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  Y el día esperado por todos había llegado: el cumpleaños de Bautista, su primer año. Me despertaba en medio de los dos, de mis dos hijos. Valentina dormía al lado derecho – aquel que ocupaba su madre todas las noches a excepción de esa semana- y Bautista del lado izquierdo, cubierto de almohadones para que no rodara por el piso. Coloqué mis dos brazos alrededor de ellos manteniéndolos junto a mí por si en algún momento se me llegaban a perder. Siempre tube ese miedo, el que los perdiera o simplemente que no los llegara a encontrar a mi lado. No recuerdo un momento en el que no haya soñado con despertarme y que sus camas estén hundidas por sus cuerpos pero sin ellos ocupando ese hueco. O despertarme simplemente y no encontrarlos en sus habitaciones jugando. Pero aunque todo ese temor no se había ido, aún creía tener la posibilidad de disfrutarlos sin detenerme en pensar en lo que sucedería.
El futuro siempre fue digno de mis miedos, era el fantasma que me atormentaba pero que hasta ahora me dejaba dormir. Uno no sabe cuando será el día en el que tan poco deseado futuro que menos esperábamos, llegase, pero tampoco permitiría que ese futuro me abrume.
Corrí mi cabeza a un costado, el de mi hija, porque el sol me mataba del reflejo. 








Estaba ya entredormido cuando la bocina de un auto esperando en la casa, me despabiló por completo. Quité los brazos de alrededor de mis hijos, me levanté con el sumo de los cuidados, me calcé el pantalón – ya que últimamente el calor seguía siendo igual de abrumador a pesar de que estábamos en plena primavera- y salí de la habitación cerrando la puerta con cuidado.







Recuerdo haber pisado los pasillos con el mejor de los sigilos, pretendiendo no hacer ni el máximo ruido para que los niños despertasen. Últimamente me había pasado eso, de no entender el porqué necesitaba que los chicos durmieran. Sentí que cada vez me estaba volviendo más obsesivo. Meneé la cabeza para sacarme esos pensamientos, y abrí la puerta de la entrada.




Ella había vuelto.






Llevaba un vestido holgado con flores y el pelo desprolijamente atados. Llevaba sandalias y su rostro... su rostro seguía igual de perfecto una semana después. Las valijas quedaron a su lado, y simplemente, sin demasiado mecanismo de pensamientos se echó encima de mí con una sonrisa que por poco no le llegaba a la oreja. Se volvió a sentir en casa.


Utopias ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora