13.

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Un lago en el cielo
quiero ser suave
para evitar tu dureza
apago tu fuego
enciende mi agua
puede que no haya certezas




Y finalmente cuando nos separamos, cuando tuvimos la seguridad suficiente como para encontrarnos uno frente al otro, nuestras miradas se cruzaron.




- yo... - dije tomando la palabra pero aún tomándola de la cintura y teniéndola tan cerca como antes.



- No digas nada. Ya está Paio... no hay nada que decir.




Robó un beso de mis labios y se estiró sobre mi cuerpo obligándome a tirarme sobre la cama. Acaricié su pelo mientras buscaba su mirada una y otra vez, pero ella suspiraba cansada y cerraba los ojos.



- Bian...



- Paio... nos besamos... ¿que más tenemos para decir? – su voz sonó suave y tranquila mientras oía el latir errático de mi corazón.



- Que te quiero... eso.




Sentí su risita dejando que se acomodara más contra mí. Esa noche dormimos juntos sin importarnos de nada. Sólo nosotros.








---Vamos despacio
para encontrarnos
el tiempo es arena en mis manos
sé por tus marcas
cuanto has amado
más de lo que prometiste






La mañana siguiente me encontré con su cabeza en mi hombro y parte de su cuerpo sobre el mío. Sus piernas se enredaban con las mías y tenía esa carita angelical que había tenido desde cuando la había conocido. Respiraba con paz con sus ojos herméticamente cerrados y su mano apoyada en mi pecho.
Diez y media de la mañana de un sábado fue cuando ella se despertó acurrucándose con mi cuerpo por miedo a despertarse. Le acaricié la espalda con ternura mientras le susurraba en el oído que se despertase, pero con la dulzura que a ella le gustaba. Porque ella me derretía de amor.



- Bian... son las once menos cuarto... - dije en su oído mientras escuchaba un bufido de cansancio. Reí apenas mientras que ella se tapaba los oídos como una nena. – me vas a escuchar igual... quieras o no. – advertí divertido.

Utopias ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora