Capítulo 81 – Algún lugar más allá del velo
Dulces humanos. Tan soñadores, tan crédulos... tan delicados y a la vez tan feroces. Pocos entre los míos comprenden mi pasión por vosotros. No entienden cómo un ser espiritual como yo puede llegar a sentir tanta afinidad por una especie cuyo único objetivo vital es el de condenarse a sí misma. El de destruirse...
Yo misma no lo entiendo a veces. Es tan fácil odiaros... nos dais tantísimos motivos para borrar de una vez por todas vuestra existencia que no hay día en el que no me pregunte el motivo por el cual aún existís. Sin embargo, si bien es fácil odiaros, aún es más fácil amaros. Y es que, aunque en nuestras manos no sois más que muñecos, títeres sin cabeza, solo hay que escuchar vuestras voces, aquellas que solo despiertan cuando cerráis los ojos y silenciáis vuestras turbulentas mentes, para quereros. Para comprender que, más allá de vuestra ambición, vuestra envidia y vuestro odio, existen seres que brillan con una luz capaz de cegar al más poderoso de los dioses.
Una luz que, una vez más, aquella lluviosa mañana logró mostrarme la grandeza de vuestras almas mortales. Y es que mientras que Damiel y Lansel se enfrentaban a su destino, yo protegía a su familia. Protegía sus almas de aquellos que con tanta ansia deseaban devorarlas... pero también los espiaba. Buceaba por aquellos profundos e idílicos sueños en los que, con sus más íntimos deseos como dueños y señores de cuanto les rodeaba, ellos mismos creaban.
Sueños en los que al fin eran libres; en los que obtenían cuanto siempre habían anhelado... sueños en los que se quitaban las máscaras y mostraban sus auténticas caras sin temor a ser descubiertos.
Sueños en los que Lyenor Cross vivía en la ciudad de Solaris, apartada de su vida como Pretor de la Casa de la Noche, y acompañada por su marido y por los hijos que habían engendrado en común. Su vida era sencilla y cómoda, sin mayores preocupaciones que las de cuidar de su propia familia tras décadas de servicio... pero con la seguridad de que, en la capital, aquellos a los que sin compartir sangre consideraba como miembros de su familia velaban por el país al que tanto amaba. Un país que Doric Auren había logrado llevar a su mayor etapa dorada gracias al tratado de paz firmado con Talos...
Un país en el que no existía el recuerdo de la guerra civil ni había pabellones donde se recordase a los caídos.
Un país en el que sus manos no se habían teñido de la sangre de sus hermanos Pretores.
Sueños en los que Aidan Sumer seguiría el resto de la eternidad en activo, luchando por un Imperio gobernado por Konstantin Auren, en compañía de todos sus hijos y esposa. Jarek Sumer y Luther Valens seguían a su lado, unidos como lo habían estado en el pasado, como los auténticos hermanos que habían sido años atrás, y Jyn Valens estaba viva. Ella ocupaba parte de su corazón, al igual que también lo hacía Lyenor Cross.
También vivía Davin Sumer, que dirigía como Optio de su Unidad al resto de sus hermanos, tanto los de sangre como los que no. Mia Dummas y Olic Torrequemada habían regresado de entre los muertos, y todos luchaban unidos bajo las órdenes del hombre al que, aunque el destino y la locura había convertido en un enemigo, le había ayudado a convertirse en el hombre que era.
Alguien a quien jamás podría perdonarse haber fallado: Lucian Auren.
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Hijos de la Noche
FantasyEl Imperio de Albia, la mayor potencia militar y económica, ha dominado gran parte de este mundo sin rival durante casi 2.000 años, pero ahora nuevos enemigos aparecen para desafiar su supremacía... tanto desde el exterior de sus fronteras como desd...