Capítulo 89

803 114 28
                                    

Capítulo 89 – Damiel Sumer, 1.818 CIS (Calendario Solar Imperial)




El sonido estridente de los motores a reacción de un avión despegando nos dio la bienvenida al otro lado del umbral. Los ojos se me llenaron de humo, la vista de oscuridad y durante unos segundos no supe qué sucedía a mi alrededor. Por suerte, una bocanada de aire frío se llevó la humareda y pronto pude comprobar que nos encontrábamos al final de una larga lengua de asfalto ennegrecido.

—¿Estáis todos bien? —escuché preguntar a mi padre.

Sí, estábamos bien. No volví la vista atrás para comprobar el estado de los míos; con el sonido de su Magna Lux tenía suficiente. En lugar de ello me adelanté unos pasos para tratar de divisar qué era lo que aguardaba al otro lado de la pista. A simple vista parecía una elevación rocosa con una gran abertura cavernosa en el lateral derecho tenuemente iluminado por focos circulares. Al acercarnos, sin embargo, descubrimos que en realidad se trataba de un edificio achaparrado de fachadas oscuras en cuyo interior, más allá de gruesos vidrios oscurecidos, aguardaba la sofisticada estructura de una base aérea.

¡Una base aérea! El mero hecho de ver uno de aquellos rapaces de metal surgir del túnel y rodar a gran velocidad por la pista hasta despegar me puso el vello de punta. No era la primera vez, por desgracia mis operaciones en el extranjero me habían obligado a presenciarlo con anterioridad, pero el mal estar que me causaba seguía siendo el mismo de siempre. Los humanos no deberíamos retar al Sol Invicto ni tan siquiera en sueños...

Pero el "Fénix" parecía tener otra opinión al respecto.

—¿Dónde estamos? —preguntó Misi mientras avanzábamos por la pista, valiéndonos de las sombras de la noche para intentar escapar de los puntos luminosos que marcaban las líneas blancas del asfalto—. No reconozco el lugar.

Yo tampoco, aunque aquello no implicaba nada. Según me había contado Somnia durante las semanas que habíamos pasado juntos, el "Fénix" podría haber basado su realidad paralela en distintos lugares de Gea. Podría haber recreado ciudades como Hésperos o Solaris, o incluso mezclarlas, plantando la Torre de los Secretos en mitad de una estepa nevada. Aquel lugar únicamente tenía un límite, y ese era su imaginación, así que no, ni reconocía aquel lugar ni pretendía hacerlo. No valía la pena. Con saber que lo había elegido aquel monstruo me valía para odiarlo.

Alcanzamos el edificio de piedra unos minutos después. Desde el exterior parecía un lugar abandonado, sin presencia alguna salvo la de los aviones que cada cierto tiempo iban saliendo sin piloto del túnel de despegue. Con suerte, no habría vigilancia. Bordeamos las pistas hasta alcanzar el muro delantero y buscamos en él un acceso. Había puertas de cristal y varias persianas de metal por la zona, la mayoría cerradas, pero el exceso de iluminación que proporcionaban los focos nos obligó a buscar otra alternativa. Ascendimos por una escalera de emergencia que había instalada en el lateral derecho de la fachada hasta una puerta de seguridad abierta por la que nos colamos al interior del edificio. Más allá del umbral la oscuridad dejaba paso a un gran almacén tenuemente iluminado en cuyo interior, entre aviones y grandes cajas de madera probablemente llenas de suministros, había varias personas. Hormiguitas que, uniformadas con trajes bombachos de color azul marino y viseras, se movían nerviosamente de un lugar a otro, agachándose bajo los motores para toquetear los cables.

Nos escondimos justo cuando uno de los mecánicos levantaba la vista hacia nosotros.

—¿Qué pasa, Virgus? ¿Has visto algo?

¿Virgus? Nos mantuvimos unos segundos en silencio, escuchándolos. El tal Virgus parecía haber visto algo en lo alto de las escaleras (nosotros)... pero su compañero le convenció de que no era nada y volvieron a su trabajo.

Hijos de la NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora