Capítulo 64

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Capítulo 64 – Aidan Sumer, 1.812 CIS (Calendario Solar Imperial)




Despuntaban los primeros rayos del alba cuando llegamos al Jardín de los Susurros. Era un amanecer frío, con una gruesa capa de niebla dificultando la visibilidad. Las copas de los árboles estaban cubiertas de escarcha, al igual que la mayoría de las ramas y hojas. Películas de humedad se deslizaban por su superficie, creando pequeños discos de hielo en el suelo.

Era fácil resbalar. Aunque nuestros pies pisaban firmemente allí donde se apoyaban, sin temor alguno pues nadie conocía aquel lugar más que nosotros, no nos sentíamos del todo seguros. El que hasta entonces había sido nuestro hogar había cambiado; se había convertido en un escenario de guerra más, y muy a mi pesar, tendría que verter sangre en él.

Meda Cross, Vicus Maledor y Nyxia Morcant se unieron a nosotros poco antes de alcanzar la entrada secreta al santuario. Los tres llevaban días en Hésperos, ocultos a ojos de la sociedad, pero vigilando muy de cerca los movimientos del que ya consideraban enemigo. Meda Cross lo hacía desde las sombras, sin que nadie supiese de su presencia. Sus superiores de la Torre de los Secretos le habían ordenado permanecer en Zarangorr, al margen del conflicto, pero ella se había negado. Aunque llevase décadas apartada de Albia, seguía formando parte de ella y no estaba dispuesta a que nadie, incluido su propio Emperador, la destruyese. Vicus y Nyxia, por su parte, también habían regresado a la ciudad tras llevar semanas en Solaris buscando a los padres de Noctis sin éxito. Ellos seguían al servicio de Lucian Auren en la teoría, pero no en la práctica. Vicus y Nyxia se habían convertido en nuestros ojos en la ciudad, y gracias a ellos habíamos podido llegar precisamente donde en aquel entonces estábamos: nuestro auténtico hogar.

Cabía la posibilidad de que aquella fuese la última vez que pisaba aquel lugar. Dependiendo del desenlace de la guerra, el Jardín nos cerraría sus puertas para siempre, por lo que me tomé unos segundos para admirar su belleza. Decir que aquel lugar era hermoso no era del todo cierto, pues había algo tétrico en su naturaleza salvaje, pero a mi modo de ver no había un lugar más bello en el planeta. Aquellos árboles y plantas eran los que habían visto crecer, madurar y convertirse en los grandes hombres que eran ahora a mis hijos, y eso era algo que no podía olvidar. Además, Lyenor y yo nos habíamos conocido allí, bajo la sombra de aquellos sauces, y durante muchos años nuestra amistad había ido fortaleciéndose hasta convertirnos en almas gemelas. Había visto nacer a mis sobrinas, Diana y Noah, y aunque el mero recuerdo me resultase doloroso, había unido a Luther y Danae.

Luther y Danae... imagino que no es necesario decir que mi presencia en el Jardín de los Susurros, entre otras razones, se centraba sobre todo en ellos dos. Había otros nombres que me inquietaban, desde luego, con Magnus Wise a la cabeza, pero sabía que aquella no era mi guerra. De hecho, precisamente por ellos me acompañaban Lyenor, Meda, Nyxia y Vicus. El Emperador Doric nos había enviado para reclamar lealtades, para buscar el apoyo entre los de nuestra Casa, pero también para destruir a aquellos que nos la negasen. Y aunque probablemente me odiaría por ello durante muchos años, aquello fue precisamente lo que hicimos.




Nos separamos para abarcar más terreno. La mayor parte de los Pretores habían abandonado el Jardín para salir a luchar a las calles, pero aún había almas ocultas en el corazón de los panteones. Sospechaba que la mayoría de ellos serían novatos o heridos a los que sus superiores habían preferido dejarlos "a salvo". Lamentablemente, aquella excusa no era válida para nosotros. La guerra nos había obligado a todos a posicionarnos, y ellos, tras haber jurado lealtad a Albia como Pretores, no podían ser distintos. Tenían que luchar: tenían que sacrificarse por aquello en lo que creyesen, y les gustase o no, lo iban a hacer.

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