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  Tres meses pasaron desde aquel viaje que nos había cambiado la vida a todos. Todo había sido una rueda, una rueda que giró para encontrarme un lugar en ella. Mi sueño, y mis deseos se cumplían de a poco y esos nos generaban grandes expectativas, principalmente a Bian y a mí.
El día después a la tarde en la que cantamos con mi hija nuestra canción, una oportunidad de trabajo golpeó la puerta de la habitación del hotel. Un hombre calvo, de traje formado entró a nuestra habitación con una tarjeta en su mano. Una tarjeta blanca que lo nombraba como productor musical de una disquera en funcionamiento de Buenos Aires. Y al principio, al leer la tarjeta fue todo muy extraño. No entendía que hacía en mi habitación ni que deseaba, pero luego todo me resultó más claro. Una cita con él me hizo recapacitar de lo que esperaba de mí. Y todo por una canción, una guitarra y mi voz enlazada con la de mi hija.





- Pero... ¿que hago con esto? – pregunté al mirar la tarjeta reiteradamente intentando buscar alguna pista de lo que quería decir.


- Mira muchacho.... – y apoyó una de sus manos sobre mi hombro- hace tres días que te estoy oyendo cantar desde que llegaste. Vivo en la habitación de al lado y tu balcón está unido al mío.



- Disculpe no quise molestarlo. – fue lo único que me salió decir.



- No... no te disculpes. – me detuvo con una risa sonora- vos querías que te escucharan y acá estoy. Agarra tu guitarra y cantá. – mi mirada fue confusa y él lo percibió. Tomó la guitarra que estaba a mi lado y me la tendió en mi falda. Lo miré de arriba abajo.- cantá.



- Pero...



- Nada de peros, cantá.







Fue lo único que me dijo. Y así lo hice sin pensarlo, sin planearlo, como saliera. A capella.






Qué va a ser tu hijo?




Será un pedazo de cielo, una pequeña estrella que podrás tener entre tus brazos,
y que iluminara tu vida.

Utopias ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora