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  Ya era la época. Ese día de la madre en la que había querido tanto evitar. Pasó ya una semana en la que fui cuidado por Valeria, por Bian y también por mis hijos a pesar de que no supieran sobre el tema. Ese tema que ni Bianca ni Valeria tocaban, pese a cualquier cosa. Solamente me quedaba mirando cada vez que alguno de nosotros hablábamos sobre eso y cuando llegaban los chicos tan solo sea para repetir su merienda o para pedir que juguemos juntos (Aún Bautista que sólo nos señalaba con gestos) ellas mantenían la boca herméticamente cerrada. Ya se había convertido en un tema tabú. Y lo preferia así.





En cuanto a mí, esperé una semana específicamente. No buscaba a nadie, ni siquiera intentaba llamar a los productores ni tampoco a Agustín que ya me había llamado una vez por día para preguntarme que éra lo que había pasado. Aún seguía en la casa de Brasil junto a su hija de semanas y a su mujer que disfrutaba cada día más su maternidad (según lo que me había contado).




Sobre mi salud... seguía igual que siempre con un pequeño cambio que había preferido ignorar para no alarmar más de lo que ya estaban. La pérdida de apetito, la inquietud. No quería comer, no deseaba comer y varias veces tube que dejar de hacerlo sin que ella se enterara. ¿Qué era lo que me pasaba? ¿Acaso también me prohibía esa tonta enfermedad, la comida?
Ya no se habla más de ello. Sólo disfrutábamos.






Ese mismo día había salido con Bianca a dar una vuelta. Eran ya las nueve de la mañana y los niños aún no se habían despertado lo cuál nos agradó para dejarlos a cargo de la vecina de enfrente – que gracias a dios no se había enterado pese a que esa mujer sabía todo de cada uno de sus vecinos-. Le había dejado la llave de la casa dejándola a cargo.
Caminábamos de la mano por la plaza, la gran plaza a la que íbamos cada vez que el trabajo o diferentes circunstancias nos permitían. Respiraba el aire como si en algún momento temiera que se escapara. 




Nos sentamos en un banco de allí luego de habernos recorrido la plaza entera caminando. Sentía como ella disfrutaba tanto como yo ese paseo, como miraba hacia sus costados con curiosidad y como apretaba mi mano con fuerza cada vez que alguien pasaba por mi lado.




- ¿Estás bien? – me dijo después de unos minutos en los que mi vista estaba prácticamente concentrada en ella.



- ¿Por qué lo preguntás? – y la miré con el ceño fruncido.

Utopias ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora