51 (Segunda Temporada)

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Narra Micaela:

Tiempo. Segundos. Minutos. Horas. Días. Semanas. Día o noche. 

Tiempo: Algo muy relativo y sin sentido en mi vida. Yo no sabía a que hora me despertaba, comía o dormía. Todo lo que sabía era que aquello que no pasaba, estaba siempre conmigo desde el momento en el que abría los ojos al instante que volvía a cerrarlos. Dolor. Dolor además de la razón, dolor además de la comprensión. Y nada, simplemente nada lo hacía parar.
Yo podía dar vueltas en la cama de un lado para el otro, pero el dolor seguía siendo insistente y poderoso. Eso me quemaba y ardía como un ácido muy fuerte.
Corría hasta la cocina en el medio de la noche y tomaba varios vasos de agua fria, como si sentir el frio entrando por la garganta pudiese alivianar esa desintegración interna.
Me acordaba perfectamente la primera noche de ese tormento.

Totalmente agotada, después de horas de un llanto prolongado, caí en un sueño agitado y soñé que estaba corriendo y alguien me perseguía, no podía ver quién era, pero sentía el peligro.
Estaba asustado y corrí por medio de los árboles, buscando refugio. Ya estaba anocheciendo. El frio y el cansacio me invadían, pero la persecución continuaba, así que tenía que escapar. De repente, una figura aparecía adelante mio, yo gritaba de miedo, gritaba hasta perder la voz.

Después de esa primera noche, no quise dormir más porque tenía miedo de los sueños. Tenía miedo de esa figura misteriosa, tenía miedo de ese desconocido.
Me desperté sola en mi cama y, como siempre, cuando abría los ojos, lo primero que veía era una foto nuestra en la que estabamos abrazados y felices.

El dolor aumentaba. El acido del sufrimiento recorría por mis venas, corriendo todo lo que se encontrara en su camino. Sentía una agonia lejos de las palabras, el dolor de lo que fue, de lo que era, de lo que pudo haber sido y de lo que nunca más sería.
La sensación que yo tenía era que había sido apuñalada, no había lugar que no doliera. Era como estar cubierta de heridas sangrientas que no cicatrizaban. Y que dolían al punto de enloquecer.
Me movía en la cama en búsqueda de una posición que me diera algún alivio, pero todo permanecía.
Yo tenía una vaga noción de personas entrando en el cuarto hablando conmigo, intentándome dar comida y otras cosas, pero yo no quería nada.
Tuve la impresión de que Paula estuvo a mi lado, pero no podía verla de verdad.
Parecía que yo me estaba quemando en una dolorosa fiebre, viviendo el delirio de ese dolor. El llanto y las lágrimás no conseguían minimizar tal veneno, yo estaba muy lejos de cualquier antidoto.

Después de días así que parecían interminables, casi no me movía, solamente sollozaba sin fuerzas, agotada. Fue entonces que surgieron brazos que me levantaron de la cama, sacandome de ahí.

— Va a estar todo bien, hija— Reconocí la voz de papá mientras me cargaba en sus brazos.
— Papá está acá

Al ver nuestro portaretrato, cerré los ojos con fuerza. No soportaba estar rodeada de mentiras basadas en ilusiones y falsas esperanzas. No quería acordarme de sus ojos, de su boca, de su pelo, de su piel ni de su voz.

Fui llevada hasta otro cuarto. Al principio no sabía para donde estaba siendo llevada, hasta que distinguí algunas fotos de Florencia. Ese era el cuarto de ella.
Acostada en la cama, mire alrededor para intentar familiarizarme con el ambiente. Al ver que lo que había en la mesita de luz, comencé a gemir de nuevo en agonía.

— ¿Qué pasa hija? — Preguntó papá preocupado— ¿Qué es lo que te está incomodando?

Yo no tenía fuerzas para hablar.
Apunté el portaretratos que estaba a mi lado, cerrando los ojos con fuerza. Nosotros cuatro juntos y abrazados, Florencia, Bianca, él y yo.

— Voy a sacar esto de acá— Escuché que dijo mamá— Listo, ya podes abrir los ojos.

Al final de ese día, comencé a sentir un leve alivio. Mamá me trajo sopa y pude tragar algunas cucharadas. Con su ayuda, me di un baño rápido y me cambié la rooa. Y apoya en ella, volví al cuarto de Florencia.
Cuando la noche llego, todavía tenía miedo de dormir.
Tome un vaso de leche y comí unas galletitas que mamá me había traido, pero tenía miedo de cerrar los ojos.
Papá se dio cuenta que estaba luchando con el sueño y se sentó al lado mio.

Más Que Hermanos [Adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora