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"Por la ignorancia nos equivocamos, y por las equivocaciones aprendemos"-

Proverbio Romano.








Y esta vez me encontraba en el hospital nuevamente. Esa organización de la cuál pertenecía junto a Valeria me había dedicado el mayor de mis tiempos. Dos veces por semana era lo necesario para la donación y fue así cuando todo empezó.
Mi mamá y mi hermana fueron las primeras en visitarme antes de que me quitar el segundo litro de sangre el cuál quería donar. Vinieron a mi casa mientras comían indecentemente las facturas que yo mismo devoraba con los ojos, sólo con los ojos.
Bianca se mantenía apoyada en mi hombro, dormida mientras yo la acurrucaba para mi pecho para que siguiera durmiendo.
La noche anterior se había quedado mirando una película la cuál yo no la acompañé porque el sueño me había vencido.
Su bostezo era la causa de todo.






- amor andá a dormir... - le dije luego de una pequeña nalgada cuando ella se levantó para prepararle la leche a nuestro hijo.

- Te quiero despedir Paio... - me dijo mientras tapaba su cara rogando en su fuero interno el que me mantuviera despierta.


- Voy solo a un hospital, chiquita. – y me acerqué a ella para tomarla de la cintura, alejándome por completo de mi mamá y hermana.


- Pero igual... cada vez que lo hagas quiero estar con vos– y se dio vuelta para tomarme de las mejillas. –


- Voy a volver en una hora. – dije luego de unos segundos en los que la nebulosa rodeaba por nosotros.


- Es mucho una hora. –admitió como una nena el cuál imploraba la presencia de su madre al irse a trabajar. Sonreí.


- Voy a volver al mediodía para irnos de campamento ¿si?

- Si.





Y sonreímos. Me tomó de la cara y me besó con pasión antes de irnos nuevamente hacia la mesa.









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Diez de la mañana en el hospital. Estaba colmado de gente puesto que la espera se hizo casi eterna.
Miles de chicos rondaban alrededor mío jugando a lo típico. Las escondidas. Por un momento, me imaginé a otros hijos rondando por mi casa.
Amaba las familias numerosas, pero sin embargo quería tener el tiempo necesario para darles a Valentina y a Bautista.





"Pablo Martin Rodriguez" dijo otra doctora, otra que no conocía.







Me levanté automáticamente del asiento y fui hacia donde ella me dirigía. Era morocha, y llevaba el típico traje de médico, el estetoscopio y una jeringa ya preparada en la mano que contenía un líquido bermejo.
El celular me sonó al momento.





- Hola... - atendí con desgano mientras traspasaba la puerta del consultorio.

- ¡Amor! – dijo Bian del otro lado.

- Bian estoy en el hospital... ¿pasó algo grave? – le dije mientras me acomodaba en el sillón.


- No... no paso nada, quería saber como estabas. – y su voz se tornó suave para mis oídos.



- Amor es la tercera ves que vengo a donar... ¿Porqué actuás como si fuera la primera? – y me extrañé. Pero ella lloraba del otro lado del teléfono y la jeringa ya había traspasado mi cuerpo, y su líquido también.


Utopias ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora