Capítulo 80

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Capítulo 80 – Damiel Sumer, 1.818 CIS (Calendario Solar Imperial)




—Así que tú eres el famoso Damiel Sumer... vaya, es un auténtico placer conocerte, jovencito. Lansel me ha hablado de ti en muchas ocasiones.

No podía mirarla a los ojos. Aunque lo intentaba, aquellas dos esferas de luz blanca brillaban demasiado como para poder sostenerle la mirada. Por suerte, a ella no parecía ofenderla. Néfeles conocía las limitaciones humanas, y si bien todos estábamos fascinados con su mera presencia, con su cuerpo delgado y delicado, su cabello negro como la noche y su belleza etérea, era consciente de que su presencia estaba saturando nuestras mentes. Su mera existencia atentaba contra gran parte de aquello en lo que creíamos, contra los límites de la realidad, por lo que debía ser precavida. Una demostración de poder demasiado excesiva podría acabar con nosotros...

—No sé qué decir —respondí, desviando la mirada de su rostro a su garganta, allí donde pendía un inquietante símbolo lleno de triángulos y ojos—. Espero que no haya mentido demasiado. Y si lo ha hecho, que sea para dejarme mejor.

—Alguna mentirijilla ha soltado, sí. —Néfeles dejó escapar una risotada angelical—. Pero nada que te deje en mal lugar, puedes estar tranquilo, Damiel... el hijo mediano: el haz de luz que brilla incluso entre las sombras. Decían que eras prometedor desde que naciste... que lucharías como el elegido del Sol que eres... y no se equivocaban, solo que no es el Sol quien te ha elegido precisamente.

Respondí con una sonrisa. Quería mirar atrás en busca de mis compañeros, hermana y padre. Quería asegurarme de que lo que estaba viendo era real, que no era producto de mi imaginación, pero tal era el magnetismo de aquel ser que no podía apartar la mirada. Y es que, aunque en otras ocasiones me había topado con lo sobrenatural, siempre se había tratado de seres que pendían entre los dos mundos. Personas que, como Somnia, tenían el don de la magia y podían utilizarlo a su favor. Néfeles, sin embargo, era diferente. Ella no tenía nada de humana: ella era producto del mundo de los sueños, de la realidad oculta más allá del velo, y tal era su poderío que no necesitaba más que una sonrisa para dejarme petrificado allí para el resto de la eternidad.

—No lo pongas nervioso, por favor —pidió Lansel, logrando con su intervención que mi mente percibiese su presencia junto a ella, frente al pozo—. El viaje hasta aquí no ha sido fácil.

—A la Estrella del Desierto no le gusta que haya intrusos viajando por sus dunas. Es... ¿cómo decirlo? ¿Protectora? —La niña ensanchó la sonrisa con diversión—. Entre nosotros, es un alma de lo más complicada. Atormentada, diría yo. Dice ser feliz en su océano de arena, pero yo tengo mis dudas. Ningún ser puede llegar a ser feliz del todo sin un lago en el que bañarse u océano en el que bucear, ¿no creéis?

Lansel y yo intercambiamos una fugaz mirada, sin saber qué responder. A nuestro alrededor la lluvia empezaba a caer con muchísima fuerza, trazando cortinas de oscuridad que nos impedían ver más allá. En algún lugar tras de mí podía percibir la presencia del resto de mis compañeros, su respiración y el levísimo latido de su Magna Lux en el pecho, pero había una gran distancia entre nosotros. Una distancia que iba más allá de la física.

—Pero decidme a qué tanto interés en verme, muchachos. ¿Se trata de lo mismo que la última vez, Lansel? ¿El chico de la luna?

—¿Quién es el chico de la luna? —preguntó Aidan tras de mí, surgiendo entre las sombras como una llama en mitad de la noche—. Permítame presentarme, señora: mi nombre es Aidan Sumer y ellos son...

Hijos de la NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora