Capitulo 28

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No el doble, ni por dos, ni al cuadrado, sino con la fuerza de un ejército de tres mil latidos y doscientos litros de sangre que queriéndote dar más de lo que tiene te da lo que es.

Apresuro mi paso para no perderlo, cuando salgo del cine no lo veo por ningún lado, hasta que a lo lejos veo que da la vuelta en una esquina, lo sigo. Vagamente escucho como detrás alguien me llama por mi nombre.
Lo ignoro y continuó, cuando llegó a esa calle él de nuevo dio vuelta.
Camina impresionantemente rápido. Llego a la esquina y otra vez se ve que da vuelta en otra calle.
—¡Dasha! —se escucha un grito a la lejos. Creo que es Nat.
Arg. Decido continuar, pero veo que cada vez las calles son más sombrías. Me detengo en seco.
Tal vez sea una trampa, doy la vuelta para regresar y me topo con el viejito, justo enfrente de mi. Eso fue raro ¿de dónde salió?
—¿Estas perdida? —dice amablemente.
—¿Luzco perdida? —pregunto suavemente.
Él muestra una sonrisa ladeada.
—Cariño, luces muy perdida.
Parece que habla de algo más, no precisamente de estar extraviada entre estas calles. Es sobre algo más.
Me toma algunos parpadeos responderle.
—¿Y por qué no me orienta?
Y no literalmente.
Su sonrisa se amplía.
—Creo que puedes hacerlo tu sola.
Da la vuelta y camina.
Todo se empieza a acumular, lo que he sentido todo este tiempo, los sentimientos asfixiantes, las palabras misteriosas, la angustia, el estrés de la semana, las escasas horas dormidas, el constante cambio de humor de Kilian. Y todo explota en esa calle.
—¡Tú sabes de qué estoy hablando, tú sabes perfectamente todo! ¡No finjas que no sabes nada! —él se detiene y yo me acerco— ¡La demencia no va contigo, así que más te vale que me digas de que va todo esto!
El da la vuelta con el ceño fruncido.
—¿De qué estás hablando? —pregunta extrañado. Genial hice lo que Derian me dijo que no hiciera, venir y preguntarle cómo loca qué rayos. Lo único que me queda es pedirle que no me meta a un manicomio.
¡Qué más da!
—Tu sabes de lo que hablo —digo con menos convicción.
—No, no tengo ni la menor idea.
Ay.
—¿En serio no lo sabes? —sólo una vez más.
—No Dasha, no lo sé.
¡Hey espera!
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Pues —se encoge los hombros— luces como una Dasha.
—¡Arg, no me jod...—él me tapa la boca.
—No digas malas palabras.
Me quitó su mano.
—Es la excusa más tonta que he escuchado.
—A veces las personas lucen como sus nombres —dice despreocupadamente.
Pierdo un poquito el control.
—¡Es el colmo! No puedes estar diciendo esto, simplemente admítelo ¡Dios mío!
—Dasha cálmate.
—¡No! ¿Qué no sabes que no debes decirle a una mujer que se calme cuando está enojada?
El ríe sonoramente.
—Cierto lo olvide.
—Oye —me acerco— sólo dime que todo esto tiene sentido y que no estoy perdiendo la cabeza. Sólo dime eso.
Su mirada me ve fijamente, esos ojos azules debieron ser muy peligrosos.
—No Dasha, todo esto tiene más sentido que la vida misma.
—Pero —hablo reflexiva— la vida algunas veces no tiene sentido.
—Exacto —me sonríe.
Descansa mi ser, el volcán de sentimientos llenos de desesperación se congela.
—Entonces ¿me vas a decir?
—No
—¡¿No?¡
—No ahora Dasha —se nota el humor en su voz— luego, cuando estés más tranquila.
—Pero estoy tranquila.
Me entrecierra los ojos.
—Sabes que no, además está eso.
—¿Eso?
—¡Dasha! —se escucha la voz de Nat, pero más cerca.
—Oh eso —me quedo pensando— ¿Porqué debo estar tranquila?
—Porqué lo vas a entender mejor así. Créeme. Ahora debes irte.
—Pero ¿en dónde te veo?
—Yo te busco, no te preocupes.
—¿Cómo sé que te veré?
—Lo sabes, te volveré a ver.
—¡Dasha! —Nat ya está muy cerca.
—Corre —me dice— dile que viste a un viejo amigo y no pudiste evitar el perseguirlo para saludarlo.
—Eso es lo que le iba a decir.
—Ya lo sé —muestra una sonrisa arrogante y le lanzó una mirada.
—¡Dasha! Aquí estás —volteo y veo a Nat, esta sonrojada, supongo que de tanto correr. Me empiezo a sentir culpable. Viene hablando por teléfono.
—Olvídalo, ya la encontré —le dice a la persona que está del otro lado de la línea y cuelga.
Volteo de vuelta para ver al viejito, pero ya no está.
—¿Dasha? ¿Estás bien? ¿Por qué saliste de repente?
—Vi a un viejo amigo y no pude evitar correr para saludarlo.
—Me asustaste —ella suspira— para la siguiente que decidas correr hacia alguien avísame.
Asiento y caminamos hacia el auto mientras escucho a Nat contar el número de calorías que quemo ahorita.

Si te vuelvo a amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora