Capitulo 39

485 41 10
                                    

Te mereces que alguien
te diga que
hasta con los ojos cerrados
te ve.

Me suelto de su agarre e intento alejarme pero él... Tiene la mirada perdida ¿en qué? ¿En mis ojos? Un suspiro sale de sus labios y me doy la vuelta, lleva observándome días, de seguro si me reconoció o está a punto de hacerlo, acelero el paso.
Volteo a verlo y él aún me sigue viendo, demonios, me meto por unas calles para lograr perderlo, pero creo que en realidad yo me perdí.
Es de noche y estas calles no me dan confianza ¿qué rayos hago? Aún me queda dinero del vestido, pero no se ve nada aquí. Continuo caminando con cautela, empiezo a pensar que prefiero las calles con música y borrachos, que esto.
Comienzo a escuchar ruido, y con el corazón latiendo como loco corro hasta llegar ahí, es una ¿cantina? Entro observando todo.
Hay hombres peleando y otros con mujeres y vestidos cortos. Llego a la barra, un señor se acerca.
—¿Qué desea para tomar?
—Bueno en realidad quería saber dónde queda el puerto de Cádiz —le doy una de mis mejores sonrisas.
—Si no consumes no hay informes.
Arg.
—Bueno deme... Lo que sea —me sirve un líquido amarillo, lo miro con desconfianza.
—Ahora —saca papel y tinta— tú te encuentras aquí, y tienes que caminar por aquí... —empieza a trazar un pequeño mapa. Perfecto.
Escucho que al fondo alguien abre las puertas violentamente, reconozco a unos hombres del barco. Mierda.
—... Y justo aquí está el puerto.
—Gracias —tomo el papel y le dejo unas monedas— y si le preguntan por mí ¿pudiera fingir que no me vio?
Él se queda pensando. Le pongo una moneda más.
—Claro, fingiré demencia.
Salgo sigilosamente por la otra puerta, veo como me están buscando. Al salir empiezo a correr.
—¡Oye detente! —escucho lejanamente como alguien grita, sigo corriendo hasta quedarme sin aliento. Volteo, ya no hay nadie, aun así apresuró el paso, hasta que algo me golpea en la nuca y me desvanezco ¿o el mundo se desvanece?

Abro los ojos de repente, asustada la cara me punza, creo que es la mejilla, la nuca me duele terriblemente, estoy de nuevo en la celda, la única diferencia es que encima de mi están mis manos encadenadas.
—Al parecer si escapaste.
La voz suena como eco en mi cabeza, apenas estoy recobrando los sentidos, veo más arriba, esta Saeed.
Miro como la luz entra por las escaleras, ya es de día. La luz me lastima.
—No duró mucho la libertad ¿cierto?
Mis brazos están adormecidos, ya no soporto que estén arriba. Me siento un poco mareada.
—Y perdón por el golpe, era para que te detuvieras.
Así que él fue el imbécil que me golpeó, nunca creí aborrecer tanto a alguien.
—Duele, lo sé —se inclina hacia la celda y me da una mirada de compasión fingida.
Solo quiero que se calle, tengo suficiente con el dolor de cabeza.
—Espero que para la próxima que quieras escapar lo pienses dos veces —me mira de arriba a abajo, la piel se me enchina. Se da la vuelta y se va.
Doy un cansado suspiro, la desesperación se filtra por mis poros, me empiezo a sacudir de las cadenas, hasta que mis muñecas están rojas, estupendo, ahora me arden. Ya no hay forma de salir de aquí. Me niego que quedarme, pero no tengo opción, estoy harta de quedarme sin opciones. Extraño a papá muchísimo, me hace tanta falta su cariño incondicional, lágrimas de dolor y furia caen por mi rostro, cuando pasan por mi mejilla me arde. Sollozos apenas silenciosos empiezan a llenar el lugar, siento que me rompo en miles de pedazos y se pierden en el mar, se los llevan las olas.
Sigo llorando, al parecer es lo único que me queda hacer, lo hago hasta que se detienen ¿acaso se me han acabado?
—El capitán te quiere ver —¿por qué no puedo romperme a solas?
Saeed abre la cerda y quita las cadenas de arriba, más no de mis manos.
—Salte.
Lo hago obedientemente, y me empuja.
—Apúrate —su tono es tan petulante.
Tomo un respiro largo. Sigo avanzando y me vuelve a empujar, lo vuelvo a ignorar hasta que lo hace una tercera vez.
—Detente —farfullo.
El nudo en la garganta comienza a apretarme, no lloraré y mucho menos enfrente de él.
—¿Estabas llorando? Ya era hora de supieras lo duro que es la vida —dice con arrogancia— niña consentida... —y me vuelve a empujar.
—¡Podrías dejar de hacer eso, maldita sea! —exploto en su cara.
—Tu no...
—¡Saeed! —le grita el hombre de oscuros ojos verdes y le da una mirada dura.
No noté lo cerca que está. Saeed no me vuelve a empujar en todo el camino.

Si te vuelvo a amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora