48 (Primera Temporada)

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Narra Bruno:

— ¡Bruno! ¡Ya es la quinta vez que te llamo! — Escuché que reclamaba Micaela.

Estaba con tanta pereza que no podía separarme de la almohada. A diferencia de Micaela, desde que tengo uso de razón yo siempre odié tener que levantarme temprano.

— ¿Y nuestro vuelo? — Pregunté entre medio de bostezos.

— Sale en una hora. Entonces es mejor que te vayas a bañar, así después nos vamos.

Cerré los ojos y después de un buen tiempo, finalmente tuve el coraje de levantarme e ir hasta el baño. Después de una ducha refrescante y una buena taza de café, me sentí mejor. Mientras tanto, Micaela ya había acomodado todas sus cosas y también las mías.

Terminé de arreglarme y sentía un clima de melancolía. Realmente, todo lo que era bueno duraba poco. Los últimos días habían transcurrido en un abrir y cerrar de ojos. Y ahora teníamos que enfrentar lo inevitable: Volver a casa y continuar con toda nuestra farsa.

El simple hecho de pensarlo, ya me generaba náuseas.

Ya era hora de irnos y juntos miramos por una última vez nuestro refugio. Miré a los ojos a Micaela y pude notar que ella estaba llorando, por lo cual la abracé fuerte.

— Vamos a volver otro día, te lo prometo. Y el día que volvamos ya no vamos a tener que seguir escondiendonos de nadie—Susurré en su oído. Ella concordó, haciendo una señal afirmativa con su cabeza. La besé rápidamente y nos fuimos, dejando atrás a la mejor semana de nuestras vidas.

El regreso hacia casa fue hecho en un clima triste. Y si bien el viaje era relativamente corto, Micaela casi ni me había hablado por los nervios que sentía.

Finalmente, llegamos a Buenos Aires en un día lluvioso: nada podía combinar mejor con nuestro humor que aquel día tan oscuro y sombrío.

Tomamos un taxi, nos sacamos las alianzas de los dedos y llegamos a nuestra casa, en donde fuimos recibidos alegremente por nuestros papás y hermanas, que nos abrazaron efusivamente.

— ¡Espero que tu hermano te haya cuidado bien! — Dijo papá.

Todo eso era horrible. Si antes ser llamados hermanos me incomodaba, ahora resultaba más que insoportable.

Micaela era mi mujer, y escuchar a alguien decir que era mi hermana me sonaba como una blasfemia.

Claro que en parte estaba feliz por estar en casa: sentir el amor, el cariño y la preocupación por parte de nuestros papás y hermanas dismunían un poco el enojo del regreso.

Había sido un largo día y estaba realmente cansado por el viaje. Así que me despedi de todos y subí las escaleras, sin conseguir mirarla a Mica. Entré a mi cuarto y respiré profundo. Cerré la puerta y me senté en medio de la cama, observando lo que había a mi alrededor.

Todo lo que quería era poder estar en un cuarto junto a Micaela en una cama matrimonial y poder descansar juntos. Pero acá estaba yo: en mi viejo cuarto, con una porquería de cama de soltero y lo peor de todo... solo.

Las horas pasaban lentamente y a pesar del cansacio, no podía dormirme. Daba vueltas de un lado al otro, escuchando como la lluvia caía intensamente.
Miré el reloj y vi que eran las dos de la madrugada. No podía reprimirme más, así que me levanté decidido y fui al encuentro de quien queria.

La casa estaba totalmente silenciosa. Caminé lentamente y en punta de pies hasta llegar a la puerta de la habitación de Mica, traté de hacer el menos ruido posible al ingresar a su cuarto.
Todo estaba oscuro, pero podía ver que ella estaba acostada.

Al principio creía que estaba durmiendo, pero observándola un poco mejor pude notar que ella estaba temblando y sin dudarlo me acerqué más hacia a ella.
Pude escuchar que ella estaba sollozando y mi corazón se partió al ver aquella escena.

Levanté el acolchado y me acosté al lado de ella, escuchándola suspirar un poco asustada, por lo cual la acurruqué en mi pecho.

A pesar de que todavía ella estaba dormida, me agarró fuerte del brazo y permanecimos abrazados. Podía sentir cómo sus lágrimas mojaban mi pulso y decidí quedarme hasta que ella se calmara.

Finalmente, ahí acostado con ella en mis brazos, sintiendo su cuerpo junto al mío, pude comprobar que me sentía en casa: Micaela era mi casa.

Me desperté sintiendo una pierna entre las mías y sonreí, todavía tenía mis ojos cerrados. Hasta que pude escuchar que alguien comenzaba a gritar:

— ¿Qué está pasando acá?

Micaela me miraba sorprendida al notar que había dormido con ella, sin comprender todo lo que estaba pasando. Pero más sorprendida y asustada me miró cuando pudo notar quién estaba gritando, era nada más ni nada menos que... Mamá.

Narra Mica:

Sentí que el corazón casi se me salía de la boca al ver que mamá estaba en frente nuestro.  Claro que sentí que Bruno estaba durmiendo conmigo, pero creía que solo era un sueño, por eso me sorprendí tanto al verlo al lado mío.

Bruno y yo nos sentamos en medio de la cama. Y pese a mi confusión, lo primero que hice fue fijarme si ambos estabamos vestidos, por suerte si lo estábamos.

Pude notar que Bruno parecía estar aún más sorprendido que yo. Entonces decidi tomar la iniciativa y hablar. Mamá nos miraba desconfiada y esperaba alguna respuesta.

— Anoche tuve una pesadilla—Expliqué nerviosa.—Bruno me escuchó gritando y quiso ver cómo estaba

— ¿Dormisté acá con tu hermana? — Preguntó mamá, dirigiéndose hacia a él.

— Si. Ella estaba muy asustada y creí que era mejor que me quedara hasta que se calmara.—Respondió él, entrando en juego. — Yo estaba muy cansado y no me di cuenta que me había quedado dormido— Bruno comenzó a reírse nerviosamente

— Si — Dijo mamá, frunciendo el ceño.

Percibí que ella nos miraba en una forma demasiada rara, y quizás no nos había creído nada.

Más Que Hermanos [Adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora