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Nueve de la noche.




Luces encendidas, árboles con lamparitas encendidas. Guitarras en su lugar correspondiente. Silla. Micrófonos, amplificadores, aparatos de sonido colocados en su lugar. Familiares, amigos, conocidos en sus asientos.
Admiradores: todos en su lugar.







Y me encontraba sentado en una de las sillas del camarín exactamente a esa hora. Mis hijas, Valeria y Agustín estaban dentro conteniéndome en los últimos minutos. Cinco minutos más y yo ya estaría arriba de un escenario. Veintisiete años y la edad se me había pasado a una velocidad increíble, mi carrera.
Valentina y Bautista se encontraban sentados cada uno en mi pierna, los abrazaba por la cintura mientras que el más chiquito dormía y la más grande se recostaba en mi hombro, porque simplemente ella estaba tranquila. Y esa tranquilidad, era la única que yo necesitaba, me apaciguaba.
Mi mejor amiga y mi mejor amigo estaban frente a nosotros tirándome letra – vulgarmente hablando- para que mis nervios no aumentaran y no me concentrase en el sonido de los gritos de la gente por detrás.
Oía los gritos y sentí muy por dentro que ese era mi lugar. Era extraño pensar que un lugar como en este caso el escenario fuera lo único que me podría mantener en la tierra. Me traía y me llevaba, porque mientras tocaba y cantaba cualquier canción que fuera, me sentía en el cielo y al fijar mi vista estaban las miradas de todas las personas a la escucha, constantemente.




- ¿tranquilo? – me dijo Valeria con una mano en mi pierna. Intentaba trasmitirme eso que me preguntaba, pero nunca se le daba bien eso de trasmitir paz.


- No... pero... supongamos que lo esté. – y mecí a Bauti porque ya se estaba moviendo apenas.



- ¿que loco no? – dijo por un segundo Agustín el cuál estaba completamente perdido en sus pensamientos segundos antes.


- ¿ que cosa? – dijo Vale con una sincera sonrisa.



- Esto... pensar que tocábamos juntos... y ahora vos tenés tu carrera como músico. Es increíble... - se acarició la barba afeitada- no lo puedo creer... ensayos... guitarras... estudios de música.









Y recordé esa escuela a la cuál había conocido a mi hija. Recordé cuando la abandoné por mi nueva carrera artística y un dejo de aflicción sacudió mi cuerpo.
Me recordé que ya era momento de levantarme y eso hice. Mis hijos pasaron rápidamente a los brazos de sus tíos mientras yo me sacudía la ropa.






- suerte. – dijo Agustín acercándose a mí para abrazarme con Valentina de la mano. Y cuando se soltó, sonreí con tristeza, porque sentía que una etapa se cumplía ya.



- Suerte mi pinocho. – y le di un beso en la mejilla porque con Bautista en sus brazos no podíamos abrazarnos. Me sonrió con ternura mientras miraba a su sobrino con paz.








Segundos. Minutos, no sabía cuando exactamente fue que me encontré ya en el escenario. Caminé, y caminé hacia el medio encontrándome con mi mismo. Vi toda la gente mirando con una sonrisa, aplaudiendo y gritando por mí, gritando mi nombre.
Automáticamente la gente se paró de sus asientos y comenzó a aplaudir con más euforia. Hora de sacar la guitarra me dije.
Di vuelta la cabeza y me encontré con los ojos de mi mujer con mi hijo dormido en sus brazos, me miraba con paciencia y adoración. La misma adoración que había sentido yo al verla a ella dar a luz a mi hijo.







Rasgueé las cuerdas de los primeros acordes. Posicioné mis dedos sobre las cuerdas y me dejé llevar. Tan solo así.










La noche sacude su alfombra de estrellas
El día se quiere quedar a dormir
La lluvia y el viento comparten el pan
Un perro sonámbulo aprende a maullar
Yo me voy a soñar un rato
Yo me voy a soñar un rato con vos









Miré a mi mujer mientras mecía a nuestro hijo. La mirada de Valentina con orgullo. Y quizá con el orgullo de ser su padre.










Las copas vacías preguntan la hora
Bostezan los taxis historias de amor
La sillas sin dueño se enferman de frío
Se mueren los trenes por descarrilar
Yo me voy a soñar un rato
No me esperen me voy
A soñar un rato con vos










Pensé en aquellos momentos compartidos con Valeria y Agustín, aquellos momentos de mi adolescencia donde íbamos a los boliches, donde disfrutábamos y vivíamos la vida con fuerza. Porque quizás esa fuerza de disfrute era la que me hizo llevar a este momento.








Y la madrugada sin afeitar estrena sus dientes de leche
Y la calle se sienta a esperar al mundo
Y pasa la vida con la muerte al hombro
Y pasa el pasado leyendo Clarín
Los pájaros silban canciones de Almendra
La luna le roba unos besos al sol
Y yo me voy a soñar un rato con vos...








Miré a mi mamá, a mi hermana y mi cuñado. Mi mamá me miraba con los brazos en el pecho preguntándose, de alguna manera u otra cómo hice para llegar acá. ¿Cómo hice para ser lo que soy hoy en día?
Mi hermana que aplaudía incesantemente, porque ella supo de un principio que mi vida era sólo una lapicera, seis cuerdas y un papel.
Y mi cuñado me veía con la misma cara que me miró siempre. Me miraba con su superioridad de siempre, pero sin embargo asombrado. Porque ahora sí tenía de quién hablar.











- ¡Choque los cinco Papi! – dijo mi hija cuando nos encontrábamos en nuestra cama matrimonial para celebrar mi estadía en el escenario que tanto había anhelado.


- ¡besito para papá! – grité mientras me acercaba a darle cosquillas. Bian pegó una risotada. –


- ¡Papá! – dijo Valentina antes de darme un beso en la mejilla y desparramarme el pelo con ternura.







Bautista gruñó despacio en los brazos de Lali la cuál me miraba con diversión. Tomé a mi hijo menor entre mis brazos mientras le daba un beso en su cabeza rapada. Porque había sido yo el que había pelado a mi hijo luego de su nacimiento.
Lo mecí en mis brazos mientras mi hija y mi mujer me miraban con ternura. Las acerqué a mí con un gesto y eso hicieron. Una de un lado, otra del otro. Y los cuatro.









Una de la mañana. Daba revoltones por la cama buscando la posición correcta. El desvelo me había ganado esta noche. El calor era avasallante a lo cuál mi cuerpo reaccionaba por el sudor.
Me sobresalté.
Una nena de colitas, rubia de ojos azules se acercó a la cama. Me miraba con una sonrisa apenas perceptible entre las penumbras. Llevaba un oso en sus brazos y un piyama de estrellas. Salí de la cama automáticamente para acercarme a ella. Valentina estaba despierta.






- ¿que pasa amorcito? – dije mientras le acariciaba la panza ante su rostro reflejado por la tristeza.


- Quiero dormir con vos... - me dijo. Y a pesar de sus siete años ella seguía siendo una nena. Mi nena.



- Sos grande Valen... - y esa psicología barata que me había aconsejado la vecina de cinco hijos.



- Solo una vez, por favor. – me imploró.






Salí de la cama con cuidado tratando de no despertar a mi mujer. Caminé de la mano junto a mi hija de escasa estatura hasta llegar a su habitación. Entramos a su habitación, encendimos la veladora de princesas – que le había regalado su tía por su puesto- y nos adentramos en la cama. Se acomodó en mi pecho y así quedamos. Consiguiendo el sueño, una vez más.








La luna le roba unos besos al sol
Y yo me voy a soñar un rato con vos...








Aca esta el capitulo del dia.

Buenas noches!

T.

Utopias ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora