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A los primeros rayos del sol, Agasha se despertó con una fuerte sensación de entumecimiento. Sus brazos se negaron a alzarse para tallarse el rostro, sus piernas las sintió tan pesadas que tan solo mover los dedos de estos fue un reto; los parpados temblaron y su garganta se resentía aún por la noche de ayer.

Tardó un poco, pero pudo finalmente encontrar las energías para sentarse y juntar sus piernas sintiendo cómo su cuerpo le pasaba factura por sus intenciones de anoche.

La manta de color café oscuro cayó hasta su regazo. No se sorprendió ni le dolió encontrarse sola en la cama, sólo le ardió el pecho pensar por un segundo que sería diferente.

Agasha no era una niña caprichosa, ella sabía bien que una vez que el tiempo se terminase él se iría. Después de todo no tenía motivos para quedarse.

«¿Entonces por qué me duele tanto?» se llevó una mano a la cara comenzando a sentir la frustración. De verdad entendía la misión del Caballero Albafica, sabía que él por su postura no iba a pedirle de la noche a la mañana que se quedase con él para siempre.

La ilusa niña de su cabeza no estaba oyéndola.

«Él se hubiese detenido si yo así lo hubiese pedido» se regañó cuando su mente comenzó a culparlo por no haberse quedado al menos hasta que despertase. «Qué se fuese fue lo mejor» meditó saliendo de la cama, vio la toga que usó la tarde anterior sobre la cama pero hoy usaría otra después de darse una ducha.

Se sentía pegajosa y no quería dar una mala impresión a sus clientes con la cara que ya se imaginaba que llevaba.

Apenas había salido el sol pero ya era tarde. Ayer apenas pudo acomodar sus flores y darles agua, abono y sol hasta que éste se ocultó.

Sonrió al recordar que ayer por la tarde, luego de dejar al señor Albafica dormir en su cama en paz, ella había salido a hacer algunos cobros cuando vio una silla mecedora. Dudó mucho pero al final la compró. Grande fue su sorpresa cuando regalaron una pequeña mesita que hacía juego con la silla.

»Es cortesía de la casa, además a mamá le gustan muchos los arreglos de flores que le das a papá para sus aniversarios —le había dicho la jovencita que atendía el negocio de sus padres mientras éstos se recuperaban de la cruda—. Ayer se emborracharon como todos los años y he aquí yo —bromeó antes de regresarle el pergamino que Agasha le había prestado semanas atrás.

La chica fue con todos los artefactos hasta su casa; luego de asegurarse de que el invernadero atrás de su casa se había quedado bien cerrado y ningún listillo pudiese entrar, regresó a su casa donde se sentó para descansar y leer un poco.

Luego se quedó profundamente dormida y el resto es historia.

Bañarse con agua fría no significaba el gran sacrificio para ella, menos en primaveras pues el calor que empezaba a azotar Rodorio rayaba en lo infernal, entonces el frío sólo sería momentáneo. Las cosas se ponían feas en inverno, cuando la pobre tenía que calentar agua en el fuego cada dos semanas, meter una gran tina de metal a su casa y procurar llenarla con agua caliente que al enfriarse sería reutilizada para mantener vivas a sus planas.

Ese día fue relajante, un poco incómodo darse cuenta de que entre sus piernas podía sentirse un poco de sangre aún pegado a sus glúteos. Lavó cuidadosamente su cuerpo. Luego de asegurarse de haberse aseado bien Agasha regresó a su cuarto para vestirse apropiadamente.

Realmente se fue.

Negó con la cabeza tomando de entre sus ropas una toga sencilla de color verde. Sin mangas, con el cuello tipo U y con una falda larga hasta sus rodillas. Se puso unas karbatinai sencillas en sus pies y luego de ajustar bien las cuerdas arriba de sus tobillos se dispuso a comenzar sus labores.

𝑀𝑖𝑙𝑎𝑔𝑟𝑜𝑠𝑎 𝑷𝒊𝒆𝒅𝒂𝒅  | 🔞 |【 Dэcяэтos Diviиos Ⅰ 】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora