Capítulo 76

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Capítulo 76 – Aidan Sumer, 1.817 CIS (Calendario Solar Imperial)




Estaba a menos de un metro de alcanzar la fina línea que dividía los dos mundos cuando la detuve. La cogí por la cintura y tiré de ella hacia atrás con todas mis fuerzas, arrancándola de las garras del embrujo de aquella otra realidad. Inmediatamente después, sin darle opción a réplica, la empujé fuera de la sala, donde chocó contra una de las paredes del pasadizo. Me miró con los ojos encendidos, llenos de miedo y de rabia, y se dejó caer de rodillas al suelo. Había estado a punto de cometer un gran error. Por suerte, el Sol Invicto no quería que aquel día perdiese a mi hija.

Me interpuse entre la sala y el pasillo, evitando así que pudiese entrar de nuevo. No iba a intentarlo: no era estúpida, pero quería asegurarme. Apoyé la espalda en el marco de la puerta y extendí el brazo hasta situar la mano en el otro lado. A continuación, dejándome llevar momentáneamente por los cantos de sirena que aguardaban más allá del límite de la realidad, desvié la mirada hacia el interior de la sala. Y allí seguía él, ahora envuelto por una aureola de fuego, con los ojos encendidos y una mueca de fastidio en la cara. Estaba furioso. Le había destrozado el juego en el momento más álgido y me odiaba por ello.

Mejor. Yo tampoco le guardaba cariño alguno precisamente.

—No podrás seguir evitándolo eternamente, Aidan —me dijo el "Fénix" con los puños firmemente cerrados—. ¡Es el destino!

El destino. Me reía yo de su visión del destino. Lo que unía sus caminos era su odio y deseo de venganza; su envidia y demencia, no el destino. El destino, tal y como acababa de demostrar el Sol Invicto al hacerme llegar el presentimiento de que debía actuar, estaba de nuestro lado.

Desenfundé la pistola y disparé, comprobando lo que ya había supuesto nada más abrir la puerta. El proyectil salió del cañón y se abalanzó sobre su objetivo, la garganta del "Fénix", dibujando un agujero de humo en su piel. Lo atravesó y siguió su trayectoria hasta hundirse contra el fondo de la sala, aquella que aguardaba más allá del fragmento de infierno que el "Fénix" había convocado.

Jamás podría matarlo desde fuera.

—¿Así que esto es en lo que te has convertido? —pregunté, tratando de evitar que mis ojos viesen más allá del rostro cada vez más borroso del "Fénix"—. Te avergonzabas del camino que había seguido tu padre, y sin embargo mírate: has cruzado todas las líneas que él no pudo.

—Soy aquello en lo que me has convertido, Sumer. La consecuencia de tus actos... el resultado de tus fracasos. —El "Fénix" me dedicó una rápida reverencia—. Hoy has vencido esta pequeña batalla... enhorabuena. Después de tantas derrotas, aprovecha para saborearla. No durará eternamente.

—¡Deja de huir y da la cara! —respondí, a sabiendas de que el tiempo se me acababa—. ¡Sal de tu escondite y enfréntate a mí! Eres un cobarde.

—¿Y por qué no entras tú? —El "Fénix" extendió su mano hacia mí—. ¿Por qué no vienes y lo hablamos? Tengo aquí ciertas personas que estarían encentadas de volver a verte, ¿no crees, Jyn? ¿Y tú, Davin? ¿Qué te parecería si...?

Aunque intenté no hacerlo, no pude evitar que mis ojos mirasen los de mi querida Jyn Valens, la cual se encontraba muy cerca del "Fénix", observándolo todo con una expresión extraña en la cara. Nuestras miradas se encontraron por un un instante, tan solo unas décimas de segundo, pero fue más que suficiente para sentir una punzada en el corazón. La misma punzada que, al otro lado del velo, la llevó a ella a deshacerse de los dedos que la aprisionaban y abalanzarse sobre el "Fénix". A hundir sus manos blancas alrededor de su garganta y rasgarla con las uñas... a hacerlo gritar y destruir la brecha entre las dos realidades.

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