Capítulo 3

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Capítulo 3 – Jyn Corven, 1790 CIS (Calendario Imperial Solar) – 1 año después




Aquel catorce de agosto iba a ser un día muy especial. Plantada frente al espejo de pie de mi habitación, vestida con el traje celeste que me había regalado mi madre para mi sexto cumpleaños y con el cabello negro trenzado, el reflejo me mostraba la imagen de una niña feliz.

Hacía muchos meses que esperaba aquel día, y ahora que al fin había llegado, estaba muy nerviosa. La noche anterior me había costado mucho dormirme. Había celebrado mi cumpleaños con mis padres, aprovechando que ambos estaban en casa, y aunque la fiesta no había sido demasiado divertida, pues estábamos invitados únicamente los tres, me habían hecho buenos regalos. El vestido de princesa, tal y como le gustaban a mi madre, con volantes y tirantes finos, y una pulsera de plata diseñada y esculpida por mi padre, uno de los mejores joyeros de toda la región. También había recibido un libro de ilustraciones de Layla, la cocinera, un juego de cuentas de Olaff, el mayordomo, y varios muñecos de madera tallados cuya procedencia mis padres no habían compartido conmigo. Lo de siempre, vaya.

Así pues, obviando que no había podido invitar a mis amigos del colegio a la celebración, había sido un buen cumpleaños. Layla se había encargado de preparar un precioso pastel de fresa en forma de corazón, el cual no me dejaron comer, y una carne muy tierna acompañada de unas patatas que olían muy bien. Todo un festín. Además, en vez de agua hubo un vino dulce y un zumo de piña buenísimo, pero tal y como era de esperar, tampoco los probé. De hecho, no probé absolutamente nada que se saliese de mi estricta dieta diaria. Tampoco hubo música o baile, ni vimos una película. No me dejaron poner los dibujos y mucho menos quedarme hasta tarde jugando a la consola.

Simple y llanamente fue un día más, pero incluso así yo estaba muy feliz. Al siguiente amanecer cumpliría mi sueño y eso era lo único que me importa.

Por aquel entonces vivíamos en Walson, un pueblo de tamaño medio situado en el norte de Hésperos, a poco más de veinte kilómetros. Construido en la ladera de la montaña Zetra, Walson era un lugar tranquilo en el que las grandes fortunas familiares de sus habitantes se habían encargado a golpe de talonario de que el pueblo estuviese siempre bien vigilado. Gracias a ello los niños podríamos jugar tranquilamente en las calles, sin temor a nada... o al menos aquellos a los que sus padres dejaban salir, claro, que no eran demasiados. Las familias de Walson eran muy protectoras con sus herederos y la mía no era distinta. Ingrid, mi chófer personal, me llevaba y me traía del colegio en coche cada día, por lo que había semanas enteras en las que, salvo para cruzar la calle desde donde aparcaba hasta la entrada a la escuela, no salía al exterior.

Y era precisamente por ello, porque sabía que aquella mañana no solo saldría del pueblo, sino que además visitaría Hésperos, por lo que estaba tan feliz.

En Walson las apariencias lo eran todo. Los padres invertían auténticas fortunas para que sus hijos estudiasen en las grandes universidades y fuesen aceptados en las mejores legiones, pero pocos eran los que realmente lograban triunfar. Las nuevas generaciones pocas veces podían elegir sus futuros, y siguiendo los deseos de sus progenitores acababan condenándose a vidas que no sabían disfrutar. Por suerte para mí, Arthur y Winny Corven no eran así. A pesar de sus manías y particularidades, mis padres me habían dado la opción a elegir, y si bien al principio no habían hecho demasiado caso a mis peticiones, finalmente habían acabado cediendo y dándome la oportunidad de cumplir mi sueño. Bailar era mi vida. Lo hacía desde que era pequeña, cuando apenas me aguantaba en pie, y ahora que al fin se me abrían las puertas de la mejor escuela de danza de todo Albia, estaba dispuesta a sacrificar cuanto hiciese falta con tal de convertirme en la mejor.

Hijos de la NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora