Capítulo 13

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Capítulo 13 – Aidan Sumer, 1.794 CIS (Calendario Solar Imperial)




El incesante sonido de goteo procedente del lateral izquierdo de la celda estaba volviéndome loco. Desconocía cuánto tiempo llevaba allí, colgando del techo por los brazos, ni tampoco cuánto más pasaría antes de que aquel macabro juego llegase a su final, pero cada hora que pasaba me costaba más y más mantenerme sereno. Y mientras que corrían los segundos, los minutos y, en definitiva, los días, en mi mente la idea de que nos habían traicionado era cada vez más clara. Alguien había revelado nuestras intenciones al enemigo, Landon Farr, y él había preparado todo un dispositivo para atraparnos y convertirnos en sus conejillos de indias...

En los muñecos de un juego macabro que, muy a mi pesar, tenía las horas contadas.

Mientras me mantenía suspendido a un metro del suelo, con los músculos ya demasiado agotados y doloridos de la postura como para responder, pensaba en cómo sacar a mis hombres de aquella trampa. Fieles hasta el final, Olic Torrequemada y Mia Dummas habían decidido acompañarme a una misión de la que había muchas posibilidades de no volver. Aquellos dos hombres, mis más veteranos compañeros, no habían sido informados en ningún momento de la operación, pero llegado el momento de partir no habían dudado en unirse a mí sin saber cuál era el destino. Y en cierto momento había tenido la tentación de dejarlos atrás, no voy a mentir. Desde un principio había sabido a lo que me enfrentaba, y si bien había preferido no preguntarme el motivo, había tenido muy presente que era una misión peligrosa, de ahí mi interés de ir solo. Sin embargo, no me lo habían permitido.

—Le prometimos a tu hermano que no te dejaríamos nunca solo —me recordó Mia poco antes de embarcarnos juntos a la gran travesía hasta Norraxis—. Y no lo vamos a hacer. Somos gente de palabra... además de tus amigos, Aidan.

—Sí —la secundó Olic—. Aunque a veces parece que se te olvida. Por suerte, aquí estamos para recordártelo, Sumer. Sin nosotros, no eres nadie.

Aunque a veces era tentador olvidarlo, y más cuando el peso del yelmo de Centurión era tan elevado, lo cierto es que siempre lo tuve muy presente. Además de mis compañeros, los componentes de mi Unidad eran mis amigos y mi familia, y no estaba dispuesta a dejarlos morir. Precisamente por ello, incluso al límite de mis fuerzas, a merced del enemigo, colgado en una fría sala de paredes blancas y luz fluorescente, con la muerte acechando más allá de la puerta de entrada, no me daba por vencido. Sacaría a mis hombres de allí costase lo que costase y mataría a Farr. El Emperador podía contar con ello.

Pero no iba a ser fácil. Landon Farr era un rival peligroso y muy bien equipado, y si bien en un cara a cara no era más que un insecto al que me bastaba con pisotear, en aquellas circunstancias, rodeado por su ejército de musculosos drones de piel plateada y toda su maquinaria, las cosas se complicaban notablemente.

—Pero saldremos de esta —dije una vez más, tratando de transmitir serenidad a mis compañeros—. Os doy mi palabra.

Pero por desgracia, ellos ya no me oían.




Desconocía cuántas horas había pasado dormido, o inconsciente, ya no lo sé, cuando desperté por última vez. Los secuaces de Farr me habían arrastrado en dos ocasiones fuera de la sala donde nos tenían atrapados para experimentar conmigo en uno de sus fríos e inquietantes laboratorios. En ambas ocasiones me habían tumbado en una camilla, me habían maniatado y, con la cabeza inmovilizada y los ojos fijos en un potente foco de luz blanca, habían hecho y deshecho conmigo cuánto habían querido, inyectándome y extrayéndome toda la sangre que habían querido. Por suerte, en ambos casos mi consciencia había acabado evaporándose producto de alguno de los fármacos que me inyectaban. Eso sí, he de admitir que a mi despertar, ya no era el mismo. Podría decir que era una versión algo más debilitada de mí mismo, pero no el original. Muy a mi pesar, el cansancio cada vez era más intenso y el dolor de cabeza más incipiente. De hecho, era como si, de la forma más cruel y ensordecedora, un martillo me golpease una y otra vez detrás de los ojos, tratando de sacármelos.

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