Capítulo LXXXVII

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Y Bert tenía razón; encontré una mejor forma de hacer el duelo de Marie, mejor que pasarme llorando el resto de mi vida: cantar. A pesar de que no lo hacía desde niña, siempre me había gustado y, honestamente, no se me daba mal.

De a poco retomé las clases en la Universidad, Bert me prestó sus notas y finalmente conseguí seguir medianamente con mi ritmo de vida. Sin embargo, las noches eran mis peores enemigas; tenía que dormir con la luz encendida porque cada vez que miraba a algún lugar de la habitación veía a Marie colgada del techo.

Esa noche me acosté terriblemente cansada; habíamos estado haciendo ejercicio con Emilie, cosa que no hacíamos desde la secundaria, y la falta de práctica me había golpeado duro. Tan así fue que ni bien entré en mi cuarto, me acosté vestida y me dormí profundamente.

Gritos, llantos y una sensación amarga me invadió cuando la vi, estaba amarrando la sábana al techo.

-Marie detente.- Exclamé pero ella seguía llorando.

-Duele, duele mucho.- Susurró mientras colocaba la silla debajo.

-¡Basta, deja eso!- Grité. Quise acercarme pero no podía. -¡Marie, baja de ahí!-

-Ya no habrá dolor, no dolerá.- Se dijo a sí misma en voz alta.

-¡Marie, escucha, no lo hagas!- Cerró los ojos, inspiró hondo y empujó la silla con sus pies. Grité horrorizada. Quería impedirlo, sostenerla, pero seguía sin poder moverme. Sus piernas se sacudían y yo no podía dejar de gritar y de llorar. Los llantos comenzaron a hacerse cada vez más fuertes hasta el punto de aturdirme y grité para no escucharlos.

-¡Hija despierta!- Exclamó mi madre. Me senté en la cama exaltada y miré a todos lados. Mis ojos estaban húmedos y mi cuerpo, transpirado. -Tranquila, mamá está aquí.- Quiso acariciarme pero me alejé, comencé a sentirme ahogada y me levanté de la cama. -Hija, aquí estoy... ¿Qué tienes?-

-No puedo...- Abría la boca para tomar aire pero simplemente sentía como si mis pulmones se hubieran cerrado.

-Hija...- Murmuró mirándome con tristeza e intentó acercarse a mí.

-¡Aléjate de mí!- Sin pensarlo demasiado salí corriendo de mi casa. No me importó estar descalza, ni tampoco el hecho de estar usando un pijama corto, pero necesitaba salir de ahí. Sentía una opresión en el pecho que me hacía sentir muy mal.

De repente tropecé con algo, mejor dicho con alguien, que me sujetó fuerte.

-¿Nena, qué ocurre?- No sabía qué hacía Zacky ahí pero, sin pensarlo demasiado, lo abracé y rompí en llanto. Estaba nerviosa, alterada y apostaba a que estaba en el paso previo a un ataque de pánico. Me abrazó despacio y besó mi cabello.

-Ya... Ya.- Murmuraba intentando calmarme. -Tranquila amor.- Susurró.

-No puedo respirar.- Dije con un hilo de voz, aún sin dejar de llorar. -Zack...- Me separé de él y, nuevamente, me sentí ahogada.

-Nena, mírame.- Dijo tomando mis manos. -Estoy aquí, respira despacio.- Mi llanto se había intensificado y, con cada minuto que pasaba, mi desesperación crecía y me sentía más asustada. -Jenna, por favor, presta mucha atención.- Inhaló por la nariz y exhaló por la boca, profundamente. Siempre mirándome a los ojos, incitándome a imitar su gesto. -Estoy aquí, no te dejaré sola. Ahora respira... Inhala... Exhala... Despacio, amor.- Inhalaba y exhalaba conmigo. -Calma, no llores, siente cómo el aire entra en tus pulmones.- Fueron minutos, que para mí parecían horas, lo que me tomó para calmarme. Pero funcionó, poco a poco me perdí en sus ojos y en su voz y me tranquilicé. -¿Mejor?- Asentí y sonrió dulcemente.

-Gr... Gracias.- Bajé la vista tímida y arrepentida por ser tan impulsiva. -Y lo siento.-

-Descuida.- Se sacó su chaqueta y la puso sobre mis hombros. -No debes salir así a la calle.-

-Lo sé.- Se había formado un silencio incómodo, para mí pero al parecer no para él. -Y... ¿Qué haces a estas horas?-

-Cuando no puedo dormir, doy una caminata por el vecindario. ¿Quieres acompañarme?-

Dirty Little Secret... Who has to know?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora