63 (Segunda Temporada)

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Maratón 3/3:

Narra Micaela

Cuando pude calmarme lo suficiente como para sostener la bandeja sin temblar, volví al living y, para mi alivio, solamente lo encontré al abuelo. Mientras le alcanzaba la taza de café, pregunté discretamente dónde estaba Bruno.

— Él pasó por acá hace algunos minutos pareciendo ser un toro indomable y se encerró en el cuarto.— Respondió mirándome atentamente.

Agarré una cuchara y me senté en la silla, tomando lentamente el té que me había preparado especialmente para mí. Mis manos temblaban ligeramente y trataba de sujetar con fuerza la taza para evitar que el té se derramara. 

Yo estaba completamente aturdida. De un minuto para el otro, había pasado de ser victima a victimaria, ¡acusada de falsa y de arrogante! ¿Cómo las cosas pudieron haber cambiado tanto en tan poco tiempo?
Yo me sentía completamente sacudida.

Claro que yo estaba dolida.
Al final, creía que él me había traicionado. Creía que me estaba comportando de forma coherente. Solamente que no me imaginé que eso pudiese afectar a Bruno de esa manera e, indirectamente, a mí también.
Mi cabeza estaba con demasiadas cosas para encontrar la serenidad que necesitaba para reflexionar y llegar a una conclusión. Decidí atrasar ese asunto. Necesitaba concentrarme en el problema más inmediato del momento.

La noche se arrastraba. El cuadro de María iba avanzando.Alejandro no salió de su lado y no aceptó nada de lo que le ofrecíamos. A su vez, Bruno no salió más del cuarto.
Me quede caminando por toda la casa, sin poder estar quieta por mucho tiempo en un mismo lugar. El abuelo fue el único que permaneció sereno y de buen humor.

En un determinado momento, las contracciones de Maria ya eran más fuertes y constantes. El abuelo fue para el cuarto donde  ella estaba y no salió más de ahí.
Yo me quedé circulando impaciente, juntando toallas y sabanas limpias, hirviendo agua y esterilizando algunas cosas que me habían pedido. Después me quedé esperando en el living, hasta el abuelo apareció y dijo:

— Micaela, ¡creo que llegó el mometo! ¿Ya preparaste todo lo que te pedí? 

— Si, ya está todo. — Entregué todo en sus manos.

— ¡Perfecto! Espera acá. ¡Alejandro y yo vamos a encargarnos de todo! — Y salió corriendo.

Yo estaba nerviosa y movía las manos, caminado de un lado para el otro, intentando imaginar lo que haría si estuviese en esa misma situación. Realmente, era mejor quedarme en donde estaba porque sino solamente les molestaría.
Pero algunos minutos más pasaron, hasta que un llanto fuerte se hizo escuchar. Corrí hasta al cuarto. Bruno también debió haber escuchado el llanto porque abrió la puerta de su cuarto y nos chocamos en el pasillo. Nos miramos sorprendidos ante ese inesperado encuentro.

No dijimos nada. Su semblante era impasible. Su indiferencia me afectaba. Pero trate de ignorar mis sentimientos complicados. Seguí mi camino y entré al cuarto, seguida por él.

María estaba acostada en la cama, visiblemente exhausta mientras miraba cariñosamente para algo rojo, arrugado, pequeño y lindo que lloraba a puro pulmón en las manos de mi abuelo. Emocionado, Alejandro cortaba el cordón umbilical.

— ¡Ella está perfecta, María! — Celebró mi abuelo, sonríendo feliz. Ella sonrió cansada, pero estiró los brazos. El abuelo envolvió al bebé en una toalla limpia y la entregó en sus brazos. El pequeño ser, pareciendo haber reconocido a quien lo alzaba, silenció su llanto y abrió los somnolientos ojos.

— ¡Felicidades! ¡Ella es muy linda!— Felicité al observar su delicada cara.

— Gracias — Dijo María francamente.

— Felicidades a ambos, ¡ustedes se lo merecen!— Bruno habló alegre y eso hizo que mi corazón saltara en mi pecho.

— Y entonces, ¿ya saben cómo la van a llamar?— Preguntó el abuelo.

María miró atentamente la cara de su hija, antes de responder lo siguiente:

— Julieta

— ¡Perfecto! — Concordó Alejandro, después de mirarla sorprendido por unos segundos.

Yo miraba emocionada para ese pequeño milagro que calmamente se acomodaba en el regazo de su mamá. Llevé la mano hasta mi garganta como si pudiese parar con ese nudo que sentía preso ahí.
¡Esa linda escena familiar era algo maravilloso! Pero al mismo tiempo, me traía una extraña tristeza.

El abuelo le dio su primer baño a Julieta, que lloró todo el tiempo. Bruno y yo nos nos mirábamos maravillados y completamente impresionados.

— Ustedes dos traten de observar y aprender. El tiempo pasa rápido y en breve serán ustedes dos los que bañaran a su hijo y cambiaran pañales.— Aconsejó mientras se reía.

Bruno y yo nos miramos rápidamente. Me quedé pensando sobre lo que el futuro nos reservaba. Alejandro abrabaza a Maria cariñosamente y acariciaba su pelo. ¡Parecía tan feliz y realizado!
Me acordé que, incluso con su apariencia ruda, había sido muy atento al sujetar la mano de ella todo el tiempo y diciéndole palabras positivas.

Entonces entendí el motivo de mi aflicción. Entendí qué sentimiento era aquel que angustiaba mi pecho y hacía quemar mi garganta.
Era eso lo que quería para mí, cuando llegara el momento de tener a mi hijo. Sabía a quién yo querría a mi lado, sosteniendo mi mano y conteniéndome, a quién le consultaría para elegir el nombre de mi bebé. Y él estaba a pocos metros de distancia.
Mi corazón dio un salto, sentí que un calor nacía en mi pecho y que me inundaba el alma.
Yo no me privaría de tener al papá de mi hijo conmigo en el momento más importante de toda mi vida. Y, con seguridad, yo no lo privaría a mi hijo de tener a su papá testimoniando su nacimiento. 

¿Qué significaba una supuesta traición frente a esa sublime verdad? Suposiciones, desconfianza. Solamente ahora entendía que me estaba guiando por posibles fallas, por probables errores.
¿Y si nada pasó realmente? ¿Será que Bruno no merecía el beneficio de la duda?
Y si realmente pasó, ¿puedo realmente afirmar que él me había traicionado en su corazón?  ¿Él había usado o se había dejado usar? Algo me decía que la verdad estaba ahí, en un camino entre el cuerpo y el espíritu.

Lo miré a la cara, acordándome de la primera vez que lo vi en ese hospital y de cómo me impresionó al dejar que sus emociones fueran transparentes.  Bruno no podía mentir o disimular. Él simplemente era lo que era.

Fue como si mi corazón hubiese dejado de latir ante la fuerza de esa verdad que me invadió.
Ese Bruno que yo conocía jamás me traicionaría, incluso con pruebas tan indiscutibles.
Dejé que el amor hablara más alto y que gritara a través de cada fibra de mi cuerpo. No había como negarlo: ¡él era inocente! 
No sabía cómo explicarlo, pero estaba segura de que él era tan víctima como yo. Si, ¡el abuelo tenía razón!
La llave para la verdad y para ese misterio estuvo todo el tiempo ahí adentro mío, adentro de nosotros , en nuestro amor.

Esa certeza quemaba en mi pecho como una llama.
Por primera vez en mucho tiempo, volví a sentir un propósito en mi vida.  No sabía muy bien cómo actuar, pero tenía la esperanza de que el destino me mostraría el camino. ¡Si! De alguna forma Bruno, nuestro bebé y yo estaríamos juntos.

Hoy, en este día tan particular, nació Julieta. Y una nueva decisión en mi vida.

Más Que Hermanos [Adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora