Capítulo 52

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Capítulo 52 – Jyn Corven, 1.811 CIS (Calendario Solar Imperial)




Las calles estaban engalanadas para dar la bienvenida al nuevo año. Los troncos de los árboles pintados de rojo, las aceras de blanco y los edificios decorados con bonitas coronas florales que, colgadas de todas las ventanas, bañaban de color las avenidas de la ciudad. Las muñecas de las estatuas lucían lazos rojos, las tiendas bonitos trajes de color burdeos en sus escaparates, y mirases donde mirases, había farolillos de colores iluminando la noche.

Iba a ser un buen año. Mientras paseaba por la calle, sujetando varias bolsas con la mano derecha, me lo repetía una y otra vez. Iba a ser un buen año, iba a ser un buen año... tenía que ser un buen año. Después de todo lo que habíamos sufrido, nos lo merecíamos. Se podría decir que nos lo habíamos ganado a pulso, aunque había que admitir que los dos últimos meses en la ciudad de Fiance, en el país vecino Ostara, habían sido bastante buenos. Habíamos encontrado una bonita casa en la que instalarnos en las afueras, Nat estaba ganando dinero ayudando en una constructora y yo... bueno, yo estaba bien. Antes de abandonar Albia definitivamente había logrado sacar gran parte del dinero que tenía en el banco, así que teníamos para sobrevivir unos cuantos meses más.

Ostara era un buen país en el que vivir. Situado al noroeste de Albia, más allá de Ballaster y junto a Lamelliard, el país de las flores era un lugar en el que la paz reinaba. Sus gentes eran tranquilas y serviciales, lo suficientemente discretas como para no hacer demasiadas preguntas, pero atentas con los recién llegados. Nuestros vecinos sabían que éramos extranjeros y que por las pocas pertenencias que llevábamos no estábamos pasando por un buen momento. Se notaba a leguas. Pero incluso así, lejos de hacer preguntas, simplemente se habían limitado a apoyarnos, cosa que agradecía enormemente. La señora McFeiffer, una solterona de cerca de sesenta años que vivía con cuatro gatos, nos traía cada semana un pastel de plátano. Nat decía que le echaba demasiado ron para su gusto y que después de comerlo siempre acababa algo mareado, pero a mí me gustaba. Eso sí, al día siguiente me despertaba con dolor de cabeza. La señora Eleona, una viuda que vivía con sus tres mellizos al final de la calle, también estaba atenta a nosotros. Ella no nos cocinaba, pero pedía al menor de sus críos que nos llevase el periódico cada tarde, después de que ella lo hubiese leído. A veces hasta nos dejaba el crucigrama. El señor Fallsia había ayudado a Nat a arreglar el jardín, asegurándole que a pesar de rozar los ochenta años de edad le encantaba la jardinería y que estaba encantado de colaborar en la laboriosa tarea de arrancar malas hierbas, y el señor Bob le había buscado trabajo en su empresa. Farsha, otra de las vecinas, insistía en que la acompañase a ella y el resto de miembros del club de lectura en sus reuniones semanales, pero por el momento no había aceptado. Aunque todos los miembros hablaban albiano, su acento era francamente cerrado y a veces no entendía lo que decían. Además, me hacían sentir como una niña. Vitia nos traía cada noche un cuenco con el estofado que le había sobrado de medio día, y Luan...

En fin, como decía, todo el mundo en Fiance era muy servicial y atento. De hecho, tal era el buen ambiente reinante que, incluso después de todo lo ocurrido, no tardamos en sentirnos lo suficientemente cómodos y seguros como para empezar a salir a la calle. Primero de noche y a lugares poco transitados, pero ahora... ahora no había rincón que no conociese o quisiera visitar. Fiance era una ciudad pequeña y joven, y no quería perderme nada de ella. Ningún concierto, ninguna tienda. Absolutamente nada. Bastante me había arrebatado ya Albia. Además, Nat decía que aquella era la única manera de empezar desde cero, así que, ¿por qué no?

Aquella noche volví a casa pronto, deseosa de probarme el vestido que me había comprado por la tarde. Nat había prometido que me iba a llevar a un local al que hacía tiempo que quería ir situado en el corazón de la ciudad y estaba bastante animada. Se cumplían dos meses oficialmente desde nuestra llegada a Ostara y quería celebrarlo. Así pues, más alegre de lo habitual, me puse el vestido acompañado por unas medias negras, unos zapatos de tacón y me llené el pelo de hondas. Me pinté los labios, ricé las pestañas... incluso me puse pendientes, cosa que hacía tiempo que no hacía. Me pinté las uñas, metí la cartera en el bolso y tomé asiento en el sillón del salón, a la espera. Quince minutos después, con los ojos cansados y los dedos de la mano derecha vendados tras haber sufrido un pequeño accidente laboral, Nat entró en casa. Recorrió el recibidor con paso tranquilo, se adentró en el comedor y, viéndome ya ponerme en pie, se esforzó por dedicarme una sonrisa.

Hijos de la NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora