Capítulo 78

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Capítulo 78 – Marcus Giordano, 1.817 CIS (Calendario Solar Imperial)




Cinco meses después de dejar la Fortaleza de Jade para viajar a Throndall junto a mi padre, volví a casa. Una casa que ya quedaba lejana en la memoria, pero cuyo recuerdo había acudido a mí cada noche antes de acostarme. Primero en forma de sus habitantes, con Misi a la cabeza. Mi querida directora, compañera, amiga y amante me venía a ver a diario, recordándome lo feliz que era en la Fortaleza, cuanto la echaba de menos y cuanto me necesitaban allí. Con el transcurso de las semanas, sin embargo, sus visitas se habían empezado a espaciar, dejando paso a la fortaleza en sí, con sus pasadizos, sus torres y su gran arena. Durante mis sueños me veía en ella, deambulando por sus sombríos corredores, disfrutando de la soledad de la que me permitía disfrutar aquel silencioso lugar. Pero aunque tanto la Fortaleza como Misi habían ocupado mis pensamientos durante los dos primeros meses, en realidad fue el desierto lo que me había acompañado toda mi estancia en el extranjero. El laberinto de arena, sus secretos y sus misterios. El sentirme libre... el perderme entre sus dunas. Estar con mi padre y su Unidad fue una experiencia bonita, muy enriquecedora, al igual que lo fue el lograr levantar la Fortaleza de Roble y darle vida, pero después de haber probado las mieles de Dynnar, no había nada que lo pudiese igualar.

Mario eligió las ruinas conocidas como la Boca del Lobo para erigir su fortaleza. Se trataba de un lugar abandonado desde hacía más de quinientos años por los antiguos habitantes de la zona a causa de cierta maldición surgida del folklore popular en la que se decía que el antiguo castillo pertenecía al Rey Lobo, una poderosa bestia capaz de devorar al más avezado de los guerreros.

Interesante, ¿eh? Nunca creí en el Dios Aullante de Throndall, ni tampoco en la mayoría de las historias que tanto encanto daban a sus tierras. El país norteño era un lugar lleno de mitología y gente ingenua que creía cuanto dijesen los libros... pero también de magia. Una magia salvaje y poderosa que, al igual que sucedía en Dynnar, se había apoderado del país. Y en nuestro caso, en la que iba a ser la Fortaleza de Roble. Porque sí, era cierto. Desconocía si la manada de lobos salvajes que gobernaba la zona descendía del famoso Rey Lobo, o incluso si su líder, un impresionante ejemplar pardo, era el cazador de las leyendas, pero allí había lobos. Unos lobos probablemente infectados de rabia, o algo peor, que no nos pusieron las cosas nada fáciles. Por suerte, no había manada alguna que pudiese enfrentarse a una Unidad de la Casa de las Espadas, y mucho menos a mí.

Después de darles caza y reducir el grupo a tan solo cinco de los doce ejemplares iniciales que habían sido, conseguimos reducir a los animales hasta convertirlos en el aperitivo de los aspirantes al sello de roble. Era una prueba peligrosa, y más teniendo en cuenta que el plan de mi padre era liberarlos sin advertir previamente a los recién llegados, cuando aún cargasen con sus maletas o mientras durmiesen, tal y como hizo conmigo, pero dado que yo logré superarla sin problemas, decidió darla por válida. Era un buen calentamiento, como él decía... y a mí no me pareció mal, la verdad.

Aprendí mucho a lo largo de todos aquellos meses. Los agentes de la Casa de las Espadas eran los auténticos maestros del arte de la guerra. Inteligentes, astutos, valientes y letales. Se les podría dedicar con muchos adjetivos, pero sin duda el que mejor les describía era el de complicados. Aquellos hombres y mujeres eran de trato difícil: cerrados de mente, rudos e incluso a veces problemáticos. Gente con la que era complicado relacionarse, y mucho más aprender de ellos...

Por suerte para mí, no tardaron en aceptarme como uno más al demostrarles mi valía. Ellos eran fuertes y valientes, sí, los guerreros por excelencia, pero yo no me quedaba atrás. El Señor del Desierto tenía mucho que enseñarles. Tanto que, alcanzado el quinto mes y finalizada la construcción de la Fortaleza, me pidieron que me quedase.

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