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  Y pasaron dos semanas de aquel momento, de aquella llegada de una carta que nos traía angustias y más dolores de cabezas que no podíamos comprender. Porque el comprender era nulo. ¿Que era lo que teníamos que comprender? Simplemente sabíamos algo: o ganábamos el juicio o nos arrebataban al único, al primer deseo que tubimos en nuestra vida.
A lo único que le dio sabor y calor en aquellas noches en vela, aquellas veces que teníamos nuestros cuerpos unidos con el único fin: procrear.
Pero no fue así desde un principio, hubo falta de ganas de proseguir, de proseguir a pesar de que no funcionara. Pero aunque ella no era nuestra, del vientre de su madre y de la unión de su padre... ella era nuestra.
Nos encontrábamos dentro del juzgado de menores. Allí se realizaría nuestro primer encuentro. Nos veríamos a la cara con odio, con resentimiento, o quizás con la pena. Porque esa mujer no buscaba quitarnos a nuestro tesoro, ella quería a su tesoro, a ese tesoro que ella misma se encargó de desperdiciar.
Un martillo finalizó el silencio de la sala. Me encontraba tomado de la mano de mi mujer que llevaba un pañuelo en sus ojos como si presenciáramos el entierro de un ser querido. Apreté con fuerza su mano mientras la dejaba caer en mi pierna buscando tal vez, el punto justo. Nuestro punto de unión en aquella tormenta.











- todo va a estar bien. – le aseguré cuando el juez dio a entender que el juicio había comenzado.














Y los momentos siguientes fueron inbancables. Aquella mujer nos miraba de reojo. Miraba con recelo a Bianca, a la única mujer que había ocupado su lugar.
Bianca la miraba con pena, con angustia del saber que podían y no sin demasiado esfuerzo quitar a Valentina de nuestros brazos, sacarlas como si fuese algo material, un jueguete o un regalo.
El miedo la abatía, así como a mí. Mis miedos más profundos salieron a relucir en aquel juicio de una hora y media que pareció más un circo del cuál no quería pertenecer más.














Me llamaron al estrado, y me sentí un delincuente sin sentimientos.












- ¿Hace cuanto que tiene a Valentina en su poder? – me preguntó el abogado opositor.




- Yo no diría en mi poder... - murmuré acercando mi boca al micrófono lo más que podía.



- Sólo dígame hace cuánto. – me interrumpió.



- Cuatro años.




- Lo que quiere decir que tenía... tres años ¿no? –




- Si. –contesté mientras miraba a aquella mujer.




- ¿Cuándo realizó los trámites de adopción?



- Cuando aquella mujer dejó a su hija en mi casa. – contesté como si fuese el monstruo más repugnante.



- ¿Y cómo sabe usted que su madre biológica no volvería?



- Porque no volvió. – me encogí de hombros con simpleza.



- Repítame cuándo fue exactamente que adoptó a Valentina. – reepreguntó con una sonrisa cínica.




- Tres días después. – asentí bajando la cabeza evitando ver las miradas cautivadas de los presentes.



- ¡Tres días! – exclamó sinverguenza- gracias señor juez. – le sonrió.
















Utopias ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora