Capítulo 83

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Capítulo 83 – Misi Calo, 1.818 CIS (Calendario Solar Imperial)




La búsqueda estaba acabando conmigo. Con mi fuerza, mi determinación, mis esperanzas... con mis ganas de seguir adelante. Cuantos más días pasaban más recordaba lo sucedido con Doric Auren, las jornadas persiguiendo a un fantasma, y mayores eran mis temores. El príncipe heredero había regresado, sí, y con él había habido un antes y un después en Albia. Con Damiel y Lansel, sin embargo, dudaba mucho que el destino fuese a darnos una segunda oportunidad. Más allá del velo no aguardaba más que oscuridad y muerte, destrucción y mentiras... y aquí, dolor. Mucho dolor.

Pasamos doce días buscándolos sin éxito. Durante todo aquel tiempo, tras la marcha de Marcus y de Jyn, habíamos ampliado el rango de búsqueda sin llegar a abandonar en ningún momento la cima de Cristal. Aidan estaba convencido de que tarde o temprano regresarían, que era cuestión de tiempo, y aunque durante los primeros días había querido creerle, ya tenía dudas de que fuese a suceder. El Laberinto de Huesos los había devorado, era evidente, pero dónde hubiese escupido sus restos era algo totalmente diferente. Tanto que, a pesar de la insistencia del Centurión, en lo más profundo de mi mente el permanecer en la cima empezó a perder sentido.

El miedo me estaba afectando, lo sé. Mi conducta no estaba siendo todo lo correcta que cabría esperar de un Pretor experimentado como yo, pero no podía evitarlo. Aquellos dos hombres eran mucho más que simples compañeros para mí y hasta que no supiese la verdad sobre su destino no podría enfrentarme al futuro con claridad. Ni podría dirigir la Fortaleza, ni mucho menos volver a combatir tal y como había hecho hasta ahora. Mi mente no me lo permitiría. Así pues, lo mejor que podía hacer por ellos y por mí era seguir buscando, y así hice. Sin descanso, sin final, sin miedo.

¿Y sirvió de algo? Recorrí gran parte de la cordillera, adentrándome en sus cavernas y perdiéndome en sus empinados caminos. Viajé a través de las dunas, dibujando aros concéntricos cada vez más amplios alrededor de la Cima de Cristal, pero mis esfuerzos no dieron ningún resultado. Como pronto descubriría, mis buenos amigos se habían esfumado del mapa.




Alcanzado el décimo tercer día de búsqueda tal era mi desesperación que, estando sola en la cima a la espera de que la lluvia nos abriese las puertas de nuevo al otro lado del velo, empecé a tener ideas extrañas. Aidan no había puesto demasiadas limitaciones a la hora de desarrollar la búsqueda. Había turnos de vigilancia para que la cima no quedase nunca vacía, pero por lo demás, salvo la prohibición de adentrarnos en las cuevas y la de alejarnos más de veinte kilómetros de la montaña, todo era válido. Desde escalar por las caras oscuras de la cordillera hasta negociar con las tribus errantes que de vez en cuando aparecían entre las dunas. No había límite. No obstante, estando tirada en la arena, con la mirada fija en el cielo totalmente despejado, empecé a tener dudas.

Dudas que surgían desde las profundidades de la montaña en forma de susurros.

No diré que oía una voz llamarme desde las entrañas de la tierra, pero sí es cierto que había algo que estaba despertando algo en mí. La incertidumbre, supongo, era la que me llevaba a pregúntame si estábamos golpeando todas las puertas. Sea como fuera, no sé ni cómo ni porqué lo hice, pero por primera vez en mi vida decidí desobedecer las órdenes de Aidan. Supongo que la desesperación fue la culpable, no lo sé. Después de tanta búsqueda sin éxito necesitaba asegurarme de que no estaban allí... aunque en el fondo de mi corazón sabía que no los encontraría.

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