Capítulo 65.- El error (Mina y el repartidor)

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—¡Aquí estás! ¡No sabes la que has montado! —dijo una de las mujeres del departamento.

—Contigo quería yo hablar —dijo otra—. ¿Sabes lo que has mandado a impresión? ¿Tienes idea de lo que has mandado a imprenta? ¡Has enviado el manuscrito inicial!

—No puede ser... —dijo Mina quedándose sin palabras.

—Te has confundido de archivo y en vez de enviar a imprimir el definitivo, mandaste el original, sin el diseño y sin las correcciones. ¿Se puede saber dónde tienes la cabeza?

—Yo... Yo lo siento... No sé cómo ha podido pasar... Ha debido ser un error...

—¿Sabes lo que cuesta esto a la empresa? ¿Tienes idea de los recursos y materiales que nos has hecho perder? ¡Y no sólo eso! No podremos cumplir con los plazos de la autora, habrá que mandarlo todo a imprenta de nuevo... ¡Pero claro! No tenemos materiales porque los hemos gastado en tu estúpido error, así que tendremos que pedir que nos sirvan más materiales... Qué desperdicio...

Mina era plenamente consciente de que había cometido un error. El proyecto era su responsabilidad y había habido un fallo. No obstante, le extrañaba que hubiese cometido un error tan ridículo, un error en el envío del archivo...

"¿Y nadie se ha dado cuenta? ¿No había nadie que revise mi trabajo? Teniendo en cuenta que es mi primer proyecto, tal vez, el director de departamento o algún subalterno debió revisar el archivo... ¿Tampoco se dio cuenta nadie en imprenta de lo que estaban imprimiendo?", pensaba Mina a toda velocidad mientras era regañada.

Y en ese momento vio aparecer al director del departamento.

—¡Tú! ¡Ven aquí inmediatamente! —le dijo enfurecido.

Era un hombre de poca paciencia y muy mal carácter.

—¡¿Cómo puedes haber cometido este error?! —le gritaba.

—Lo siento... Lo siento mucho.

—¿Tienes idea del coste de este error? ¿Lo sabes, mocosa?

Lo sabía, era plenamente consciente y se sentía terrible. No necesitaba las hirientes palabras de ese hombre para saber que había cometido un error, que por su culpa el trabajo de mucha gente se había estropeado, y que había generado unos costes tanto económicos como a nivel de imagen de la empresa frente al cliente.

—¡Eres una inútil! —le gritaba golpeándola con una carpeta.

—Señor... yo... lo siento... Pero soy nueva... aún estoy aprendiendo... tal vez alguien debió... revisarlo.

"Tú, por ejemplo. ¿Por qué entonces lo pagas conmigo?", pensaba Mina, pero no se le ocurriría jamás decir estas palabras, en su lugar, pidió disculpas de nuevo.

—Lo siento mucho... ¡Lo arreglaré! ¡Pensaré en cómo arreglarlo!

—¿Cómo vas a arreglarlo? ¿Eres estúpida?

Le hacía daño. A ella nunca le habían pegado así, ni siquiera recordaba que sus padres de pequeña le hubieran dado ningún azote, porque siempre había sido una niña muy buena. Conocía las costumbres occidentales y las coreanas, y sabía que este tipo de trato a los empleados en los niveles inferiores de una empresa, por desgracia, podía darse sin que nadie hiciera nada por impedirlo.

Ella lo había presenciado una vez, en un restaurante de comida rápida, en el que vio como el jefe golpeaba a uno de los chicos jóvenes. Intentó detener la situación, pero sus compañeras le aconsejaron que no se metiera.

Y así es la sociedad muchas veces... cobarde. Somos cobardes porque no nos arriesgamos a intervenir y a luchar ante la injusticia. Preferimos, siempre que no nos afecte, apartar la vista de la situación. Pero hemos de recordar que, ser testigos de la injusticia sin hacer nada, nos hace partícipes de ésta, nos hace cómplices o encubridores.

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