Capítulo 31 – Damiel Sumer, 1.800 CIS (Calendario Solar Imperial)
Cuando entramos en el vagón de los prisioneros los Pretores del Invierno ya estaban muertos. Parte del habitáculo había volado por los aires, arrancándoles la vida de cuajo. Las prisioneras, sin embargo, habían corrido una suerte distinta. Alaya, aún sentada y maniatada en su butaca de viaje, tenía todo el costado que daba al muro dañado quemado, con grandes cortes y heridas supurando y sangrando copiosamente. La venda de los ojos se había desprendido. Las muñequeras y las tobilleras, sin embargo, seguían en su sitio. Aisia, por su parte, también había sufrido las consecuencias del incidente, aunque de una forma totalmente distinta. Aunque a ella no le había golpeado ningún escombro ni le había alcanzado la llamarada de la explosión, el sarcófago metálico donde estaba encerrada había quedado expuesto y la temperatura estaba subiendo a gran velocidad.
Si no se la sacaba pronto, moriría cocida.
Lansel y yo entramos en tromba, logrando con nuestra llegada que una lluvia de disparos cayese sobre nosotros. Ambos nos lanzamos al suelo, esquivando por apenas décimas de segundo los proyectiles, y rodamos unos metros, activando la Magna Lux para desaparecer y proyectarnos por el vagón. Lansel se ocultó al fondo, pegado a la pared, mientras que yo me agaché tras el sarcófago.
Nos apresuramos a sacar nuestras armas y responder a los disparos.
Había alguien más en el vagón... o mejor dicho, junto al gran agujero que él mismo había generado. Se trataba de un hombre de edad adulta y piel morena armado con un fusil y montado en una motocicleta.
Volvió a disparar.
—¡¡No!! —gritó Alaya al ser impactada en el hombro quemado—. ¡¡Para, para!! ¡Maldita sea, para! ¡Me vas a...!
—Lo siento, Cyrax —respondió él.
Finalizó su intervención lanzando una nueva ráfaga de disparos con la que cruzó todo el vagón. Nosotros respondimos de nuevo, acertando los disparos en su espalda, pero no logramos detenerlo. El asesino apretó el acelerador, giró sobre sí mismo y rápidamente se internó en el bosque que en aquel entonces atravesábamos, dejando tras de sí una nube negra.
Lansel hizo ademán de seguirlo pero antes de que saltase del vagón me apresuré a detenerlo cogiéndole por el hombro. Inmediatamente después, señalé el sarcófago con el mentón.
—¡Sácala!
Mientras él se abalanzaba sobre la trampa desde cuyo interior la niña Maga gritaba desesperada, yo me apresuré a agacharme frente a Cyrax. La segunda ráfaga de disparos del asesino la habían alcanzado de pleno, llenándole el costado y el cuello de fuego y sangre. Era sorprendente que aún estuviese con vida. Le debían quedar segundos. Consciente de ello, me apresuré a apoyar la mano sobre la herida del cuello y la presioné con fuerza.
La sangre me empapó los dedos.
—¡Cyrax! —grité, tratando de captar su atención. Sus ojos giraban en las cuencas oculares enloquecidos—. ¡Cyrax, maldita sea! ¡Mírame! ¿¡Quién es el "Fénix"!? ¡Dame su nombre!
La mujer barboteó algo que no logré entender. La sangre ya escapaba por sus labios.
—¡Cyrax, un nombre! ¡Dame un...!
Un grito desgarrador procedente del exterior captó mi atención. Alcé la mirada por un instante y, en la lejanía, sobre la motocicleta, vi una gran sombra aparecer. Una sombra en forma de cráneo cuyas fauces se cerraron sobre la cabeza del asesino, arrancándole el aullido de pánico y dolor, y haciéndole caer del vehículo.
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Hijos de la Noche
FantasyEl Imperio de Albia, la mayor potencia militar y económica, ha dominado gran parte de este mundo sin rival durante casi 2.000 años, pero ahora nuevos enemigos aparecen para desafiar su supremacía... tanto desde el exterior de sus fronteras como desd...