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Todo estaba en orden y su persona no estaba herida salvo por lo que ella misma se hizo la noche de ayer gracias a su propia torpeza. Así que Agasha respiró un poco más aliviada agradeciendo al extraño (o extraña) con una sonrisa.

Pero la vida a veces obraba de formas misteriosas, pues luego de recuperar un poco de sus sentidos, arrastrar sus pies por la cocina, agarrar el cántaro de agua sobre la barra que estaba bajo la ventana, un vaso (que agarró de la estantería que estaba al lado del fogón) y girarse hacia al frente, dispuesta a servirse y comenzar su día de forma más amena, Agasha pudo visualizar al fin, a la completa perfección, a alguien durmiendo a un lado de la puerta de la entrada de su hogar.

Su semblante palideció, inhaló aire hasta que sus pulmones se llenaron, reclamando por el dolor, y por pura suerte no tiró nada de lo que sus manos sostenían.

¿Cómo diablos...?

¿Cómo no lo había visto antes?

Con los ojos casi fuera de su órbita, Agasha simplemente no pudo creer lo que estaba viendo.

Seguro seguía borracha.

Incapaz de aceptarlo, Agasha contuvo la respiración, se giró de nuevo y tomó la maldita agua de un solo trago. Al hacerlo así, la garganta (la cual se había cerrado por la impresión) le dolió. Hizo una mueca, pero no se atrevió a soltar sonido alguno.

Sus manos temblaban mientras las pocas gotas de agua que aún estaban resbalando adentro del vaso, se movían errantemente.

Esto no es real.

Ella debía estar alucinando. Estaba convencida de que su mente no se encontraba nada bien y tenía que dormir un poco más. En esas condiciones ni de chiste intentaría hablar con algún cliente y ponerse en ridículo.

Nadie podía aguantar tanta humillación en tan poco tiempo.

En completa negación, tomó por lo menos otros 3 vasos de agua y temblando todavía, Agasha dejó el vaso a un lado del cántaro. Inhaló profundo, apoyando los antebrazos sobre la barra y mirar al frente. Su pequeña ventana que daba como vista a su propio jardín y más allá, un pequeño espacio colectivo que rodeaba una estatua y el pozo.

A ella siempre le gustaba admirarlo cuando bajaba a desayunar, tomar té caliente con algo de pan o fruta y disfrutar del viento mañanero cuando tenía la oportunidad de hacerlo.

Algunos meses antes de morir trágicamente, su padre había puesto esa cerca de madera con finales puntiagudos, que rodeaba el terreno que le correspondía y le impedía a Agasha admirar más allá. Todo para que ninguna persona intentase tomar algo del huerto que Agasha mantenía como mejor podía desde que se encontraba sola, sin haber pagado dinero por ello.

Pero aun por los pequeños espacios entre las pilas de madera, a ella le gustaba jugar con averiguar qué podía mirar aunque siempre fuese lo mismo. Un par de personas caminando, y parte de la bonita escultura hecha de marfil de la diosa Athena, de tamaño real, adornando el centro, no muy lejos del pozo donde todos los vecinos tenían permiso tomar agua y abastecerse. Y ella tenía permiso de tomar más de la que desearía para mantener sus flores en óptimas condiciones.

El pequeño jardín que todos los vecinos cuidaban incluso ya tenía un par de bancos hechos de concreto bajo los árboles, y a veces los niños usaban ese espacio para jugar. Pero, luciendo su majestuosa armadura en toda su divina gloria, la figura de la diosa era lo que más destacaba ya que ésta había estado ahí desde incluso antes de que los abuelos de los más ancianos estaban vivos. Y todos los habitantes solían mostrar sus respetos ante ésta, pues se decía que la base de piedra, estaba hecha con la misma piedra que forjó la estatua gigante que se encontraba en el Santuario, cosa que la hacía el doble de especial.

Encontrando un poco de calma en el exterior, Agasha también pudo ver su huerto donde no muy lejos de éste, había varias masetas con flores que ella cuidada de forma especial. Luego estaba su propio tendedero alejado de...

¿Acaso también era su imaginación o había ropa ondeando encima del tendero que ella no reconocía como suya? Bueno, su toga... esa que ella había usado ayer, estaba ahí también pero...

Se talló los ojos sonriendo nerviosa.

Claro que era su imaginación.

Envalentada, tomó también una bocanada de aire y se volteó de nuevo; el alma casi se separó de su cuerpo.

Claramente no estaba imaginando nada pues terminó por darse vuelta de nuevo, sólo para estar segura, beber más agua y escupirla cuando se giró hacia la entrada de su casa, debido a la sorpresa.

El más increíble y apuesto hombre sobre la faz de este planeta despertó ante el ruido que ocasionó su renovada fase de pánico.

Oh dios, qué hermoso era.

—¿Se-señor Albafica? —musitó acercándose a él, rogando a todos los dioses que conocía porque esto no fuese una cruel ilusión. Ya estaba demasiado crecidita para seguir dejándose engañar por esas apariciones imaginarias.

Él, por su lado, inhaló fuertemente cerrando los ojos, al terminar de exhalar los volvió a abrir.

Dando pasos hacia atrás, Agasha soltó un suspiro pegando sus caderas sobre la segunda barra hecha de concreto y le impedía ocultarse antes de que él la viese con esos hermosos ojos azules. Esos con los que ella había fantaseado durante toda su vida, desde que lo conoció.

Era tan guapo.

No estaba alucinando nada, este era el verdadero Albafica de Piscis. Y no sólo eso, sino que portaba la misma capa oscura que ella vio ayer en el Santo Dorado que ingresó a la taberna poco antes de que ella se fuese agitando una botella de licor como una solterona ebria sin dignidad o sentido de la decencia que era.

Oh dioses.

Oh dioses

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𝑀𝑖𝑙𝑎𝑔𝑟𝑜𝑠𝑎 𝑷𝒊𝒆𝒅𝒂𝒅  | 🔞 |【 Dэcяэтos Diviиos Ⅰ 】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora