Capítulo 14

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Capítulo 14 – 1.794 CIS (Calendario Solar Imperial)


Damiel Sumer – Hospital General de Hésperos, Albia




—Eh, eh, no aprietes. Que no pueda moverla no implica que no la sienta.

—No me extraña que no la sientas, yo diría que está muerta, eh.

—¿Muerta? Me tomas el pelo, ¿verdad?

—En absoluto. Tiene un color y un aspecto que... oye, he tenido una idea.

Lansel no era un buen enfermero. Era un buen amigo y un buen agente, desde luego, pero como sanitario era nefasto, y muestra de ello era la falta de consideración que en aquel entonces tenía conmigo. Tumbado en una camilla, con un gotero taladrándome las venas cada pocos segundos y el cuerpo paralizado de cintura para abajo, no me quedaba otra que ver las peripecias de mi amigo y el maletín médico que había traído consigo.

—Mira —dijo alzando un afilado bisturí. Con la otra mano sujetaba unas extrañas tijeras curvas cuya punta era de oro—. Comprobemos si lo notas de verdad o no. Si te clavo esto...

—¡Como me claves algo te pego un tiro! —le advertí, buscando a tientas en la mesilla mi pistola—. ¡Lansel...!

Mi buen amigo se abalanzó sobre mí y empezamos a forcejear en broma. Poco a poco mi cuerpo iba despertando, pero aún tardaría unas cuantas jornadas más en recuperarme por completo. Por suerte, hasta entonces, Lansel permanecería a mi lado, tratando de arrancarme una sonrisa a su extraña manera.

—Sois como niños...

Por suerte, no solo Lansel estaba a mi lado. Desde que se enterase de mi llegada un par de días atrás, Olivia había estado acudiendo a visitarme a diario después de su jornada laboral. Normalmente lo hacía uniformada, lo que provocaba todo tipo de bromas y burlas frente a las que, aunque fingía ofenderse, estaba encantada. Ambos sabían que mi situación era complicada, que lo más probable era que mi padre hubiese muerto, así que hacían todo lo que estuviese en sus manos por mantenerme animado y distraído.

Y así había ido pasando los días, uno detrás de otro, con la duda de qué habría sido de los míos incluido mi hermano, que no me cogía el teléfono ni respondía a mis llamadas, hasta que la tarde del duodécimo día alguien entró en la habitación justo cuando, por fin, había logrado ponerme en pie. No había sido sin ayuda, por supuesto, Lansel y Olivia me sujetaban cada uno de un brazo, pero al menos había sido un gran avance. Pero como digo, me encontraba precisamente de pie frente a la camilla, con las rodillas ligeramente curvadas hacia dentro y los pies firmemente plantados en el suelo, cuando la puerta se abrió... y no fue precisamente el doctor Sauka el que entró.

—¡Olic! —exclamé con sorpresa.

Con el uniforme sucio y desgastado de todos aquellos días, el rostro ojeroso y una expresión de profundo agotamiento grabada en el semblante, Olic Torrequemada alzó la mano a modo de saludo. En algún momento había perdido sus gafas, al igual que sus armas y el cordón de una de sus botas, pero en general tenía buen aspecto. Después de unas cuantas horas de sueño y una buena cena, el agente empezaba a recuperarse.

—¿Cómo estamos, chavalería? —respondió—. ¿Me echabais de menos?

Dejándome en manos de Olivia, que logró que no cayese al suelo a base de fuerza bruta, Lansel acudió al encuentro del agente para estrecharle la mano con entusiasmo.

Hijos de la NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora