Capítulo 12 – Damiel Sumer, 1.794 CIS (Calendario Solar Imperial)
—¡Pero tenéis que hacer algo! ¡No puede respirar! ¡No puede...!
Mi hermano tenía razón, no podía respirar. Aún a día de hoy desconozco qué fue lo que me dispararon, pero los días de lluvia sigo notando sus efectos. Las punzadas de dolor en la espalda, el mareo, la pérdida de equilibrio... pero sobre todo la falta de aire. Por suerte, con el paso del tiempo los efectos irían reduciéndose, pero en aquel entonces, tirado en el suelo mientras Davin era arrastrado al exterior del motel a rastras, yo no podía respirar...
E incluso así, trataba de ir tras él.
—¡Davin!
Giré sobre mí mismo para mejorar el ángulo de visión. Una vez boca abajo, apoyando las manos sobre el sucio suelo, traté de seguirle a rastras. La distancia que nos separaba cada vez era mayor, pero yo quería intentarlo. Necesitaba intentarlo. Lamentablemente, los policías no eran estúpidos y no necesitaron más que seguir mis actos con la mirada durante unos segundos para adivinar mis intenciones.
Uno de ellos se apresuró a apoyar el cañón de su arma sobre mi nuca.
—Alto —dijo con marcado acento talosiano—. Alto, basura de Albia. Alto.
Y siguió hablando, pero no fue ni en mi idioma ni conmigo. El agente, un tipo de unos cincuenta años de espalda ancha y brazos musculosos vestido con un ceñido traje de color gris oscuro, intercambió unas cuantas palabras con otro de los policías y, sin apartar el arma de mí, asintió con la cabeza. A continuación, tras recibir la autorización, una tercera persona procedente del exterior se arrodilló a mi lado. A diferencia de sus compañeros, el recién llegado, un chico de no más de veinticinco años de cabello pelirrojo y rostro rubicundo, vestía con un uniforme de cuello alto de color verde y cargaba con un moderno maletín metálico. Por su aspecto y la chapa identificativa en forma de estrella que colgaba de su cuello, se trataba de un sanitario. Además, sonreía. Y sí, no era una sonrisa sincera, ni tampoco amplia, pero sí lo suficientemente tranquilizadora como para que, al menos durante los primeros segundos que estuvo a mi lado, llegase a creer que no era una amenaza real.
Estúpido de mí.
—No hablar mucho Albia —dijo sin poder reprimir una risotada nerviosa—. Pero ayudar a ti. Mi nombre Theodorus Mayo, ¿tú?
Aunque entendí lo que quería decirme, no respondí. Mi mirada estaba fija más allá de la puerta, donde varios policías habían obligado a mi hermano a arrodillarse y le golpeaban con fiereza al no lograr arrancarle las respuestas que deseaban escuchar.
El interrogatorio prometía ser duro.
Aquella no era la primera vez que veía a mi hermano sangrar, ni mucho menos recibir una paliza. No habían sido muchas las ocasiones que había tenido que vivir, pero en todas su dolor había logrado despertar en mí mi lado más protector. A pesar de ser el pequeño, adoraba a Davin y me sentía en el deber de cuidar de él. Sabía que mi padre así lo quería, y de haber seguido con vida, también lo habría deseado mi madre.
Por desgracia, aquella vez no pude hacerlo. Aunque lo intenté con todas mis fuerzas, permanecí tendido en el suelo, a expensas del tipo pelirrojo mientras que a Davin le interrogaban una y otra vez...
Y le golpeaban una y otra vez.
—Esto duele, pero respiraré más —aseguró el doctor Mayo.
Apenas fui consciente de que aquel tipo me había inyectado algo en la espalda hasta que no sentí el gélido contenido de la jeringuilla atravesarme el cuerpo con un latigazo de dolor. Apreté los dientes con fuerza, negándome a mostrar abiertamente mi dolor, y me mantuve con el cuerpo en completa tensión hasta que, poco a poco, el efecto fue disipándose.
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Hijos de la Noche
FantasiaEl Imperio de Albia, la mayor potencia militar y económica, ha dominado gran parte de este mundo sin rival durante casi 2.000 años, pero ahora nuevos enemigos aparecen para desafiar su supremacía... tanto desde el exterior de sus fronteras como desd...