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Ya era bastante tarde para arrepentirse, Agasha ya había salido del Santuario con éxito, luego de hacerle pensar a la señorita Sasha que estaba lista para irse a dormir. Disfrazada con una toga de doncella que tomó (prestada) esa noche, de entre un montón de ropa tendida (la cual seguía algo húmeda) y una sábana blanca cubriendo su cabeza, Agasha bajó con resquemor las escaleras, pensando en que estaba exagerando y era imposible que el señor Albafica estuviese en mal estado de algún tipo.

Según el Santo de Sagitario, él no estaba teniendo problemas físicos...

»No significa que está bien.

¡No! Agasha debía asegurarse.

«¡Vamos, cobarde!» exclamó para sí misma. Apretó la sábana sobre su pecho y continuó descendiendo tratando de no temblar mientras andaba.

Temía que en cualquier momento el Patriarca o alguno de los otros Santos Dorados la encontrasen infraganti y empezasen un exhaustivo interrogatorio acompañado de miradas irritadas y silencios incómodos. O peor, que el sol repentinamente saliese y la hiciera polvo.

«Sólo verás si está bien, y ya, no tienes que hablar con él» se dijo tragando saliva. Además, él siempre la ha ignorado cuando no llevaba una patética sábana encima, ¿cuáles eran las posibilidades de que algo fuese diferente ahora? No es como si las doncellas fuesen de su gusto o ya habría de ellas muchas alardeando de eso.

Por eso en lo que a los demás respectaba, Agasha era una doncella más. Una doncella muda.

Dejando escapar aire de sus pulmones con lentitud en un intento de apaciguar su alterado corazón, Agasha se encontró con la escalinata que guiaba a la Casa de Piscis. Aunque adornada con frondosas flores rojas que, ella sabía, estaban envenenadas para proteger la entrada al Santuario como un último recurso de defensa, la doceava casa se veía bastante intimidante.

¿Le haría a ella algún daño siendo una Sỹdixx atrapada en carne humana?

¿Eso quería decir que...?

Sin que Agasha lo viese venir, el camino de rosas se abrió paso con suavidad para dejar libres las escaleras.

El corazón de Agasha se paralizó. ¿Acaso sabría el señor Albafica que ella estaba ahí?

«Estoy disfrazada de doncella» pensó rápido, «es posible que eso pase con aquellos que no sean una amenaza para el Santuario». Además, ella iba para abajo, no con la señorita Athena.

Tragando saliva, Agasha fue bajando con temor de que de pronto las flores le jugasen sucio y se uniesen formando dos hermosas paredes que la aplastarían entre veneno y espinas. Pero esa posibilidad sólo habitó en su imaginación, pues hasta que pisó el último escalón, las rosas volvieron a su posición con la misma velocidad lenta con la que se apartaron.

Iba a darles las gracias por dejarla ir sin heridas, pero luego recordó que se vería ridícula hablándole a las flores. No es como si no hubiese hecho ese tipo de cosas antes, siendo una florista desde la cuna. Pero, ¿qué pasaría si alguien la viese haciendo eso? La tomaría como una loca. Lo que mejor era agradecerles con un pequeño asentimiento de cabeza e irse sin intentar dañarlas.

Con pasos pequeños como temblorosos, Agasha caminó lento hasta el interior de la Casa de Piscis.

Como si nada hubiese ocurrido ahí, la chica vio que el templo estaba imperturbable. Sin una roca fuera de su sitio. Sin nada que declarase que hace pocos días, tanto el guardián de ese sitio, como ella misma, estuvieron muertos y combatiendo contra distintos monstruos para salvarse mutuamente.

Agasha tragó saliva ante algunos recuerdos de Albafica que se llevó consigo en su propia memoria cuando mantuvo el alma del hombre resguardada adentro de la suya.

Cuando Lugonis de Piscis vivía...

Bajando la cabeza, Agasha se mantuvo en medio de la Casa de Piscis.

«¿Qué estoy haciendo?» se preguntó sintiéndose bastante mal por traer a su cabeza memorias que no eran suyas.

Desde que volvió al Santuario de los Campos Elíseos, y supo que algunos recuerdos del santo de piscis se habían quedado con ella, Agasha se decidió a no indagar más en el pasado del señor Albafica, pues lo consideraba un atrevimiento y una falta a su privacidad. Ahora se atrevía a fallar a su juramento, trayendo a su presente, la imagen del maestro de Albafica.

Para variar, estaba haciendo algo que nadie le pidió que hiciese.

¿Qué se proponía estando aquí?

«Esto es una ridiculez», apretó las manos fuertemente; sintiéndose indigna.

Diablos, ¿por qué su inseguridad había vuelto? ¿Por qué precisamente ahora?

«Yo no puedo ofrecerle confort», por muy pesimista que sonase, eso era cierto. Ella ya lo había intentado antes, cuando se supone que su sangre envenenada era un problema para él, y de nada sirvió, ¿qué sería diferente ahora que quizás esto era algo que quizás él no compartiría nunca con ella o siquiera con sus compañeros?

Derrotada antes de siquiera intentarlo, Agasha se dispuso a dar la vuelta para irse, sin embargo, los dioses no estaban de su lado esta noche.

―¿Qué es lo que buscas aquí?

―¿Qué es lo que buscas aquí?

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𝑀𝑖𝑙𝑎𝑔𝑟𝑜𝑠𝑎 𝑷𝒊𝒆𝒅𝒂𝒅  | 🔞 |【 Dэcяэтos Diviиos Ⅰ 】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora