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Una vez que se hizo presente en ese oscuro mundo, ese al que nadie siquiera visitaría a menos que fuese necesario. De vida o muerte. Eros carraspeó la garganta, y luego gritó:

―¡Perséfone! ¡Yo, Eros! ¡Te invoco!

Viendo que nada ocurría en ese hueco espeluznante y maloliente a hollín. Eros volvió a gritar al verse ignorado:

―¡Estúpida perra, sombra de Pandora! ¡Ven aquí ahora!

Como lo predijo, obtuvo la atención que quería. Una fuerza descomunal lo arrojó a una de las rocosas paredes.

―Tienes huevos de sobra para llamarme así, en mi propia prisión, Cupido.

¿Por qué todos en el Olimpo y fuera de él lo llamaban así?

¡Se llamaba Eros! ¡Eros! ¡Maldita sea!

―Suéltame o vas a tener a un marido mucho más hijo de perra de lo que ya tienes ―amenazó tomando la fina muñeca de Perséfone.

Rubia, pálida, alta de ojos grises y un delgado pero elegante vestido negro, la diosa miró al intruso con desprecio frío.

Perséfone era una dama que combinaba bien con la oscuridad y la luz; su mirada llena de odio haría que el mismísimo Zeus temblase en una esquina como un cachorro asustado. Pero su eterno malhumor era comprensible. En estas fechas donde se supone, tenía que ser libre, Perséfone podría estar haciendo más que sentarse en su frío trono a esperar a desatar su ira contra el primer pobre diablo que se le atravesase. Podría pasear con su madre en sus frescos campos en el Monte Olimpo, disfrutar del mundo mortal; su naturaleza. Pero no, el destino era una verdadera perra pues en vez de todo eso, Perséfone tendría que seguir trabajando eternamente, dirigiendo este sitio, mientras su esposo jugaba al conquistados que siempre perdía.

Para variar, mientras el imbécil que la había tomado a la fuerza como esposa, todavía estaba sellado por Athena (a quién de cierto modo, le agradecía el favor de quitarlo de su vista) durmiendo plácidamente en un sueño que duraba 200 años, ella debía aceptar esta porquería de empleo eterno.

Su situación era cómicamente trágica.

Como reina del Inframundo, su palabra era ley en este sitio... hasta que Hades despertase, por cierto. Pero en ausencia del bastardo al que ella debía llamar "esposo", su deber era gobernar el oscuro mundo para evitar que todo el orden que había en este basurero apestoso y miserable se fuera al carajo.

Por otro lado, desde que Hades y Athena iniciaron sus ridículas guerras, Perséfone veía a su esposo cada vez menos y por ella estaba más que perfecto.

Que la perra arrastrada y sin dignidad de Pandora se hiciera cargo de él cada vez que al viejo energúmeno le daba la gana reencarnar en un humano para usarlo como huésped y formar así un drama que sólo él y Athena entendían. Con sumo placer, Perséfone rostizaría el alma de Pandora por su osadía, al pavonearse, por todos lados con su marido, como una amante intocable.

No es que la diosa sintiese celos maritales, pero el ego de Perséfone se retorcía al pensar que su honor estaba siendo manchado con la simple existencia de esa imbécil que apoyaba al otro imbécil. Qué se sentía la reina de todo mientras Hades estuviese vivito y coleando, destruyendo todo lo que toca.

Para variar, Perséfone entendía que la pobre estúpida de Pandora estuviese hechizada por el encanto natural de Hades, lo que la orillaba a comportarse como una perra en celo tras el único macho de su especie. Aun así, Perséfone no dejaba de sentirse irritada por el desplazamiento que el viejo maldito gusano ejercía sobre ella cuando no estaba de humor para acosarla sexualmente e iba con Pandora para que ella lo mimase entre sus piernas.

𝑀𝑖𝑙𝑎𝑔𝑟𝑜𝑠𝑎 𝑷𝒊𝒆𝒅𝒂𝒅  | 🔞 |【 Dэcяэтos Diviиos Ⅰ 】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora