15.

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  Domingo. Era pleno día de invierno. El sol entraba por la ventana de mi habitación con un resplandor de aire frío en mi espalda. Estaba despierto mirando hacia el techo, tranquilo y en paz.


Desde que con Bianca nos habíamos besado, el día siguiente a ese la habíamos pasado en el parque riéndonos, besándonos y disfrutando un poco de lo que teníamos. Ella me había propuesto ir a un museo de ciencias naturales, y a pesar de que odiaba los museos, igual acepté en ir. Porque ya no me importaba prácticamente nada si mi vida era un cuento de rosas en este mismo momento.




Hoy era el día de mi cumpleaños, eran las nueve de la mañana temprano y aún no había bajado para recibir mi desayuno de todos mis cumpleaños. Tortas, tartas, jugo de naranja, agua, chocolatada, galletitas, magdalenas y un buen pedazo de torta de ricota eran los que me esperaban al llegar el día de mi cumpleaños.



Pero esta vez fue distinto, esta vez mi cumpleaños cambió de órbita, de estilo. Bianca entró por la puerta totalmente eufórica y con una sonrisa de oreja a oreja al encontrarme despierto. Se apresuró a tirarse sobre la cama y besarme reiteradas veces la cara mientras me contaba los diecinueve años con sus besos.




- ¡Feliz cumpleaños! – gritó ella mientras me abrazaba y yo la sostenía de la cintura con fuerza.


- Gracias... veo que te acordaste. – sonreí con ternura mientras ella apoyaba sus codos en la cama para no perder la compostura.



- Si... - y cambió su carita sonriente por la cara de pena- perdón por no haberte conocido antes... si hubiera sabido, le hubiera preguntado a mi mamá para invitarte a casa. – y sonrió pícaramente.



- ¿vos te pensás que tu mamá me hubiera dejado compartir un lindo pijama party con su hija adorada? – y la abracé con fuerza porque ya volvía a extrañarla a pesar de que estuviera a cinco centímetros de mi cuerpo.



- No lo creo... pero hubiera valido la pena intentarlo. – se reincorporó sentándose a mi lado- ¿vamos a desayunar? – preguntó destapándome del acolchado, la sábana y la frazada.



- ¡ hay Bian! Tengo frío... no tengo ganas de bajar. – protesté como un nene- ¿desayunamos acá?



- Hay mucho por comer abajo, así que me voy. - se encogió de hombros- Si querés, bajás después.





Se acercó a mí con lentitud mientras buscaba mi boca en medio de la sábana. Ladeó la cabeza y golpeó sus labios con los míos dándome un suave beso. La sostuve de la cintura mientras le acariciaba el pelo. Y luego, cuando nos separamos ella salió con una sonrisa triunfal directa a la cocina.

Utopias ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora