Capítulo 48

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Capítulo 48 – Jyn Corven, 1.811 CIS (Calendario Solar Imperial)




El aire olía a sal, a humedad y a césped... a ventisca. El cielo se estaba encapotando. Aquella noche llovería. Por lo visto, era habitual allí. Durante el día el sol brillaba débilmente en un cielo azul pálido. Por la noche, sin embargo, la humedad reinante propia de la zona provocaba que las nubes descargasen con fuerza sobre la orilla del mar y los acantilados.

Era un paisaje diferente. Acostumbrada a moverme por ciudad, verme rodeada de acantilados, olas y praderas no estaba siendo fácil de asimilar. Nat decía que era cuestión de tiempo, que Colosia, su pueblo natal, era un remanso de paz perfecto para mentes atribuladas como la mía, y en cierto modo tenía razón. Totalmente apartados de la realidad, en la esquina suroeste de Albia, poco era el contacto que teníamos con lo que estaba sucediendo en nuestro país. Sabíamos que Lucian había sido coronado, sí, y que muchos de los que acudían en busca de refugio a Colosia habían entrado en la misma lista negra donde aparecían nuestros nombres, pero lo demás era un auténtico misterio. La información llegaba a cuentagotas.

Sobre lo que sí que había oído hablar había sido de la declaración de guerra contra Talos y del destino de Escalar y el resto de "Voces Rotas" que habían sido detenidos en las últimas semanas. Hacía ya casi dos semanas de su muerte, pero aún tenía pesadillas con él. Se me aparecía en sueños, con el cuello roto y los labios teñidos de sangre, y trataba de acercarse a mí mientras murmuraba una y otra vez mi nombre...

Su asesinato había sido un golpe duro de asimilar. El nuevo Emperador había querido dar un golpe de efecto a aquellos que como yo nos encontrábamos al otro lado de lo que él consideraba la "ley", y lo había logrado. Sentía miedo, no voy a mentir. Miedo a ser localizada y ejecutada públicamente como le había sucedido a Escalar, pero aún más de ser utilizada para dañar a mi familia. No quería que los Valens o los Sumer sufrieran por mi culpa, y precisamente por ello había decidido aceptar la propuesta de Nat de desaparecer.

Pero incluso así, no había sido fácil. Aunque Colosia era un lugar agradable y los padres de Nat encantadores, me sentía fuera de lugar. Me habían permitido instalarme en la habitación de invitados de su casa, en la segunda planta, y me trataban como a una hija más. Mindred, la madre, sanitaria militar de profesión años atrás, estaba siempre atenta a mí, para que estuviese activa y que mi humor no se ensombreciese por las preocupaciones, mientras que Vesper, antiguo sargento de la Legión Lúmina, era mucho más práctico. Él aseguraba que la mejor forma de apaciguar el alma era disparando, y en base a ello me estaba ayudando a perfeccionar la técnica en el jardín trasero de la casa. Y todo aquello bajo la atenta mirada de un Nat Trammel que, a pesar de las circunstancias, lograba sonreír cada vez que nuestras miradas se encontraban.

Como digo, era una situación extraña, pero mucho mejor de lo que podría haber sido. En Colosia me sentía fuera de lugar pero únicamente porque yo así lo creía. Para los Trammel, después de haber logrado que su hijo volviese a casa, era más que bienvenida.

Nat también estaba contento de haber regresado. Después de los últimos meses de locura que le habían tocado vivir, había encontrado en Colosia un lugar en el que sentirse seguro. No del todo, por supuesto, pero trabajaba activamente junto a su padre en ello. Dos décadas atrás, la mayor parte de la juventud del pueblo se había unido a las filas de la segunda Legión, la Vulkana, por lo que, siendo amigos desde la infancia, contaba con las simpatías y el apoyo de todos sus familiares.

A pesar de ello, Nat no lo estaba pasando bien. Después de lo que había sucedido con el príncipe y de haber abandonado la Legión por la puerta de atrás para acudir a mi encuentro en Hésperos, su nombre se había unido al de otros a los que el nuevo Emperador deseaba detener. En su caso era la deserción el motivo de la acusación, aunque era evidente que había mucho más. Buscaba a Nat porque sabía demasiado, había visto en primera persona lo que había pasado en el frente y era uno de los mejores amigos del príncipe, lo que lo convertía en alguien peligroso.

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