75.

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A menudo los hijos se nos parecen,
Así nos dan la primera satisfacción;
Esos que se menean con nuestros gestos,
Echando mano a cuanto hay a su alrededor.
Esos locos bajitos que se incorporan
Con los ojos abiertos de par en par,
Sin respeto al horario ni a las costumbres
Y a los que, por su bien, hay que domesticar.









Y si, aquel día había llegado como una ráfaga de viento repentino. Me vi entre los brazos de mis mujeres aquel día. Hoy sería el último día en Brasil y necesitábamos disfrutarlos al máximo.
Me levanté con cuidado de la cama, la noche anterior Valentina había querido dormir en medio de nosotros a causa de la tormenta. Y sí, era grande, pero un abrazo de sus padres a pesar de su mirada casi compradora, no se le negaba a nadie. Y mucho menos a ella.
Me desperecé con lentitud, alzando los brazos hacia arriba, para descontracturar un poco mis huesos. Aún seguía sintiéndolos pesados y desganados lo que hacía que varias veces me tuviera que recostar para no terminar en otros problemas. Recordaba cada vez que mi mejor amigo me recordaba lo viejo que estaba, y sí. Los veintinueve me llegaban en una semana.
Levanté la persiana del dormitorio con una rapidez invensible. Necesitaba despertarlas, de la peor manera sintiéndome travieso. Ellas abrieron los ojos al instante dedicándome miradas furibundas y posibles enojos, pero todo eso fue reemplazado por mí sobre ellas, mientras un juego infantil y adolescente ocurría en aquella habitación.
Un golpeteo inscesante en la puerta me hizo recordar que no estábamos solos en esa casa, pero... pese a que me imaginé que sería Agustín y su flamante mujer embarazada, era nuestro hijo menor: Bautista, que rogaba por ser atendido.








Salí de la cama como pude enroscado en brazos y piernas de Bianca y Valentina que no me soltaban, completamente vengativas. Alcé los brazos con diversión y se los entregué en bandeja a mi hijo que me miró con una expresión sonriente, típica de bebés, pero tán adorable porque era sólo de él.
Balbuceó algo que no pude decifrar. Bianca se puso detrás de mí para observar a su bebé y mi otra hija la imitó. Bautista sonreía con alegría... pero no era cualquier bebé.







- ¡Venga con papá! – grité. Y no diría enamorado porque enamorado estaba de mis mujeres... pero que él me generaba orgullo, lo hacía. Lo amaba.

Utopias ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora