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 Bianca yacía debajo de mi cuerpo estremeciéndose. El sudor corría por sus mejillas mientras yo me concentraba latente encima de ella recorriendo con mis labios su figura.
Era la segunda vez que habíamos hecho el amor, y ya estábamos dentro de nuestra habitación.
Ella estaba con su ligero pijama de siempre, ese pijama provocativo que usaba en cada aniversario que mostraba más de lo que aparentaba. Sus pelos estaban enmarañados esparcidos ligeramente por la almohada blanca.







- amor son las cuatro de la mañana... - me dijo luego de unos minutos sacándome suavemente de su cuerpo.


- ¿que ocurre con las energías recuperadas? – y reímos ligeramente porque las energías ya estaban recuperadas mucho tiempo antes.


- Estoy agotada. – y respiro hondamente para luego darme un beso cálido y suave en los labios. –


- Precisamente es lo que quería. – dije con una sonrisa, enorgullecido.


- ¿Todos los aniversarios van a ser así? – dijo acurrucándose con mi pecho con los ojos ligeramente cerrados.


- Si. – suspiré divertido- ¿te molesta?


- Hazme simplemente acordar sobre las pastillas para los dolores musculares. –





Y luego se durmió.








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Eran las nueve de la mañana temprano cuando sentimos un barullo que provenía de abajo. Estábamos en la misma posición que la noche anterior, y nos encontrábamos recostados sobre la cama desarreglada. Mis ojos se cerraban inconcientemente evitando el despertarme. Porque realmente no deseaba despertarme. Era el paraíso. ¿Quien quería despertarse de un paraíso, de un sueño?
Abrí los ojos, quizás por consecuencia de reflexionarlo demasiado.
La mañana soleada golpeó en mis ojos con violencia obligándome a cerrarlos y taparme la cara con el único brazo desocupado. Somnoliento, bostecé.







- Bian... Bian amor. – dije en delicados susurros en su oído. Ella se estremeció al sentir que mis pies se habían desenroscado de los suyos.


- ¿Qué? – murmuró adormilada rasguñando sin dolor, mi pecho.



- Es hora de despertarse.








Y apenas lo dije, la puerta se abrió abruptamente de par en par. Abrí los ojos como platos: mis amigos, las amigas de Bian y mis hijos se encontraban en la puerta de nuestra habitación.
Mi cara empalideció mientras que ella seguía firmemente reposando sobre mi pecho, no se había percatado aún. Me vi en la obligación, incómodamente de moverla con la pierna para que despertara.
Alcé mis brazos hacia el acolchado de los pies y cubrí a Bian con él. Mi mirada insinuó todo: debían de cerrar la puerta.
Las miradas de todos se habían quedado impregnadas en mi cabeza. Sorpresa, orgullo y ternura fueron las más distinguidas. Confusión, fue la de mi hija.
Zamarreé ligeramente a Bianca logrando despertarla. Gruñó como una pequeña mientras me levantaba de la cama con nerviosismo dirigiéndome hacia el cuarto de baño.





- ¡Bian levantate! – grité desde allí mientras me colocaba el calzoncillo a cuatro patas.


- ¡Dejá de gritar! – dijo molesta entrando al baño para cepillarse los dientes. – ¿Que ocurre? – dijo mirándome de arriba abajo.


- ¿acaso no te diste cuenta que todos nuestros amigos... y claro, incluyendo a nuestra hija, nos vieron desnudos hace apenas... cinco segundos? – comenté con un sarcasmo admirable. Abrió los ojos con impresión.


Utopias ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora