Capítulo 11

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Capítulo 11 – Davin Sumer, 1.794 CIS (Calendario Solar Imperial)




El tren ciego se movía a gran velocidad.

Sentado en la inquietante pero cómoda butaca en forma de boca de nuestro camarote privado contemplaba el corazón de Talos en silencio, con una pluma en una mano y un diario en la otra. Me apetecía escribir. No solía hacerlo, pero en aquel entonces, adentrándome más y más en sus profundidades, sentía la necesidad de plasmar por escrito las excentricidades de nuestros vecinos más conflictivos.

Los talosianos eran extraños. Además de creer en un dios inventado al que llamaban "Vórtex", estaban totalmente obsesionados con la tecnología. El motivo era obvio: cualquier cosa era válida para desvincularse al máximo posible de Albia y su creencia en el Sol Invicto, pero visto desde fuera era un tanto ridículo. Después de todo, ¿quién podía creer que todo aquel complejo subterráneo estuviese siendo soportado por las monstruosas infraestructuras con las que habían poblado el subsuelo en vez de por el deseo de nuestro amado dios? Lo dicho, era ridículo. Pero aunque su mentalidad fuera absurda, era innegable que tenían buen gusto diseñando las cosas. Y en gran parte era por ello que aquella noche me apetecía escribir y dejar mi testimonio grabado en tinta para que en el futuro mis hijos pudiesen disfrutar de aquel increíble viaje.

Incluso bajo tierra, Talos podía llegar a ser muy sorprendente.

El tren ciego no era tal y como había imaginado. Aunque su estructura interna era similar a la de los ferrocarriles de Albia, por fuera era totalmente distinto. Conformado por un largo vagón de color negro con centenares de conexiones recorriendo sus laterales a modo de patas, el tren ciego se asemejaba a un gran ciempiés de metal. La parte delantera del transporte estaba compuesto por doce células de energía rojas que, situadas estratégicamente en la superficie circular, creaban la ilusión de un rostro arácnido repleto de ojos capaces de ver en la noche. Aquella imagen, sumada a las conexiones laterales gracias a cuyos impulsos eléctricos el tren avanzaba a grandísima velocidad, y a los miles de arcos en forma de vértebras que componían el túnel por el que nos deslizábamos, convertía el viaje a través de la tierra un apasionante paseo subterráneo.

Como he dicho, el tren en sí era sorprendente. Su aspecto y diseño parecían más propios de un libro de fantasía que de Gea... pero incluso así no era lo que más llamaba mi atención. Lo que realmente me tenía el corazón encogido era el estremecedor paisaje que aguardaba más allá de los cristales tintados. Un paisaje conformado por ríos de lava, puentes levadizos y distintos túneles que, tallados en la piedra, conformaban un laberinto subterráneo por el que los trenes ciegos se movían a grandísima velocidad.

Los pasajeros del tren ciego eran gente singular. Aunque ya nos habían advertido al respecto, resultaba sorprendente estar rodeado de tantas grandes personalidades talosianas. Deportistas de élite, científicos, escritores... incluso había algún que otro niño prodigio, como los que tanto gustaban en Albia. Contábamos también con la presencia de diplomáticos afamados, familias de muy buena posición social y periodistas; una gran mezcla de gente y personalidades que incluso podía llegar a abrumar. Por suerte para nosotros, al no conocer prácticamente a ninguno, nos daba bastante igual. Donde estuviesen los famosos albianos que se quitasen los demás.




—Creo que he visto a Silvyn Mileth —exclamó Damiel nada más entrar en el camarote tras media hora de desaparición.

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