Capítulo 20.- Ciudadanos de provecho (Milk y abuela)

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—Por favor, márchense, estamos cerrados —dijo Milk intentando mantener la calma, aunque el olor a alcohol y tabaco que desprendían y el recuerdo de la última vez le ponían mal cuerpo.

—¿Así tratas a tus clientes? —dijo otro— ¡Sírvenos! —dijo el tercero.

—No podemos servir nada, estamos cerrados —continuó diciendo Milk con aparente sosiego.

—Ah... sirves a algunos clientes sí —dijo señalando a la abuela— y a otros no... —dijo para provocarlo.

—Por favor, abandonen el local o tendré que llamar a la policía —les advirtió Milk.

Dos de ellos se apoyaron en una mesa, cerca de donde estaba la abuela y el otro joven, el que parecía el cabecilla, se acercó a la barra. Cogió una botella y abriéndola la vertió en el suelo.

—Basura ¿eh? —dijo recordando las palabras que había usado Milk en su primer encuentro—. Limpia esta suciedad.

Los otros dos empezaron a reír. Estaban decididos a vengarse por el insulto de la vez pasada y querían humillar a Milk. Hubieran disfrutado viendo a un chico tan guapo y altivo humillado de rodillas limpiando el suelo ante ellos.

Claramente, habían pinchado en hueso.

A Milk ni se le pasó por la cabeza seguirles el juego, pues de momento, sólo era sumiso con la abuela y, muy de vez en cuando, con el tío ChooSam.

—Mi nieto les ha pedido —dijo levantándose la abuela—, demasiado amablemente para mi gusto, que abandonen el local, así que, por favor, márchense.

—¿Y tú quién eres? —dijo uno de los que estaban atrás.

—Soy alguien que, por su edad, jovencito, merece que le hables con más respeto.

—¿Ah sí? —contestó el líder— ¿Y tú sabes quién soy yo? ¿Acaso sabes con quién estás hablando? ¡Te sorprendería saber quiénes son mis padres y que pueden aplastaros a todos sin mover un dedo!

—Vaya... —dijo en un tono condescendiente la abuela— Al principio creí que sólo eras un poco tonto, pero en cuanto has hablado me doy cuenta de que eres profundamente imbécil.

Se hizo un silencio sepulcral.

—Maldita vieja... —acertó a decir el pequeño malhechor que no salía de su sorpresa, y se acercó hacia ella en una actitud amenazante— ¿Cómo te atreves? ¿Sabes quien soy yo?

Pero Milk, aunque su oponente era bastante más grande que él, sin dudarlo un momento, se puso en medio, protegiendo de nuevo a la abuela. Si aún fuese un gato, se le habría erizado el lomo, tendría las orejas completamente aplanadas y habría sacado las uñas.

—No te atrevas —dijo firmemente—. No sé quien eres, pero no pareces más que un niñato rico, inseguro y mimado que se escuda en el dinero de papá y cree que puede hacer lo que quiera.

"Pero estos dos... ¿qué han comido?" pensaban todos. Se miraron entre ellos estupefactos. Nunca les habían plantado cara de esa manera, ellos estaban acostumbrados a hacer y deshacer a su antojo, y sentían que debían reparar su orgullo herido.

—¡Desgraciado! —dijo el líder poniéndose más violento y obligándoles a ambos dar un paso hacia atrás, ya que Milk seguía colocado delante de la abuela.

—¿Estáis locos? —dijo dijo otro de sus secuaces, acercándose.

—¿Queréis morir? —preguntó el tercero tirando al suelo de un manotazo todo lo que estaba encima de la mesa donde se sentaba la abuela.

Al caer la cerámica provocó un gran estruendo, pero nada de esto achantó a nuestra valiente pareja.

—¿Disfrutas intimidando a un joven al que doblas en tamaño y a una pobre anciana? ¿Qué dice eso de ti? ¿Qué dice de vosotros? ¡Os sentiréis orgullosos! —dijo la abuela.

Por un momento, se quedaron quietos, sorprendidos por las palabras de la abuela y por la actitud de ambos.

—Si os marcháis ahora mismo —dijo Milk mirando duramente a los ojos al cabecilla— olvidaremos esto. No habrá consecuencias para nadie.

—Claro... ¿y qué pasa si no me da la gana, maldito bastardo? —dijo desafiante, consciente de su gran superioridad física y numérica.

—Que... llegaremos hasta las últimas consecuencias —sentenció Milk.

—¡Qué miedo! —dijo riéndose y pegándole una patada a las sillas que encontraba en su camino. Los otros dos imitaron su comportamiento.

Milk y la abuela estaban prácticamente acorralados contra la pared, pero seguían firmes.

—¡Deteneos ahora! ¡Es mi última advertencia! —gritó la abuela.

Los pequeños delincuentes no entendían nada porque no eran capaces de comprender la actitud de quienes estaban intentando amedrentar. Pero en su narcisismo y en su soberbia de niños ricos a los que nunca les han dicho "no", olvidaron una cosa, que más sabe el diablo por viejo, que por diablo.

—¡¿Qué está pasando aquí?! —gritó la policía al entrar.

La abuela había pulsado el botón de emergencia de su teléfono desde el momento en que vio la reacción de Milk al irrumpir aquellos hombres en el restaurante. No podría decirse si se debió a la conexión que tenían los dos o a que ella, al igual que Milk, era muy hábil leyendo el ambiente.

En cuanto llegó la policía e identificó a los jóvenes delincuentes, llamaron a sus padres. El padre del líder tenía un pequeño cargo político. No era nada relevante, pero se podría decir que ganaba lo suficiente como para poder proporcionarle una vida muy cómoda a su hijo y tener muy poco tiempo para pasar con él y educarlo. El drama de los niños ricos...

También llegó el tío ChooSam que se quedó atónito al escuchar lo ocurrido.

—¡Me vais a oír! —les decía la abuela a los jóvenes— ¡Ahora me vais a oír!

Aquellos gamberros, que tantas ínfulas de poder se gastaban, se desinflaron como un globito ante la situación, pero la abuela estaba decidida a darles un sermón de los suyos.

—¡Agente, por favor! —suplicaban los muchachos— ¡No lo volveremos a hacer!

—¡Pagaremos la multa! —gritaba uno— ¡Haremos lo que sea! ¡Por favor! —gritaba otro mientras la abuela seguía riñéndoles y gritándoles sin parar.

—¡Y contigo ya hablaré! ¡Qué no hemos terminado jovencito! —le dijo a su hijo, enérgica—. Ahora tengo que encargarme de esto —dijo señalando a los jóvenes.

De hecho, el tío ChooSam, por un momento y pese a todo, sintió pena por aquellos pobres infelices.

La abuela se marchó con ellos y con la policía, y podemos decir firmemente, que tras la reprimenda que se llevaron, a partir de ese entonces y por el resto de sus vidas, fueron ciudadanos de provecho.

ChooSam y Milk se quedaron solos, recogiendo los pequeños destrozos.

—¿Cómo podéis ser tan imprudentes? ¿Qué he hecho yo para merecer esto? —decía ChooSam.

Milk no contestaba pues, aunque reconocía haber sido imprudente, había obrado con la abuela en la connivencia temeraria de quienes presienten que quizás no les quede mucho tiempo.

—Irresponsables... irreflexivos... insensatos... —seguía murmurando el tío, mientras Milk se reía porque le vio ciertos parecidos con su madre, a la hora de regañar.

—¿Encima te ríes? —el ambiente cambió un poco— Has vuelto a preocuparme —dijo acercándose a Milk— ¿Recuerdas qué pasó la última vez que me preocupaste?

La escena vino a la memoria de Milk de un golpe, como uno de los azotes que recibió aquella ocasión.

—Te mereces un castigo, y esta vez no voy a ser tan indulgente.

Continuará... 

Choco Milk Shake continuación Made in Spain [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora