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  Mucho antes de que nos enteráramos de que Bianca y yo íbamos a hacer padres. Mucho antes de nuestra vuelta a Buenos Aires. Mucho antes del cumpleaños de Valentina.
Todo había ocurrido aquella noche en la que Valentina pasó un día en Bariloche a cargo de un pequeño grupo de colonias para infantes, y eso lo había hecho para mi mujer y para mí. Era el cuarto día, el día anterior a que volviéramos de nuestras vacaciones cuando concebimos entre los dos, juntos.





- ¡Valen! – y la situación se repetía una y otra vez...


- ¡Papá odio esa campera! – gritó histérica señalándola. Era una campera celeste con un moño en el cuello. Se veía adorable.



- Te la ponés, no me importa lo que digas. – dije de una. Corto y al pie, me dijo Bianca antes de que le anunciara a Valentina para abrigarse.



- Pero... ¡Papá! – bufó cansada sentándose en la cabecera de la cama con piernas y manos cruzadas.



- Papá te ama, y como te ama tanto... - exageré el "tanto" para que sonara más creíble.- quiere que te pongas la campera y que vayas a jugar con los nenitos ¿si? – y la persuadí con una sonrisa amable.



- ¡Pero no quiero! – protestó. Y hubiera deseado haberla conocido cuando era apenas una bebé, para saber aunque sea cómo era antes de que llegara a esta edad.



- No te compro las muñecas. – la amenacé. Sabía que las "peponas" eran sus favoritas y que deseaba con todas sus fuerzas adquirir la colección.



- Esta bien. – y salió de la cama quitándome la campera de mi mano, enojada. Pero aún así, nos dimos un abrazo antes de despedirla por la habitación.







Y Bianca había salido de compras esa mañana. Ella se había despedido de su hija apenas la encontró salir por el hotel. Le dio un beso en la mejilla y la abrazaba mientras le susurraba "cuidate" como si fuera ya, toda una adolescente.





Utopias ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora