Historia paralela 11: Colapso

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Félix Schevert

4 de noviembre, año 2150

Dánae colapsó a los cinco meses, me había asegurado de que se cumpliera con cada paso de tratamiento de Carel sin margen de error, pero de igual manera su cuerpo no lo soportó y ahora sostenía su mano mientras ella estaba conectada a un ventilador mecánico y una torre de bombas de infusión que apenas la mantenían viva.

Necesité pedirle ayuda a mi padre para que se hiciera cargo de mis asuntos con la corona, porque no podía ausentarme de este momento con mi esposa grave.

Sentía miedo. Era corrosivo y excesivo, porque no quería ver morir a Dánae, pero lo que más inestable me hacía sentir era que mi propio miedo se mezclaba con el de Carel, haciéndolo casi insoportable.

Estuve de acuerdo con Dánae sobre aferrarse al embarazo solo por dos razones: la primera, porque era sorpresivamente terca cuando se aferraba a una decisión e incluso aunque le borráramos la memoria, si un día lo llegara a recordar, cumpliría su promesa y la segunda razón era porque era de Carel, tan estúpido como eso sonara. Aunque, no me gustaba considerarme un hombre de impulsos.

Generalmente todo iba según lo planeado, cada paso, cada parpadeo y cada palabra debe de ser controlada antes de ser dicha. Ese era mi modelo a seguir desde que tuve uso de razón como el segundo hijo, el primer varón en la vida actual de mis padres antes que Lucian y que mi hermana Iraide. Debía de ser el ejemplo y me sentía satisfecho al ser todo lo que mi padre esperó de mí, aunque mi hermano Lucian tuviera claramente menos responsabilidades y ninguna expectativa que cumplir.

No me molestaba, porque era mi lugar en el mundo. Era estúpido detenerme a lamentarme por los privilegios en los que crecí o avergonzarme del poder de la familia solo porque era demasiada responsabilidad con la cual lidiar.

Debía de tomar el desastre y controlarlo, sin deseos propios o un sentido más allá de lo moralmente correcto dentro del estatuto de cada raza.

Perfección.

Completa y pura perfección.

Así fue como obtuve la corona de los vampiros sobre mi cabeza.

Todo sería un escenario ideal, si no hubiera descubierto que era capaz de sentir algo más que indiferencia consciente por el mundo. Ese fue, quizá, el punto de inflexión que direccionó el resto de mi vida.

Tenía catorce años ese día, en el nacimiento de Carel Arscorth.

Mi tía Kaamisha estuvo inconsciente después del parto y Cedrick preocupado por ella decidió quedarse a su lado cuando ella comenzó a presentar fiebre y resistencia a la energía. Mi padre estaba molesto porque su gemela sufría y mi madre no se despegaba de su lado.

Me hice cargo de mis hermanos durante la nueva crisis y finalmente, cuando ambos dormían me acerqué a la cuna del recién nacido para asegurarme de que estuviera bien mientras los adultos seguían ocupados y entonces al verlo en silencio pero despierto, sin hacer ningún tipo de ruido con sus cachetes regordetes, ojos curiosos y el olor a sangre todavía en él, lo supe.

No recuerdo mucho después de percibir su aroma propio, pero al momento siguiente Cedrick Arscorth me había golpeado varias veces porque había hecho llorar a su hijo, le había hecho algo irremediable.

Lo marqué como mi compañero.

El asunto fue cubierto rápidamente por mi madre, quién durmió el vínculo temporalmente para eliminarlo cuando Carel pudiera resistir el dolor de quitarlo y el asunto no fue mencionado ni siquiera a Kaamisha.

Mi padre me aseguró una fuerte reprimenda y un castigo lo suficientemente duro, pero nada de eso me importó. Estaba furioso conmigo mismo, me había comportado como un animal sin capacidad de raciocinio a tal grado que no recordaba que me había motivado a hacerlo. Era un maldito niño, era solo un ser insignificante que puso mi cerebro en blanco y solo pude comportarme con instintos bajos que no pude controlar.

La reina olvidada (Origenes parte I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora