Capítulo 43

1.1K 137 25
                                    

Capítulo 43 – Damiel Sumer, 1.811 CIS (Calendario Solar Imperial)




El eterno retorno.

Años atrás volver a Hésperos era un premio. Las pocas veces que conseguíamos hacerlo regresábamos con grandes sonrisas pintadas en la cara y el corazón latiendo de pura emoción. Aquella ciudad, aquella preciosa e imponente ciudad, nos había hecho creer que era nuestro hogar. Que en ella estaríamos seguros y encontraríamos el calor de aquellos que daban sentido a nuestra existencia. Y nosotros, creyéndonos mucho más débiles de lo que realmente éramos, nos dejábamos envolver por su manto protector y fingíamos ser felices en su seno.

Pero todo era mentira. En aquel entonces no era capaces de verlo, pero con el paso del tiempo lo había ido entendiendo. Ni aquel era nuestro hogar ni jamás lo había sido. Tampoco quedaba nadie que nos esperase ni que se alegrase de nuestro regreso. Hésperos simplemente había sido el punto de inicio, el lugar donde nuestra historia había empezado, pero no donde acabaría. Ahora que al fin habíamos aceptado lo que realmente éramos, nómadas sin hogar ni familia salvo la que nos rodeaba, todo iba a ser mucho más fácil.

O al menos eso quería pensar.

Volver a Hésperos ya no despertaba emoción alguna en mí, pero sí el pisar el suelo acristalado del Palacio Imperial. El avanzar por sus pasadizos cubiertos de estandartes con el Sol Invicto iluminando nuestro camino... el cruzarnos con Pretores a los que el uniforme prácticamente les iba grande de lo jóvenes que eran.

Sentir el latido de la Magna Lux más debilitada que nunca.

Mentiría si dijese que era devoto de los Auren. Siempre había respetado y admirado al Emperador por su gran labor, pero nunca había llegado a creer del todo en él. La extraña relación que lo había unido a mi madre había marcado una gran distancia entre nosotros. Sabía que él confiaba en mí plenamente, pero a veces yo no podía evitar preguntarme si él lo haría en mí. Después de tanto tiempo fuera de Hésperos, manchándome las manos de sangre en nombre de una Albia que apenas conocía, había logrado que me sintiese un extraño en aquel lugar. Pero incluso así, con aquella mezcla de sentimientos encontrados martilleándome la cabeza con más fuerza que nunca, aquel día sentí tristeza al adentrarme en el Palacio Imperial. Sentí lástima por haber perdido al Emperador, pero aún más por no haber logrado encontrar a su hijo. El que Lucian Auren, nuestro auténtico jefe, fuera quien nos hubiese convocado en nombre de la corona evidenciaba nuestro fracaso, y eso, muy a mi pesar, era algo que me pesaba demasiado como para fingir que no me importaba.

Por suerte, a nadie parecía importarle.

Lucian Auren nos recibió en uno de los salones del Palacio. Rodeado por sus más leales servidores, desde Pretores hasta legionarios, el hasta entonces príncipe de Albia sabía que debía ser cuidadoso en sus próximos movimientos si lo que quería era ganarse a su pueblo. Lo más probable era que el Senado lo coronase Emperador en poco tiempo, pero debían ser precavidos con las fechas. El pueblo quería a Doric Auren. El joven príncipe había logrado ganarse la simpatía de Albia, y si bien todo apuntaba a que había muerto, había muchos que se aferraban a la idea de que hasta que su cuerpo no apareciese no se podía perder la esperanza. Y era cierto, no nos vamos a engañar. Era muy complicado que siguiese vivo, pero no era imposible. Así pues, Lucian debía jugar muy bien sus cartas para no levantar suspicacias. Tenía que ganarse el apoyo del pueblo, y para ello, le gustase o no, era vital que gente como nosotros, respetados y admirados por su ciudadanía, creyésemos en él...

Irónico, ¿no?

Después de tantos años a su servicio, aquella fue la ocasión en la que con más honores nos recibieron. Lucian narró nuestros grandes éxitos a todos los guerreros y personalidades presentes en la sala, que no eran pocos, y uno a uno fue destacando los grandes momentos de nuestra carrera, pintándonos a ojos de todos los invitados como los auténticos héroes que éramos. Porque lo éramos, no voy a mentir. Nuestros actos nunca afectarían directamente al día a día de Albia, pero sí a su futuro. Porque sin nosotros, que a nadie se le olvide, muchos más serían los enemigos que golpearían a nuestras gentes. Habría más asesinos sueltos, más terroristas y más conspiradores. Habría, en general, una inestabilidad gracias a la cual nuestro Imperio se vería abocado al fracaso... a la autodestrucción. Así que sí, tanto la nuestra como el resto de Unidades de la Casa de la Noche estaban compuesta por héroes. Agentes que nunca seríamos reconocidos con honores a excepción de momentos como aquel en los que las falsas apariencias y la hipocresía corría a cuenta de los Auren.

Hijos de la NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora