48.

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  Y aquella noche fui a nuestro punto de encuentro. No sabía ni siquiera que hacía, y que era a lo que me llevaba esa locura vespertina. Caminaba por la calle a esa misma hora, a las diez de la noche luego de otra carta que aquella mujer se había asegurado en dejar en mi puerta. Contenía una rosa roja junto a ella y me sentí el peor hombre que existe sobre la faz de la tierra. Cinco días sin Bianca compartiendo mi cama, mi hogar. Cinco días sin ver a mis hijos ni saber si quiera de ellos, de su existencia. Porque una vez que me había desligado de Bianca, también lo había hecho de mis hijos y eso era lo que verdaderamente me molestaba. Pero que irónico parecía ¿no? estaba desolado sin ellos, pero no buscaba el remedio para llamarlos... para saber, para enterarme. Y al parecer mi hija no preguntaba por mí, porque si lo hubiera hecho, ya estaría acá, conmigo acurrucados los dos mirando la Bella y la Bestia, su película favorita desde sus gloriosos cuatro años.
Ahora me encontraba caminando los pasillos de la discográfica. Caminaba y con el rumbo fijo, cortarle a esa mujer de una buena vez, porque me vida con o sin ella ya estaba completamente arruinada.







Llegué a su encuentro. Ella me esperaba de espaldas y me di cuenta que era una mujer realmente atractiva. Sus piernas largas y voluptuosamente sensuales. Su pelo largo a la cintura que caía por su espalda con la armonía justa. Su espalda que por otro hombre podría ser el camino a la perdición. Cantaba una canción de espaldas a mí, y cantaba y su voz resonaba en mis oídos. Porque sí que cantaba bien.
Carraspeé, pero fue en vano, el volumen de sus auriculares estaba altísimo. Pero por una razón la cuál desconocía, sabía que ella esperaba por mí y que sabía – y mucho lamentablemente- que yo iría allí. Que caería en sus redes una vez más y me dejaría envolver con ellas. Y no porque la deseara, si no porque mi propia cabeza me obligaba. Aunque claro, las decisiones, eran mi responsabilidad, totalmente mía.






Y me acerqué con paso cerrado, despacio. Porque no quería asustarla, pero tampoco quisiera tocarla. Porque eso sería el comienzo de algo que no quería empezar.
Me coloqué frente a ella. Mantenía los ojos cerrados y por un momento la sentí acorde. Y cuando se dio cuenta que yo estaba frente a ella me miró con los ojos entornados. Su maquillaje era perfecto, y su color de piel era embriagadora, tan embriagadora como ella, pero qué mal me había ido. Los vicios no son buenos.




- yo sabía que ibas a venir. – me dijo sacándose los auriculares y dejándolos a un lado. Me limité a mirarle la vestimenta.



- No me hagas esto... - dije mientras ella se acercaba con otras intensiones- no vine para que pasemos una noche eterna ¿si? – y la despreciaba a veces.

Utopias ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora