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Respiró agitada, levantándose rápido sobre el mango de su alabarda, aferrándose a la roca con sus manos, tratando de no temblar demasiado, ni pensar en que, en cualquier momento, su peso doblaría o rompería su único soporte.

Debía tener confianza en su éxito. Aunque luego de aquel encuentro, sus manos temblaban y su corazón apenas lograba recuperar su ritmo normal.

Se asustó mucho.

Ni siquiera deseaba pensar en lo que le pasaría si por error caía a ese mar luego de haber sobrevivido.

Agasha pasó las manos por encima de su casco, se lo quitó para acomodarse el cabello y volvió a ponérselo. Debía llegar arriba, ¿pero cómo podría hacerlo? La alabarla le servía de apoyo y si la quitaba sin duda se vendría abajo. Ojalá supiese volar.

Si tan solo tuviese una cuerda y un gancho.

«No es momento de quejas» se reprendió.

Pensó y pensó por un buen rato, los vapores de la sangre hirviendo comenzaban a nublarle la vista y adormecer sus sentidos. También le hacían querer vomitar.

«Debo darme prisa» pensó y pensó, conteniendo las arcadas.

Entonces al fin se le ocurrió una idea. Teniendo cuidado de no caer o resbalar, decidió probar la resistencia de la roca. Anteriormente la criatura, durante su combate, tardó en destruir la que las sostenía. Así que esta vez, Agasha intentó clavar sus manos en el interior de esta. Después de todo, los guantes de la armadura podrían protegerla y darle la fuerza suficiente para hacerlo... ¿verdad? Y si no había una escalera o una cuerda para subir, entonces ella se crearía su propio camino a la superficie.

Suspiró convocando toda la calma de que la podía ser capaz, daría un puñetazo a la roca procurando hacer un agujero (uno simple) y luego haría otro del mismo modo para poder escalar lentamente hacia arriba, aferrándose a dichos agujeros como si fuesen su escalera improvisada. Era algo arriesgado porque en cualquier momento podría equivocarse, destruir la roca y nadar con los condenados. Pero la vida era un riesgo, y la del señor Albafica en este caso, era su meta a ganar.

Por él cruzaría este infernal sendero.

Suspiró nuevamente, poniendo los dedos sobre la roca, donde esperaba hacer un hueco con su puño. Lentamente separó sus dedos y haciendo un puño... ¡golpeó con fuerza! Sacó su mano tan rápido como pudo. Para su alegría vio que el círculo estaba bien formado y la profundidad la ayudaría a escalar usando sus manos. Inhaló profundo e hizo lo mismo a un lado, luego hizo otros dos más arriba, y más arriba. Cuando llegó el momento pidió a su armadura que extrajese la alabarda con las botas.

Para su suerte eso ocurrió. Su arma volvió a ella y Agasha podría seguir golpeando la roca hasta llegar a la cima.

―Mala suerte amigos ―les dijo a los condenados que aguardaban a que ella cayese―. En la otra vida será ―siguió golpeando y escalando. Golpeando y escalando... golpeando y escalando... y más y más hasta que Agasha se detuvo un poco agotada y adolorida de los puños.

Se tomó su tiempo para quejarse y continuó la otra mitad del camino. Sí, la otra mitad.

Lentamente pero con seguridad, Agasha alcanzó la cima de la roca. Recuperando el aliento, y soltando un suspiro visualizó, a lo lejos una especie de playa anaranjada. Entre tanto rojo y negro, eso debería indicar la entrada a las arenas de las que le habló Perséfone.

―¿En verdad esa son las Arenas de las que ella me contó? —masculló pensativa. Ojalá no se equivocase y estuviese yendo por el lado incorrecto.

―Exactamente ―dijo sorpresivamente la diosa a sus espaldas.

𝑀𝑖𝑙𝑎𝑔𝑟𝑜𝑠𝑎 𝑷𝒊𝒆𝒅𝒂𝒅  | 🔞 |【 Dэcяэтos Diviиos Ⅰ 】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora