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Tragándose un suspiro lastimero, sintiéndose patética por ilusionarse con las palabras de Edesia, Agasha cerró la puerta de la cerca y se encaminó como un perro con la cola entre las patas hacia su casa sabiendo que ahí adentro la esperaba el único hombre con el que alguna vez ella fantaseó.

Abrió la puerta trasera de su casa con lentitud y justo como lo pensó, el señor Albafica no se había desvanecido con el aire. Se hallaba concentrado mirando por la ventana, recargando su peso en la barra en una postura que la invitaba a babear debido a la perfecta vista que tuvo de su trasero apenas cubierto por la capa raída.

Sonrojada, hizo un esfuerzo sobrehumano para no comenzar a jadear como un perro sediento. Maldición jamás podría tener a un hombre como él. Tan... increíble, pero también imposible. Atrayente como el camino lleno de rosas que seduce desde el infierno para hacer pagar a las pecadoras como ella. Impuras de mente.

Lamentablemente su encanto físico se debía a gran parte de no parecer dar señales de percatarse de su presencia.

Eso fue un gran golpe al ego de Agasha.

«Soy tan insignificante» se deprimió, luego carraspeó la garganta, cerrando la puerta con un poco de fuerza para que él pudiese despertar de sus pensamientos, cuales fuesen que sean, y al fin dejara esa mirada caída y melancólica.

Al verla por encima de su hombro, Agasha tragó saliva. Su sola mirada vacía sobre su persona la estremeció.

—Aquí está lo que me pidió —dijo un tanto sonrojada y servicial, separando su prenda arruinada de las de él. Menos mal que el sol del momento había podido secar toda la ropa—. Puede cambiarse en mi cuarto... está arriba.

Albafica se dio la vuelta con lentitud a su dirección. Debía ser una total enferma para pensar demasiado en el qué pasaría si él dejaba caer la capa que cubría su desnudez. Pero a pesar de que ella en verdad ansiaba conocer la respuesta, supo casi de inmediato que Albafica de Piscis jamás iba a hacer algo como eso ni siquiera para jugar con ella.

Lamentablemente eso no evitó que Agasha sintiese como su lengua se deshacía adentro de su boca.

—Lo sé —dijo caminando hacia ella, tomando sus cosas—. Gracias.

Por supuesto que lo sabe, tonta.

Agasha se sonrojó ante el recuerdo. La sola imagen de él desvistiéndola y vistiéndola le ocasionó un cosquilleo en el vientre, pero a pesar de todo no sintió repulsión ni desconfianza, se desanimó un poco al creer que ni desnuda pudo provocar algo en él. Aunque eso no era algo... tan malo. Ella sabía que aunque hubiese tenido la oportunidad de hacerle algo pervertido mientras estaba bajo los efectos del alcohol... él jamás se habría aprovechado.

Su bienestar físico declaraba la inamovible moral del Santo.

Cuando Albafica subió las escaleras que estaban a la izquierda, pegadas a la pared, arrastrando la capa sobre su cintura, Agasha tuvo el efímero ruego porque esta cayese y le dejase ver más.

Dioses, como ansiaba poder pasar las manos por encima de sus firmes músculos y morder al menos uno. Necesitaba con urgencia comprobar su dureza y probar su sabor.

Desvió la mirada avergonzada cuando él detuvo sus pasos y la miró desde arriba. Afortunadamente él no le dijo nada y subió por completo hasta el segundo piso.

—Tonta, tonta, tonta —se decía entre dientes, bajando más la cabeza. Se dio unos suaves golpes en la cabeza con los nudillos para sacarse toda basura imposible de su cabeza y trató de aterrizar en la realidad si hacerse tanto daño.

Dejó su propia toga arruinada en una esquina a su izquierda no muy lejos de la puerta que guiaba al jardín, encima de algunos costales con semillas de narcisos, petunias entre otras flores. Ya la cosería más tarde si es que tenía arreglo.

Se fue a encender el fuego para poder calentar algo para comer.

Agasha no sabía si el señor Albafica aceptaría compartir con ella un almuerzo sencillo o no, pero al menos haría el intento, después de todo no tenía nada que perder. Ya se había humillado a sí misma demasiado en tan poco tiempo como para seguir sufriendo cada vez que cometía una torpeza o decía algo que no debía enfrente de él. Así que había decidido que se quedaría callada hasta que él se marchase y hablaría solo si era necesario.

El estofado que le regaló una vecina ayer por la tarde y ella había guardado en un compartimiento en la barra, seguía oliendo delicioso adentro de la olla de barro, así que sólo podría calentarla en el fuego, cortaría algunos limones que mantenía ocultos en los compartimientos bajo la barra y haría un poco de agua de limón. El azúcar lo tenía no muy lejos, era costosa, pero sabía deliciosa.

Hoy era un buen día, tanto para trabajar como para mantenerse en casa; dado a los malestares que aún persistían en Agasha debido a su noche de excesos, no le apetecía comer, pero se moría por beber el agua endulzada.

Ya podía saborearla.

Trató de apartar de sus pensamientos al señor Albafica, quiso pensar que esto no lo hacía sólo por él, corriendo el riesgo de que una vez haya terminado de vestirse se fuera, pero no podía mentirse tan descaradamente a sí misma, sabía que si al final él rechazaba su ofrecimiento se sentiría muy mal. Por eso mismo desde ya, no guardaba muchas ilusiones de compartir el almuerzo con él y terminaría por llevarles algo a la señora Tábata y a sus hijos.

Mientras cortaba los limones y a través de la ventana podían notarse a algunos hijos de los vecinos corriendo por el extenso jardín, veía pausadamente y con ternura también su mano vendada. Se dijo que pronto tendría que lavar esa herida para evitarse problemas futuros, ponerse más ungüento y cambiar la venda.

 Se dijo que pronto tendría que lavar esa herida para evitarse problemas futuros, ponerse más ungüento y cambiar la venda

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𝑀𝑖𝑙𝑎𝑔𝑟𝑜𝑠𝑎 𝑷𝒊𝒆𝒅𝒂𝒅  | 🔞 |【 Dэcяэтos Diviиos Ⅰ 】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora