Capítulo 37

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Capítulo 37 – Hésperos, 1.800 CIS (Calendario Solar Imperial)




Damiel Sumer – Jardín de los Susurros




Las flores de fuego o el "Veneno de la víbora", que era el nombre con el que se las conocía en la leyenda de la Hija del Sur, era una especie extinguida cuya reaparición en Albia había logrado sorprender enormemente a Vicus Maledor, el Optio de la Unidad Cross.

Especializado en venenos y con más de cincuenta años de servicio a la espalda, el conocimiento del Optio sobre la materia era tal que tan solo había necesitado escuchar el relato de Lansel para identificar la especie de la que estábamos hablando. Poco después, tras abrir el paquete que Gregor Waissled había enviado a Lyenor, sus sospechas se habían hecho realidad. El "Fénix" había traído del recuerdo la malévola y peligrosa flor, permitiendo al abrir la puerta que separaba la realidad de la fantasía que algún otro ser no bienvenido se colase.

—¿Conocéis la historia de la Hija del Sur? —preguntó el Optio desde el alto taburete metálico desde el cual inspeccionaba uno de los pétalos.

Nos encontrábamos en la guarida de la Unidad Cross, en las profundidades del Jardín de los Susurros. Al igual que la nuestra o la Unidad Valens, su escondite se encontraba oculto bajo tierra, a más de diez metros de profundidad. Los rumores hablaban de dos entradas secretas: una a la que únicamente se podía acceder al encender una hoguera a los pies de la estatua de la Emperatriz sin rostro que había oculta en el corazón del laberinto de setos, al oeste, y otra que tan solo se abría durante la noche cuyo paradero era secreto.

No diré cómo accedimos a su interior, pues prefiero que sea otro quien revele el secreto en caso de ser necesario, pero puedo asegurar que fue una experiencia muy especial.

Así pues, nos encontrábamos en el corazón de la tierra, en el interior de una amplia sala de estudio, de pie junto a la mesa donde, armado con una potente óptica circular, Vicus inspeccionaba uno de los pétalos rojos del regalo que el "Fénix" había enviado a Lyenor. Para cuando yo llegué hacía ya una hora que lo miraba, fascinado por su "peculiar naturaleza", palabras textuales, y desde entonces no había apartado la vista de ella.

Eso sí, al menos había levantado la mano derecha a modo de saludo al verme entrar.

—Me suena —respondió Lyenor, de pie en el otro extremo de la sala, con el teléfono en una mano y un libro en la otra—. ¿Es la de las dos brujas?

—Casi casi, Centurión. Has estado cerca.

—¿Entonces?

Vicus era un personaje extraño. Estancado en la treintena en apariencia, pero con más de setenta años a las espaldas, Maledor era un hombre de aspecto enfermizo cuyo cabello negro caía en largos mechones alrededor de un rostro blancuzco. Era esbelto y alto, con la espalda ligeramente curvada y los brazos y las piernas desproporcionadamente largos. En cierto modo recordaba a un gran insecto, aunque sus ojos se asemejaban mucho más a los de un felino. De un intenso color verde y con el iris rasgado, pocos eran los que lo miraban a la cara y lograban mantenerle la mirada más de tres segundos.

Pero aunque no gozaba de un aspecto especialmente agradable, Vicus Maledor era un buen hombre. Mi padre me lo había presentado hacía unos años, poco después de que Lyenor se uniese a su Unidad como Centurión, y lo cierto era que siempre me había parecido legal. De todos, él era el que le había facilitado más las cosas, y eso era algo por lo que los Sumer siempre le estaríamos agradecidos.

Hijos de la NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora