64 (Segunda Temporada)

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Narra Bruno:

Ya habían pasado tres días desde que Julieta nació. Ahora que María ya se había recuperado, estaban volviendo a la casa de ellos, llevando en sus brazos a esa preciosa bebé que estaba envuelta en mantas.

Durante esos días, Micaela quedó completamente encantada por la bebé. La observaba a Julieta cariñosamente e intentó ayudar lo máximo que podía. Le cambiaba los pañales, aprendió a bañarla. Verla así me emocionaba profundamente porque ya podía imaginarla con nuestro hijo, cuidando de él con todo su amor. Estaba seguro de que ella sería una madre excepcional.

Durante ese período, intenté mantener una distancia segura. Estaba cansado de tanto dolor y tristeza. Yo estaba cansado de vivir en una constante ruleta rusa emocional y necesitaba desesperadamente de un poco de paz.
Me aislé en el cuaro en la esperanza de encontrar un escape para la confusión que estaba transitando en mi vida.
Necesitaba de esa soledad, de esa invasión de la oscuridad, teniendo por compañía apenas el sonido del viento.

Intentaba ejecutar normalmente mis tareas diarias y me limité a tener el mínimo contacto con las personas que vivían en la casa, haciendo meramente lo que la eduación y cortesía mandaban.
Eso incluía estar en la mesa durante las comidas, responder cuando me hacían alguna pregunta, darle atención a mi abuelo cuando él necesitaba explicarme algo importante.
Con respecto a Micaela, evité tener contacto y, principalmente, su mirada. Era muy doloroso ver reflejado en sus ojos esa constante decepción.

En esa madrugada me desperté con el sonido de un gallo que golpeaba sin parar en mi ventana. Me quede dando vueltas en la cama y había perdido completamente el sueño, así que decidí tomar un vaso de leche.
Me puse la bata y fui hasta la cocina. La casa estaba silenciosa. Respiré profundamente y me gustaba sentir esa tranquilidad reconfortante.

Al agarrar la leche, vi que había sobrado un poco de la torta de manzana que Micaela había hecho y decidí terminar con ella. Me serví leche en un vaso y una porción de torta en un plato. Había dado el primer mordisco, cuando escuché el ruido de pasos que provenían del pasillo. No levanté la cabeza para ver quién era porque me imaginaba que sería el abuelo y que quizás estaba yendo al baño.

— ¿Tenes hambre?— Preguntó Micaela parada en la puerta. Sorprendido, levanté la cara en su dirección.

¿Por qué ella tiene que ser tan linda?- Pensé cuando la vi.

Su pelo rubio caía en suaves ondas por sus hombros. Sus ojos somnolientos la hacían parecer frágil y desprotegida. Ella estaba usando un olgado camisón de algodón que había sido de mi abuela. El tono azul realzaba todavía más el color de su piel. Sentí la familiar sensación de fascinación que tenía siempre que la veía, seguida de esa mezcla peligrosa de amor y de deseo, que unidas formaban el más maravilloso y fatal de todos los cócteles y que era capaz de vencer las buenas intenciones de cualquier persona.

Intenté ignorar esos sentimientos y los tragué junto con el pedazo de torta de manzana que estaba en mi boca.

— Insomnio.— Respondí agachando la mirada y volviendo a comer.

Ella se quedó en silencio, probablemente me estaba observando. Continué con la cabeza baja, fingiendo calma y despreocupación.

— ¿Puedo comer esa última porción?— Preguntó apuntando para la bandeja.

— Si, servite todo lo que quieras.— Respondí, sacudiendo los hombros.

Me di cuenta que ella se estaba moviendo por toda la cocina, probablemente estaba agarrando un plato, una taza y cubiertos. Digo probablemente porque no la miré solamente suponía lo que estaba haciendo por lo que escuchaba.

Más Que Hermanos [Adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora