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Cómo Quisiera Poder Vivir Sin Aire...
Cómo Quisiera Poder Vivir Sin Agua...
Me Encantaría Quererte Un Poco Menos.
Cómo Quisiera Poder Vivir Sin Ti.








Pero No Puedo, Siento Que Muero,
Me Estoy Ahogando Sin Tu Amor.











Y todo ocurrió tan rápido, tan fuera del alcance de mis manos. Pasaron segundos insignificantes en los que Bianca se debatía entre salir corriendo, llamar a la policía, llorar o besarme. Y entre todas esas opciones que formulaba su cabeza, la primera fue la vencida. Dejó a su madre que se encargara de mí, que se encargara de este pobre tipo reclamando sus derechos como padre, como novio, o como lo que antes era.
Pasos rápidos y escandalosos por la escalera. Su madre la miraba fijamente su rumbo y yo quedé tumbado a un lado de la puerta con aún así las lágrimas en mis mejillas.
Fue mi suegra la que me tomó en brazos con la poca fuerza que contaba, me ayudó a recostarme sobre el sillón y minutos después me había cubierto con una frazada. Me tapó hasta el cuello, me dio un beso en la frente como si fuera su hijo, e inmediatamente se fue a su habitación sin formular ni una palabra.
Y yo amaba a esa mujer, la adoraba y la idolatraba. Porque simplemente, si yo hubiera sido ella hubiera llamado a la policía y me hubiera hecho sacar aunque sea a empujones por la puerta.
Porque el derecho de venir en este estado, no lo tenía. Yo sabía precisamente lo que estaba haciendo, en que condiciones y qué era lo que había tomado. Porque a pesar de los dichos, los borrachos saben lo que hacen, saben cuánto beben; lo otro, es una viva excusa para no hacerse cargo de sus responsabilidades.












Cómo Quisiera Poder Vivir Sin Aire.
Cómo Quisiera Calmar Mi Aflicción.
Cómo Quisiera Poder Vivir Sin Agua.
Me Encantaría Robar Tu Corazón.












Y el día siguiente me encontré con la luz del gran ventanal de la casa destellando en mi cara. Me tapé los ojos automáticamente pasándome el brazo por la cabeza, pero fue una mano en mi pecho la que me hizo temblar.
Una trenza, el piyama de osos que le había comprado, y ojotas que su abuela le había regalado para su cumpleaños número siete. Valentina estaba a mi lado mirándome fijamente. Sus ojos no reflejaban sentimientos. Estaba estática ante mi lado, y hasta que no sonreí, no se me acercó.
Cuando lo hizo, la abracé fuertemente llorando en su hombro porque la extrañaba. Ella apoyó todo su cuerpo – que a pesar de los años, seguía siendo chica de estatura – sobre mi pecho y me acarició con ternura mi espalda por detrás. Sentía sus chiquitos y finos dedos sobre mi espalda y lloré con más fuerza.







- ¿Como estás linda? – le dije mientras que dejaba que ella me secara las lágrimas. Odiaba verme llorar, tanto como yo a ella.



- Bien... recién me desperté. – dijo somnolienta- ¿que hacés acá papá? – y si lo hubiera reflexionado más, pensaría que me estaba echando.




- ¿no me querés más? – y ella se acostó en mi pecho para que negara todo posible de rechazo de ella a mí. – así está mejor. – y respiré su aroma de muñeca.




- ¿por qué te fuiste? ¿por qué nos dejaste dos semanas? ¿por qué estamos en lo de la abuela y no en casa? – dijo y rompió a llorar en mis brazos.








¿Cómo le explicaba a una nena de siete años que sus padres se habían separados? ¿Que ya nada volvería a ser igual?
Mi rostro cambió al instante y por un momento no supe qué contestarle. Sin embargo, supe que ya era una nena grande y que sabía que los padres se separaban, por lo tanto, me armé de fuerzas y le comenté lo más simple posible.








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