sobre cómo pedirle a mi hija que se case contigo, Can, pero la verdad es que yo a Miriam ni siquiera se lo pedí. Un día lo hablamos y dijimos "¡Venga, nos casamos!" —me cuenta mientras caminamos de vuelta a nuestros coches—. Pero creo que lo mejor es que no te andes con demasiados rodeos y se lo pidas directamente.
     —Sí, yo también creo que es lo mejor, o me pondré de los nervios —contesto—. Gracias por ayudarme, Jesús.
     Él sonríe.
     —No se dan. Dijiste que me ibas a demostrar que querías a Faith de verdad y lo has hecho. No creo que pueda haber otro hombre con el que vaya a ser más feliz que contigo —Sonrío, agradecido por sus palabras—. Lo único que te pido es que no os vayáis a vivir demasiado lejos, que yo tengo que ver a mi niña muy seguido.
     Suelto una carcajada y en ese momento giramos la esquina y llegamos a la calle donde hemos aparcado.
     —Lo prometo —aseguro.
     Llegamos a los coches y cada uno se saca sus llaves para desbloquear los seguros y subirnos. Jesús es el primero en salir y me saluda con la mano cuando pasa por mi lado. Seguidamente, acelero el coche y salgo detrás de él.
     Durante el camino miro más de diez veces la bolsa de la joyería, la cual está colocada sobre el asiento del copiloto y pienso en mil formas de pedirle a Faith matrimonio. Solos, delante de la familia, en casa, fuera… Al final decido que es mejor hacerlo cuando crea que es el momento, sin planearlo para no ponerme más nervioso. Cuando llego a casa, me escondo la bolsa debajo de la chaqueta para poder llegar hasta mi habitación sin que nadie la vea para guardarla al fondo de uno de los cajones del armario, bajo la ropa.
     —¿Al final han salido bien las fotos? —La voz de Faith me sobresalta.
     Me giro rápidamente y, al verla apoyada en la puerta, sonrío para disimular un poco.
     —Hola, cariño —Me acerco a ella y le doy un pico en los labios—. Sí, las he dejado en la agencia que las había pedido —miento—. ¿Tú qué tal por aquí?
     —Llevamos hechas cuatro bandejas de torrijas, dos de natillas y tengo el brazo dormido ya de tanto batir las claras de huevo para los huevos nevados —me cuenta.
     Río.
     —Bueno, pues ya estoy yo aquí para batir lo que haga falta.
     Un rizo le cae sobre la frente y yo se lo retiro con el dedo para luego acariciarle la cara, haciéndola sonreír. Adoro su sonrisa y el hoyuelo que le sale en la mejilla derecha. Me dan ganas de darle un mordisco cada vez que sonríe.
     —Venga, vamos, que estos son capaces de comerse las torrijas hasta estando recién sacadas del fuego —Me agarra del brazo y tira de mí hacia la cocina.
     La cocina está llena de gente. La madre de Faith está sacando torrijas del aceite caliente y sus titas las cubren de azúcar y canela o miel para luego dejarlas sobre unas bandejas para que se enfríen; Unai y Miguel están jugando con un balón de fútbol en el jardín con Sam; mi padre prepara natillas caseras con Angustias y Felicia, las abuelas de Faith. Andrés intenta coger una torrija de entre las pocas que quedan en la bandeja que parece estar lista para comer y Faith alza la voz y le dice:
     —Suelta esa torrija si no quieres morir —gruñe—. Son para Can. Hay cinco bandejas más. Aguántate un poco.
     —Joder, qué carácter tiene la niña —se queja Andrés.
     —Te has comido quince por lo menos ya —Ella se acerca y coge una torrija, coloca la mano debajo para que el almíbar del azúcar no gotee en el suelo y se acerca a mí—. Prueba.
     Muerdo el dulce. La explosión de sabores que siento en la boca es increíble. He probado otras veces torrijas, pero como estas, ninguna.
     —¡Madre mía, qué bueno está esto! —exclamo, masticando.
     —Torrijas marca Faith —dice ella, sonriendo satisfecha—. El secreto está en el pan —me susurra como si fuera un secreto que nadie puede descubrir—. Y toma, un té para acompañar —Se aleja y me sirve un vaso.
     —Gracias, mi vida. —Le doy un beso en la sien.
     Sus abuelas la llaman para  preguntarle algo sobre la natilla y verla tan contenta y lo bien que se lleva con mi padre me hace sonreír de nuevo. Mi padre va a acabar queriéndola más que a mí. Y no me importa. Yo ya la quiero más que a mí mismo.
     Me apoyo en la encimera para seguir comiéndome la torrija y el té y dirijo mis ojos a Jesús, que está tomándose una cerveza con sus cuñados en la isla, sentados en los taburetes. Él me mira y hace una mueca parecida a una sonrisa, para luego mirar a Faith y volver a mirarme a mí. Asiente y sonríe, diciéndome que todo irá bien cuando me lance y le pida matrimonio.
     Espero que a Faith le guste el anillo. Y lo más importante: espero que esta vez su respuesta sea un "sí".

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Hola, chiquisssss ✨.

¡Feliz día del Libro! 📖📖💞

Espero que el capítulo os haya gustado y que os hayan regalado muchos libritos nuevos 💖💖.

En cuanto pueda volveré a subir capitulo.

Besitossssss 😘😘.

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